Sheinbaum, quien será la primera mujer y la primera judía en ocupar el cargo de presidenta de México, rara vez ha abordado su judaísmo en público
Ben Raab*
Cada año, en Rosh Hashaná, mi familia sirve pescado guefilte a la veracruzana, una versión mexicana del plato tradicional judío en el que las delicadas croquetas de pescado se sirven calientes en una salsa de tomate picante. La fusión, que lleva el nombre del puerto de Veracruz, principal entrada de inmigrantes a México en el siglo XX, honra a mis bisabuelos que huyeron de Europa a México en la década de 1920. Desde entonces, la familia de mi madre ha sido parte de una comunidad judía históricamente vibrante en la Ciudad de México, donde en la actualidad viven 59.000 judíos.
A pesar de lo orgulloso que estoy de mi doble herencia cultural, al crecer en la ciudad de Nueva York me resultó a menudo difícil expresar mi identidad mexicana. No tengo el aspecto que muchos estadounidenses esperan del mexicano promedio ni provengo de una familia católica, el trasfondo religioso más común del país. Tampoco Claudia Sheinbaum, la presidenta recién electa de México, ex alcaldesa de la Ciudad de México y científica climática que proviene de una familia judía. Sus abuelos paternos llegaron a México al mismo tiempo que mis bisabuelos, huyendo de la persecución en Lituania durante la década de 1920. Sus abuelos maternos escaparon de los nazis en Bulgaria.
En teoría, la primera elección de una mujer judía mexicana al cargo más alto del país debería reafirmar la validez de mi propia identidad dual como judío mexicano. En la práctica, me genera el deseo de que Sheinbaum aprovechara la oportunidad para dejar de restar importancia a su judaísmo y comenzara a abrazarlo. Su histórica victoria le presenta una oportunidad para enfrentar los desafíos a su doble identidad (100% mexicana, 100% judía) con un sentido de orgullo que celebrara la fusión única de ambas.
(Foto: Bloomberg)
Sheinbaum frecuentemente ha restado importancia a su judaísmo. En su discurso de victoria el domingo por la noche, enfatizó la importancia de convertirse en la primera mujer presidenta de México, pero no reconoció que también será la primera presidenta judía. Si bien ha hablado en privado de su educación cultural judía, Sheinbaum rara vez la menciona públicamente, incluso cuando la candidata opositora Xóchitl Gálvez recurrió a X (antes Twitter) en septiembre pasado para desearle a la comunidad judía un feliz año nuevo y un Yom Kipur “bendito”.
Sheinbaum no solo se abstiene de hablar de su judaísmo sino que lo minimiza activamente, posiblemente para proteger su imagen y atraer a la abrumadora mayoría de los votantes católicos. Durante la campaña electoral, llamó la atención por usar un collar con un rosario católico y faldas decoradas con la Virgen de Guadalupe.
No puedo hablar de la experiencia personal de Sheinbaum, pero entiendo por qué podría mostrarse reacia a abrazar públicamente su herencia judía. Con demasiada frecuencia me he encontrado excluido o no bienvenido en espacios destinados a celebrar la cultura hispana, en parte porque mi mexicanidad ha sido cuestionada e invalidada por quienes luchan con el concepto de identidades culturales duales. Hace unos años, en mi escuela secundaria pública de la ciudad de Nueva York, un compañero de clase me preguntó si yo era un “verdadero mexicano” o “el tipo de mexicano colonizador”.
Para gente como yo, la elección de Sheinbaum como líder judía de una nación de casi 100 millones de católicos debería ser inspiradora, una oportunidad para mostrar la rica historia de los judíos mexicanos y la diversidad de la diáspora judía en general. En cambio, su tortuoso acto de equilibrio cultural me resulta demasiado familiar.
