Nuestra imaginación más desatada no podría haber preparado a los terapeutas ni a los hospitales para recibir a 39 niños que fueron arrancados de sus cunas y camas y llevados al infierno, descalzos y medio dormidos, algunos solos, otros con solo uno de sus padres
Anat Lev Adler*
Los sometieron al hambre, los drogaron, los arrojaron a túneles húmedos y áticos oscuros, fueron humillados y golpeados por sus captores o por una multitud furiosa, y les quemaron la piel con tubos de escape ardientes para poder identificarlos y así no pudieran escapar. Los obligaron a ver los horribles videos de las atrocidades terroristas de los que los adultos salen llorando, no les permitieron ir al baño durante horas, los amenazaron con rifles y gritos de «¡silencio!» cuando lloraban. Algunos regresaron solo susurrando, algunos tenían moretones y piojos, no se ducharon durante 50 días, no vieron la luz del día, bebieron agua fangosa o salada, algunos sufrieron heridas graves que fueron tratadas en un aterrador aislamiento en hospitales de Gaza, y otros que resultaron heridos no recibieron tratamiento alguno. Sus captores los asustaban diciéndoles que sus padres se habían olvidado de ellos, que no los querían, que estarían en esos túneles para siempre, que nadie vendría a rescatarlos.
¿Cómo puede un alma delicada soportar estos horrores día tras día, tras día, tras día, durante 55 días?
El 7 de octubre, un niño israelí, recién arrancado descalzo de su hogar en una comunidad del sur, fue entregado como trofeo a niños palestinos en Gaza para que lo acosaran, lo golpearan y se burlaran de él, mientras todo era grabado y trasmitido en TikTok
(Fuente: twitter @ACOM_es)
«Y este es solo el primer nivel, todavía no hemos descendido a lo más profundo con ellos. Poco a poco se van abriendo. Son sombras de niños. Algunos todavía están en silencio, otros ya hablan», cuentan los cuidadores que han sido entrevistados, y entendemos que se requiere inventar nuevas palabras para describir el alcance y la profundidad de los horrores experimentados por los niños que regresaron del cautiverio de Hamás.
Incluso este oxímoron —»niños en cautiverio»— necesita un universo paralelo nuevo.
«Pensaba en mis hijos que fueron secuestrados y me preguntaba cuáles de las cosas que les había enseñado podrían ayudarlos en cautiverio. Les enseñé de todo, pero lamento no haberles enseñado cómo ser rehenes», expresa Mirit Regev, madre de los secuestrados retornados Maya e Itay, y agrega: «No sabes cómo llorará tu hijo cuando regrese del cautiverio».
Niños que regresan del cautiverio. Nuestra imaginación más desatada no habría podido preparar a los terapeutas, a los trabajadores sociales ni al personal hospitalario para el regreso de 39 niños que fueron arrancados de sus cunas y camas y llevados al infierno, descalzos y medio dormidos, algunos solos, otros con solo uno de sus padres. Pero al cabo de un mes se ha desarrollado un protocolo innovador, como ningún otro país ha escrito antes.
Nosotros, que inventamos los tomates Cherry y Mobileye, la Cúpula de Hierro y Waze, también estamos creando, por primera vez en la historia de la humanidad, un protocolo elaborado por los mejores terapeutas y personal asistencial del país, que han escrito lo que una mente humana no puede tolerar
Este es el primer conjunto de reglas para tratar a los niños que regresan del cautiverio, explicando cómo y qué preguntar, y especialmente qué no preguntar y qué no hacer («enfatizar que están en un lugar seguro, no abrazarlos ni tocarlos, pero puedes ofrecérselo»). Nosotros, que inventamos los tomates Cherry y Mobileye, la Cúpula de Hierro y Waze, también estamos creando, por primera vez en la historia de la humanidad, un protocolo elaborado por los mejores terapeutas y personal asistencial del país, que han escrito lo que una mente humana no puede tolerar. Y este protocolo sigue cambiando y adaptándose a medida que avanzamos, con humildad y extrema precaución, según las necesidades de cada niño y niña.
«Espero que nadie en el mundo necesite esto, pero ya podría escribir un libro completo sobre el tratamiento de niños que regresan del cautiverio; aprendo mucho de ellos, sobre sus necesidades», dice la enfermera-jefe de uno de los hospitales infantiles. «Ahora sabemos qué hacer, sabemos que hay que hacerlo lenta y gentilmente, con modestia y precaución, dejándolos dirigir el proceso y, más que nada, sin dañarlos más».
Y quizá lo más elemental que han hecho en estos hospitales fue colocar una pequeña bandera israelí en cada bata blanca, para que los niños tengan la seguridad inmediata, incluso sin palabras, de que están en casa.
*Periodista y escritora.
Fuente: Ynet (ynetnews.com).
Traducción Sami Rozenbaum / Nuevo Mundo Israelita.