C uando Abraham y Sara se vieron obligados a mudarse a Guerar (cerca de Egipto) por la hambruna en Canaán, le preguntaron a él: “¿Quién es esta mujer tan bella?”. Abraham respondió que Sara era su hermana, en vez de su esposa.
Cuando el rey Abimélej se enteró de la verdad, le reclamó a Abraham por qué le había mentido. La respuesta de Abraham fue: “¡Si en este lugar no hay temor de Dios, me matarían para poder tomar a mi esposa!”.
¿A qué se refería Abraham diciendo que en ese lugar no había temor a Dios? ¿Acaso en un lugar donde no reina la fe en Dios, no hay moral ni ética? La respuesta es: sí pueden tener leyes de moral y ética. En cualquier lugar existen esas leyes. Pero la pregunta es: ¿Quién fija las leyes?
Hay bastantes “zonas grises” en nuestra vida, donde el límite entre lo correcto y lo incorrecto es muy pequeño y no resulta tan claro. ¿Quién tiene la autoridad o la capacidad de poner el límite firme para decir “hasta aquí está bien, más allá está mal”?
Enumeremos los siguientes ejemplos:
Y como estos ejemplos hay muchos más.
El ser humano posee una amplia gama de intereses: cuando una persona realmente quiere hacer algo, tiene un gran interés de poder cumplir su deseo. Si existe una barrera moral o ética, nuestro interés nos hace auto-convencernos, en principio, de que lo que estamos haciendo no es tan grave. Más adelante, pensaremos que lo que hacemos es correcto. Y en un futuro cercano, ese anhelo se convertirá en una necesidad y en un ideal que debemos cumplir. En este punto, si alguna persona interfiere con nuestro deseo o intenta reclamar por nuestro comportamiento, lo acusaremos y culparemos por molestar, y hasta por ser un pecador y trasgresor de lo que se considera como moral y ético.
Y así, este tema nos traslada a Sodoma y Gomorra, dos ciudades que, según el texto bíblico, Dios destruyó por ser pueblos muy malvados y pecadores en su contra. Se trataba de seres humanos que no creían ser malos. A lo mejor eran muy cultos para aquel entonces. Se trataba de un grupo de personas ricas que habitaba en una zona muy fértil, y que tenían el interés de preservar su riqueza. Su error radicaba en la manera en que interpretaron los valores éticos de la vida.
En la selva también hay leyes. La Ley de la Selva refiere que el más fuerte es el que vence. El fuerte sobrevive. Si una jirafa se fractura en la selva, no existe un comité organizado de animales que la vayan a visitar con alimentos y medicinas. Todo lo contrario: en la selva devoran a esa jirafa. Si el ser humano se considera un “mono desarrollado”, entonces las mismas leyes de la selva pueden regir la vida humana.
El punto es que la maldad que regía en Sodoma y Gomorra estaba institucionalizada, había leyes, cortes y jueces. No era una persona aislada que se comportaba de forma inmoral. Era una ideología clara, organizada y obligatoria. En aquel lugar, la ley dictaba que estaba prohibido permitir la entrada de visitantes extranjeros en las casas, excepto si aquel visitante era muy rico. Temían perder su riqueza si dejaban entrar a cualquier persona. Esta ley se extendía a la prohibición de ayudar a un necesitado con comida o dinero.
Un sistema que estaba gobernado por la maldad, y organizado por leyes que trasgredían los límites de la moral y la ética, no tenía méritos para existir. Es por eso que Dios decidió destruirlas.
Cuando Dios envió los ángeles para destruir Sodoma y Gomorra, la Torá nos relata por qué Dios amaba a Abraham: “Yo lo amé debido a que él ordenó a sus hijos y su descendencia que conservaran el camino de Dios, haciendo caridad y justicia”. ¿A qué se refiere con “el camino de Dios”? O como preguntamos al comienzo del artículo: ¿sin Dios no se puede hacer caridad y justicia?
Hoy, la Torá es el camino de Dios. Es la manera como Dios quiere que nos comportemos mientras estamos en este mundo. La base de la Torá es prescribirnos límites: decirnos lo que está permitido y lo que está prohibido. Qué es bueno y qué es incorrecto, qué es moral y qué acción es inmoral. El camino de Dios nos educa desde que tenemos la capacidad de razonar, que no somos “monos desarrollados”; somos seres humanos que podemos y debemos controlar nuestros deseos. No podemos hacer lo que nos da la gana. No todo lo que queremos es posible y positivo. El ser humano vive con frenos.