Sheinbaum no solo se abstiene de hablar de su judaísmo sino que lo minimiza activamente, posiblemente para proteger su imagen y atraer a la abrumadora mayoría de los votantes católicos. Durante la campaña electoral, llamó la atención por usar un collar con un rosario católico y faldas decoradas con la Virgen de Guadalupe
Preocupaciones políticas legítimas pueden ser la causa. Sheinbaum ha sido blanco de prejuicios hipernacionalistas y antisemitas, incluyendo teorías de conspiración online que alegan que nació en Bulgaria. El expresidente Vicente Fox se ha referido a ella como “judía búlgara” y “judía y extranjera” en la red social X.
Sheinbaum ha contrarrestado esos ataques con su propia retórica nacionalista. En una publicación eliminada desde entonces en X que contenía una foto de su certificado de nacimiento, escribió «Soy más mexicana que el mole», refiriéndose a la popular salsa mexicana. En otra declaró ser “100% mexicana”. Para mí, esta actitud defensiva sugiere no solo orgullo por ser mexicana, sino también un profundo malestar con su origen judío. Quizá no sea sorprendente que la comunidad judía mexicana se inclinara en los comicios mayormente por Xóchitl Gálvez más que por Sheinbaum, quien nunca se ha integrado con la muy unida comunidad judía de la Ciudad de México.
La vacilación de Sheinbaum en torno a su judaísmo me parece particularmente intensa, en un momento en el que los judíos de todo el mundo están lidiando con tasas crecientes de antisemitismo. Muchos de nosotros hemos pasado los últimos meses sintiéndonos de alguna manera alienados de nuestras comunidades no judías o, al menos, lidiando con la cuestión de cómo encaja nuestra identidad judía en nuestras vidas seculares.
En mi propio campus universitario vi cómo las directoras del Centro de Mujeres de Yale ignoraban deliberadamente a mis compañeras judías cuando se acercaron para discutir cómo la organización podría representar mejor las voces femeninas judías en el campus. Supe del terror de mis amigos judíos de la Universidad de Cornell, después de que un estudiante publicara mensajes anónimos en línea amenazando con disparar a los estudiantes judíos en el comedor kosher.
Lo cierto es que, ya sea que Sheinbaum se sienta fuertemente conectada con el judaísmo o no, el judaísmo siempre estará conectado con ella. Ese es ciertamente el sentimiento entre sus críticos, algunos de los cuales ya han acumulado millones de visitas por publicaciones en X que utilizan su judaísmo para invalidar su liderazgo
Lo cierto es que, ya sea que Sheinbaum se sienta fuertemente conectada con el judaísmo o no, el judaísmo siempre estará conectado con ella. Ese es ciertamente el sentimiento entre sus críticos, algunos de los cuales ya han acumulado millones de visitas por publicaciones en X que utilizan su judaísmo para invalidar su liderazgo. Esto es profundamente aleccionador. Pero la medida en que su herencia es parte de su perfil —independientemente de su propio enfoque hacia ella—, esto también significa que tiene la oportunidad de hacer que muchos de nosotros nos sintamos mucho identificados al celebrar su judaísmo.
Dar un paso así sería profundamente significativo para la sociedad mexicana en general. Los mexicanos indígenas, negros y LGTBQ+, entre otros (todos los cuales han enriquecido el tejido cultural de la nación, pero han sido históricamente marginados) deberían sentirse empoderados al ver las diversas identidades celebradas y adoptadas en la esfera pública.
En última instancia, ese empoderamiento será la clave para fomentar una sociedad verdaderamente próspera. Mientras Sheinbaum se prepara para abordar algunos de los problemas sociales más apremiantes de México, incluida una crisis de feminicidios en medio de una cultura nacional de machismo, y estigmas en torno a los derechos LGBTQ+ y el aborto en un país católico históricamente conservador, debería esforzarse por mostrar las múltiples identidades y ascendencias que componen la sociedad mexicana. Puede empezar aprovechando la oportunidad que tiene justo frente a ella.
*Estudiante de tercer año en la Universidad de Yale, editor en jefe del Yale Daily News.
Fuente: Forward.
Traducción Sami Rozenbaum / Nuevo Mundo Israelita.