Luego del receso de Pésaj y el Día de Independencia, una fatídica vuelta a la rutina parece evidente. Una breve pausa, un necesario cese al fuego, no parece haber enfriado los ánimos. Israel vuelve al drama de la reforma judicial, con manifestaciones ahora de todos los bandos. Y los aumentos de precios que son el pan de cada día, también del pan de todos los días.
Una nueva tendencia se vive en Israel. Cada dos o tres semanas, se publican encuestas que anuncian el resultado si las elecciones fueran hoy. Aunque no haya perspectivas en el panorama de elecciones inmediatas, los egos y las frustraciones se crecen, y probablemente la toma de decisiones se apoya en escenarios que no son reales. También los votantes se confunden. Es el juego de la democracia, pero no cabe duda de que agota. La serie de elecciones sucesivas en Israel en los últimos dos o tres años han dejado su huella.
Los problemas que se viven al interior de Israel son serios y requieren acuerdos trascendentales, respeto y tolerancia. Pero a veces, visto quizás desde afuera, pareciera que no se presta la debida atención a las realidades que afectan a Israel y que no son responsabilidad interna ni tampoco dependen mucho del quehacer israelí. Justo en estos días que celebran la independencia conviene recordar que la misma se obtuvo con mucho esfuerzo, pero también gracias a una confluencia de factores diplomáticos e internacionales que pocas veces, si no es que ni antes ni después, se dio. No es trivial que Estados Unidos, China y Rusia hayan votado igual en la ONU a favor de Israel.
La situación de defensa de Israel es delicada. Está el tema de Irán, que resulta muy sensible y preocupante; un asunto en el cual Israel está bastante solo. Estados Unidos y Europa se sienten comprometidos, Israel está involucrado. Irán asusta a Israel y mucho, nada comparable al miedo que pueda infundir en otros, y por razones obvias.
El tema de los palestinos, con los atentados frecuentes, es algo de ocurrencia casi exclusiva en Israel. Cualquier día, un ciudadano molesto decide descargar su rabia vaciando un arma sobre los primeros que encuentre, o atropellando indiscriminadamente a transeúntes con muy mala suerte. Gaza y su gobierno de Hamás actúa como un observatorio de lo que ocurre en Jerusalén, y si algo les molesta no dudan en lanzar cohetes o permitir atentados. En esto, Israel también está muy solo. Se le acusa de no resolver el problema palestino, algo que no puede hacer solo, y se le condena cuando toma medidas preventivas o de represalia.
No cabe duda de que Israel está bastante solo en el ámbito internacional. Se comprende su drama, pero no se le respalda lo suficiente como para forzar a la contraparte a sentarse a una mesa de negociaciones.
De nuevo, visto desde lejos, pareciera como si el debate interno, con su pasión y fragor, no tomase en cuenta la situación real que vive el país respecto a los frentes externos y el peligro que pudiera correrse. En cierto modo reconforta la naturaleza democrática del país, el nivel de resistencia a cambios que se consideran improcedentes, o viceversa, el apoyo a cambios que se consideren importantes. Sin embargo, se hace caso omiso de otros asuntos, vigentes y latentes, que amenazan a todos sin distingo de posiciones políticas ni simpatías.
Volver a la rutina de la diatriba interna, que representa un desgaste horrible, es difícil. Enfrentar la soledad en el ámbito de los frentes externos, es sencillamente agotador. Presidentes de Estados Unidos de América van y vienen, igual en otros países; visitas de funcionarios importantes, conferencias de prensa, cumbres y todo lo que ocurra, y se sigue sin resolver el largo y tedioso tema de la paz de Israel con sus vecinos. Con los mismos actores del ámbito internacional, o con otros que vienen, Israel sigue como siempre: muy solo y sin resolver.
Ante las debilidades reales, los enemigos verdaderos y los amigos poco solidarios, siempre conviene tener presente que Israel, los israelíes y los judíos están solos… como siempre.