Eduardo Kohn*
En abril de 2002, segunda intifada, el campo de refugiados en Yenín se llenó de terroristas suicidas que habían sido trasportados hacia allí para usar el campo como base de lanzamiento de asesinatos contra civiles.
El ejército de Israel entró en el campamento de Yenín. Los palestinos lanzaron una enorme campaña de desinformación por todo el mundo. Al frente de esa campaña estaba Saeb Erekat, quien decía en forma muy enérgica que los soldados israelíes habían asesinado a centenares de civiles, cometiendo una masacre a sangre fría, y como si fuera poco, enterrándolos en fosas comunes. La realidad fue muy diferente, ya que en Yenín hubo un cruento enfrentamiento en el cual 55 palestinos fuertemente armados murieron, y 23 soldados israelíes perdieron su vida en esa batalla.
Las mentiras de Erekat, apoyadas por los cómplices y sin ánimo de comprobación por países presuntamente serios, como los europeos, tuvieron amplia y generosa cobertura de prensa. Nadie investigaba lo que decía Erekat, a tal punto que el Parlamento inglés, tan serio él de acuerdo a la historia, no sólo creyó a Erekat sino que lo apoyó. Erekat logró un importante aumento del antisemitismo europeo con esta acción, y sus resultados no se esfumaron, ya que basta con apreciar lo que es el antisemitismo desde entonces en Inglaterra, Francia, Bélgica, Suecia, por citar algunos, y hasta dónde llega hoy, como sucedió en el último mes en Francia y Austria.
Alabado ahora en interminables elogios en los medios, el eterno “negociador jefe” Saeb Erekat no solo obstaculizó cualquier acuerdo con Israel, sino que encabezó numerosas campañas de infundios contra el Estado judío
(Foto: CNN)
Pocas semanas después, Erekat subió la apuesta. Quería ser mejor que Goebbels y ponía todo su empeño. Apareció en todos los medios, utilizó CNN cuantas veces quiso, para clamar con rostro de preocupación desde su cómoda residencia en Jericó que el ejército israelí no solo estaba por entrar a la Basílica de la Natividad en Belén, sino que además la iba a destruir y cientos de civiles palestinos, según definición de Erekat, iban a ser “masacrados”, así como los sacerdotes.
Ya pasaron muchos años, y ya entonces se supo que lo que decía Erekat era falso. No había civiles palestinos en la iglesia. Más de cien hombres armados habían entrado por la fuerza para eludir la confrontación en el marco de la intifada, y se apoderaron del lugar tan sagrado de la religión católica que hoy todos podemos visitar y admirar. Se quedaron dentro de la iglesia durante más de un mes. La dejaron en estado deplorable, con destrozos varios y vandalizaciones diversas. La crisis concluyó con 13 palestinos acogidos por países europeos: España e Italia. 26 palestinos fueron llevados a Gaza, donde fueron recibidos como héroes. Los 84 palestinos restantes, contra quienes Israel no tenía nada, recuperaron la libertad tras un simple control de identidad. Mientras tanto, los monjes franciscanos encargados de la custodia del templo señalaron que los palestinos que abandonaron la Basílica de la Natividad de Belén dejaron el recinto deteriorado y en gran desorden.
Pero Erekat mantuvo su estructura de propaganda durante largo tiempo. Hasta que no se abrieron las puertas de la iglesia en Belén, y hasta que no se vio cómo todos quienes estaban adentro salían y nadie había ni masacrado ni bombardeado nada, la rueda del antisemitismo disfrazada de críticas contra Israel rodó brutalmente, asentó el antisemitismo en Europa, hizo nacer y renacer el antisemitismo latinoamericano, pero la situación entre palestinos e israelíes que Erekat creía iba a modificarse ante su presión con semejante relato, se quedó una vez más por el camino.
Erekat convenció a sus líderes de rechazar el plan de paz de Ehud Olmert en 2008 (si se concretaba quizás perdía su posición de negociador negativo permanente); mientras Obama y Netanyahu discutían por diez meses la situación de los asentamientos, y a pesar de la política de Obama al respecto y sus encontronazos con el gobierno de Israel, Erekat convenció a sus jefes de no participar, y el resultado de todo eso ya lo conocemos.
Por supuesto que rechazó toda oferta de Trump, se unió al coro dirigido por Mahmud Abbas de que los Emiratos y Bahrein le habían dado una “puñalada por la espalda” a los palestinos al firmar la paz con Israel; y lo peor de todo, lo hizo en estos últimos meses en que no sabía que su vida llegaba a su fin, cuando junto a sus jefes les prohibió a sus compatriotas palestinos cruzar la frontera y tratarse médicamente, y no solo de coronavirus, en Israel.
Ni siquiera permitió que los palestinos recibieran ayuda para resistir al Covid, pero él se fue a que lo atendieran en un hospital de Israel
Antes de los acuerdos entre Emiratos Árabes e Israel, en mayo, Emiratos llenó dos aviones de carga para la Autoridad Palestina con respiradores, equipos de protección contra Covid, pero Erekat y sus jefes lo rechazaron porque los aviones iban a llegar desde el aeropuerto Ben Gurión.
Erekat murió este lunes pasado en el Hospital Hadassah en Jerusalén, como ya se sabe. Estuvo un mes bajo atención médica israelí, pero el Covid lo venció. Sus compatriotas no lo pueden hacer. El Enviado Especial para Medio Oriente de Naciones Unidas, Nikolay Mladenov, escribió en Twitter que Erekat murió convencido de que Israel y los palestinos pueden vivir en paz. Mladenov tiene razón en cuanto a que palestinos e israelíes deben vivir en paz, pero se equivoca de medio a medio diciendo que Erekat fue parte de ese proceso necesario. Ni siquiera permitió que los palestinos recibieran ayuda para resistir al Covid, y él se fue a que lo atendieran en un hospital de Israel.
Pero Naciones Unidas no es solo Mladenov, por supuesto. Hace dos días, el secretario general António Guterres advirtió que, junto con el coronavirus, el virus del antisemitismo y otras formas de odio se están propagando, algo que hay que combatir junto con las mentiras y el odio que condujeron al surgimiento del nazismo y que fracturan las sociedades actuales.
“En los últimos meses, un flujo constante de prejuicios ha seguido arruinando nuestro mundo: asaltos antisemitas, acoso y vandalismo; negación del Holocausto. Reclamo por un retorno a la razón, ya que el odio no discrimina, y cuando las sociedades caen en la represión y la violencia, todos somos vulnerables”.
¿Dónde estaba, señor secretario general, hace una semana, cuando se votaron siete, no una, siete resoluciones contra Israel en su Asamblea General, con redacciones interminables y tan abominables como las prédicas de Erekat de hace dos décadas, tanto que ni siquiera denominan al Monte del Templo como históricamente corresponde, y la histeria de votar y votar e incitar e incitar ha llevado a que un lugar sagrado para tres religiones solo se nombre en sus Naciones Unidas con denominación árabe? Gracias por sus palabras, señor secretario general, pero la existencia de los pueblos pasa por la vida real. Y en esa vida real, su organización da vergüenza.
*Doctor en Relaciones Internacionales, director de Latinoamérica en B’nai B’rith (Uruguay).
Fuente: Radio Jai. Versión NMI.