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Jaime Barres*
A sí nos recibía la señora Marianne Kohn Beker, o “la mamá de Ilana”, como también la llamábamos en aquellas primeras reuniones a las que Nahir Márquez, Eduardo Sanabria (Edo) y yo acudíamos para intercambiar ideas, calcular tiempos y tomar las decisiones que finalmente nos permitieron participar en uno de los proyectos editoriales más importantes y hermosos que se han llevado a cabo en los últimos años en nuestro país: los tres volúmenes de la colección “El país de los brazos abiertos”, publicados por Espacio Anna Frank.
Después, su trato cariñoso y sus conversaciones sabrosas nos fueron dando permiso para llamarla, sencillamente, Marianne.
Sabía mucho. Yo creo que sabía de todo. Recuerdo que en una ocasión me mostró un libro que escribió sobre las sinagogas de Venezuela y el Caribe; sus comentarios alrededor de cada texto y cada foto iban más allá de lo que allí decía o se veía. Eran verdaderas lecciones de vida que jamás olvidaré.
Dejo entonces aquí, en palabras breves, mi agradecimiento a Marianne por tantas enseñanzas y por su amor a Venezuela. Escribo aquí mi testimonio de que tuve el privilegio de conocerla. Y fue maravilloso.
*Escritor, profesor universitario y guionista.
Carolina Jaimes Branger
Estas son las líneas que no hubiera querido tener que escribir… Son las líneas del dolor, de la estupefacción, de la consternación. Son las líneas de la despedida para alguien de quien jamás hubiera querido despedirme.
Cuando Carol Ramírez, directora ejecutiva de Espacio Anna Frank, me llamó y me dijo: “¿Supiste de la partida de la señora Marianne?”, mi primera reacción fue preguntarle: “¿Y Marianne se fue de Venezuela?”. El silencio de Carol me dio la respuesta. Y es que para mí imaginarme a Marianne enferma era imposible. Mucho menos muerta. Su vitalidad era asombrosa… ¡Si parecía una adolescente! Siempre planeando, siempre inventando, siempre obrando.
No quiero referirme a las cosas que hizo Marianne, porque todos en la comunidad las conocen y las aprecian. Menos aún después de haber leído el hermoso panegírico que sobre ella escribió el rabino Brener.
Nunca la escuché decir que odiaba a nadie. Buscaba en cada ocasión entender la parte humana. Por y para eso fundó nuestro Espacio Anna Frank: una organización desde donde se propiciara la coexistencia. Porque para coexistir es necesario entender al otro, y en eso Marianne era una maestra.
Sus hijos, nietos y bisnietos tienen como herencia una estela de bien hacer, dignidad y decencia. Un tesoro en un mundo donde abunda la maldad, la vileza y la corrupción. Su partida fue como su vida: con decoro. Como ella misma dijo, hay cosas peores que la muerte. Y pensando en la muerte, quiero dedicar a su memoria este párrafo de El fantasma de Canterville de Oscar Wilde: “¡La muerte debe ser tan hermosa! Acostarse en la suave tierra marrón, con las hierbas ondeando sobre la cabeza y escuchar el silencio. Es no tener ayer ni mañana. