A 74 años de la independencia del moderno Estado de Israel, los ideólogos del sionismo, que no es más que el movimiento de liberación nacional del pueblo judío y su retorno a la patria ancestral en Éretz Israel, dirigido por el entusiasta Teodoro Herzl, quien a finales del siglo XIX encabezó el primer congreso de dicho movimiento en Basilea Suiza, el 29 de agosto de 1897, nunca se imaginó el éxito total que lograría su proyecto, hoy convertido en una reluciente, fulgurante y vigorosa realidad entre las naciones.
Como ciudadano venezolano de fe judía, el sionismo implica hoy en día para mí el apoyo irrestricto a la permanente concreción de ese sueño milenario de todo un pueblo, hoy hecho realidad, siempre dentro del marco de las más amplias libertades políticas, ciudadanas y religiosas de las cuales gozan sus ciudadanos.
A diferencia de los países de la región, que todavía después de 1400 años se baten en refriegas fratricidas por el legado del Profeta, lapidan mujeres por ser acusadas de promiscuas, degüellan a personas de cualquier edad o sexo por no pertenecer a una fe, secta o tribu específica, o donde las mujeres no tienen derecho a estudiar, manejar, votar, etc., y se destruyen monumentos y reliquias milenarias, en Israel el 21% de su población profesa otra fe religiosa; el tercer grupo parlamentario más importante de la Knesset (parlamento) es de origen árabe; en la Corte Suprema de Justicia israelí no todos sus miembros son judíos, inclusive hay un magistrado musulmán y, como ejemplo superlativo, en las Fuerzas de Defensa de Israel hay divisiones de militares de origen musulmán, que luchan por Israel con un fusil en una mano y el Corán en la otra.
La ciudad de Jerusalén, conquistada por el rey David en el año 1004 a.e.c. y cuyo reino continuó su hijo el rey Salomón, ampliamente conocido por su sabiduría, buen juicio y sobre todo por la construcción del Primer Templo de Jerusalén, es hoy en día visitada por millones de personas al año, de diferentes razas, credos y países, que pueden caminar y orar libremente en sus lugares de culto, a diferencia de cuando Jordania dominaba su zona Este, cuando solo los musulmanes podían tener acceso a la ciudad santa y milagrosa para las tres religiones monoteístas más importantes.
Si bien es cierto que Israel ha venido ganando desde su independencia, el 14 de mayo del 1948, todos los conflictos bélicos que le han presentado sus vecinos, e igualmente ha sido extremadamente exitoso en cuanto a la permanente inventiva y la creatividad de sus ciudadanos, lo que le ha ganado diferentes premios Nobel en áreas disimiles de la ciencia, medicina, agricultura, tecnología y del conocimiento en general, hay una batalla pendiente por ganar y que sus enemigos, ante la imposibilidad de su destrucción física, han ideado desde hace un buen tiempo, que consiste en su deslegitimación y demonización, alegando y señalándolo como un Estado de apartheid y supuesto violador sistemático de los derechos humanos, propulsando una campana llamada BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones).
Ante esta seria amenaza, Israel y el pueblo judío en general se han unido como un solo cuerpo para dar a conocer su realidad, a través de diferentes métodos, siendo el más efectivo la invitación a visitar este diminuto país de poco más de 22.000 kilómetros cuadrados y menos de 10 millones de habitantes, donde la coexistencia y el respeto se respiran por todos los rincones, a excepción de pequeños grupos de exaltados radicales que han venido siendo identificados y dados de baja en sus intentos terroristas.
No pierdo la esperanza de que en un futuro próximo los demás países de la región entiendan que Israel es una realidad incontrovertible, y que deben no solo aceptarla, sino buscar relaciones bilaterales o multilaterales beneficiosas para todos los ciudadanos de la región
No pierdo la esperanza de que en un futuro próximo, tal como lo hicieron Egipto en 1979, Jordania en 1994 y en el 2020 Bahréin, Emiratos Árabes Unidos, Sudán y Marruecos a través de los Acuerdos de Abraham, los demás países de la región entiendan que Israel es una realidad incontrovertible, y que deben no solo aceptarla, sino buscar relaciones bilaterales o multilaterales beneficiosas para todos los ciudadanos de la región, tal como lo han hecho los países antes mencionados.
Estoy orgulloso de ser sionista y formar parte de esta legendaria y milenaria historia, llena de vicisitudes, persecuciones y tragedias, pero al mismo tiempo de increíbles milagros, extraordinarios logros, de constancia, tesón y entereza, que girando alrededor de las sagradas escrituras de la Torá han sabido mantener a un pueblo unido en la distancia y forjado un espíritu trascendente y profundo, cuyo valor esencial es la integración del cuerpo como vehículo del alma, y esta como parte indisoluble del Creador.