Esta educación comienza a muy temprana edad, con una chuchería que el niño quiere comer y no puede, porque no es kasher o por razones de salud. Después podría ser un juego que no se puede jugar, por ser Shabat o peligroso. Más adelante puede ser un programa que no debe ver en la televisión… y podría seguir como un adulto que desea a mujeres que no son de él, o dinero que no le pertenece. Etcétera.
No es secreto que hace algunos días, en una “mega-fiesta”, fueron trasgredidos todos los valores, todos los límites de la moral y la ética, del recato y del honor humano. A mi parecer, no es el momento de buscar a la persona responsable y culpable. Lo que debemos hacer es reflexionar y analizar en dónde nos hemos equivocado.
¿Qué es lo que lleva a una familia a planificar una fiesta así?
Podría haber sido otra fiesta organizada por otra familia o grupo de jóvenes. Hay que ser sinceros: no es la primera vez que nos enteramos de actos inmorales o incorrectos en fiestas, fuera o dentro de la comunidad. A lo mejor ocurrían en menor magnitud, pero el hecho es el hecho. Entonces debemos buscar la raíz del problema, el motor que nos hace llegar a estos sucesos.
Si estamos pensando en una fiesta, podemos hacernos varias preguntas, puntos de alerta antes de mandar allí a nuestros hijos: ¿A dónde estoy mandando mis hijos? ¿Qué público estará en este lugar o en esa fiesta, cuáles son sus valores? ¿Puedo mandar a mis hijos a un lugar donde los padres no pueden asistir para ver qué ocurre allí? ¿Es apropiado hacer hoy en día una fiesta tan grande y gastar tanto dinero, en tiempos en que hay una extrema necesidad básica alrededor de nosotros?
Pero hay que ir más allá de una fiesta particular y señalar, como mencionamos antes, que debemos cambiar y mejorar, para que fenómenos como estos no ocurran más.
Quiero darles mi opinión. Mi punto de vista.
Cuando los límites no están bien definidos, no hay un mensaje claro y preciso de la manera como hay que vivir. No hay una escala de valores firme que obligue a la sociedad a obedecerla. Cada quien puede pensar que lo que hace es lo correcto, y que solo más allá se encuentra el límite de lo negativo. Este camino nos puede llevar hasta un Sodoma y Gomorra moderno y actual.
El camino a más religión es la solución. Como ya escribí al comienzo, la Torá nos pone los límites necesarios para saber cómo vivir. Saber con certeza qué se puede y qué no se puede hacer. Qué es ético y qué es inmoral. Entonces, mientras más asumimos el compromiso del “camino de Dios” en nuestras vidas, mientras nuestro comportamiento esté basado en los principios y las leyes de nuestra Torá, podremos estar más seguros de que no vamos a actuar de forma inmoral y con falta de respeto hacia el honor humano y los valores de nuestra sociedad.
Aún hoy en día, familias y personas “tienen miedo” de que su hijo/a, esposo/a, hagan teshuvá, o simplemente deseen cumplir más mitzvot y halajot (leyes de la Torá). Reflexionemos un poco. Sinceramente, qué preferiríamos:
Estos son solo ejemplos. No quiero caer en el pecado de generalizar. No todos los “religiosos” son “pan de Dios”, y por supuesto esto no quiere decir que los que no son “religiosos” están en drogas y actúan de forma inmoral.
Pero me refiero a una tendencia. Es un “plan de seguridad”. Si estamos preocupados por todo lo antes mencionado, llegó el tiempo de pensar y hablar abiertamente y sin temor sobre aumentar nuestra vida religiosa. Sin miedo. Sin pena.
Les puedo asegurar que si aumentamos nuestro nivel de observancia de la religión en forma individual, en la casa, a nivel familiar, y hasta en el nivel de la comunidad, tendremos mucha más seguridad y tranquilidad de que fiestas u otros fenómenos como los que han pasado, no se vuelvan a repetir.
¡De las cosas malas hay que aprender!