H ace pocos días falleció Sofía Ímber, la dama de la cultura y el arte, como solían llamarla. Tuvo una vida interesante, en la cual no faltaron hechos trágicos. De igual modo, su vida fue larga y sumamente productiva.
Se ha escrito mucho sobre su admirable obra. Sin embargo, hay determinados episodios que no han trascendido y este es el momento de recordarlos como un pequeño homenaje a una persona intelectualmente coherente, honesta consigo misma, cuyas realizaciones dejaron huellas indelebles.
Sofía ayudó en la labor de la comunidad judía de Venezuela, junto a numerosos venezolanos de bien, entre ellos los doctores Efraín Schacht Aristiguieta y Luis Manuel Carbonell, quienes se unieron a la campaña por la liberación de los judíos de la hoy extinta Unión Soviética, que en su época enfrentaron una aterradora situación, con la cual fueron doblemente víctimas: en primera instancia, en forma análoga al resto de la población común soviética y luego, en especial, por ser judíos identificados con su pueblo ancestral. A estos excluidos se les conoció como refuseniks, un término no oficial para aquellos a quienes se había negado el permiso de abandonar la URSS u otros países del entonces bloque oriental, tras la cortina de hierro, en el trascurso de la Guerra Fría. En realidad, el término refusenik es una composición irónica, derivada del verbo en inglés to refuse, que significa denegar, a la que se le agregó el sufijo ruso nik.
Los judíos eran segregados en lo que fue la URSS; el antisemitismo se utilizó como una herramienta política institucionalizada; por ejemplo, era frecuente bloquearles su crecimiento profesional, y ciertas áreas del quehacer soviético les estaban vedadas. Además, enfrentaban serias restricciones para cumplir con las leyes de su fe. Tan solo unas pocas sinagogas detentaban el permiso oficial para poder funcionar como sitios de culto. Para criar a las siguientes generaciones, se topaban con infinidad de obstáculos. Ante las severas limitaciones, muchos optaron por emigrar, pero el régimen soviético lo consideraba una “traición”. De hecho, al solicitar un visado de salida, los candidatos y sus familias debían abandonar sus trabajos, lo que los hacía vulnerables de ser acusados de “parásitos sociales”, un delito en el estricto código penal vigente.
Algunos de los refuseniks pagaron con cárcel el haber solicitado su salida de aquel ambiente tormentoso en que, como en todo “paraíso” comunista, no había libertad ni se posibilitaban los derechos religiosos. A estos presos de conciencia se les denominó “Prisioneros de Sión”.
Sofía participó en diversos proyectos. En varias oportunidades, junto a su esposo Carlos Rangel, en el programa televisivo que ambos conducían, “Buenos Días”, recibieron a representantes del movimiento dedicado a estos esfuerzos por la libertad de los refuseniks, que duraron décadas. Ella, documentada en lo que ocurría bajo el férreo control comunista, explicaba con detalle la desesperada circunstancia de estos judíos en peligro.
Quién mejor que Sofía para comprender, en toda su dimensión, la supresión social. Proveniente de Europa del Este, sabía que el antisemitismo, la discriminación, persecución y violencia eran el día a día de las comunidades judías de esa región. Precisamente por tales motivos, su familia se mudó a Venezuela, libertaria y generosa, al cual hicieron su país. Aquí ampliaron sus horizontes, y Sofía nos retribuyó con una formidable labor.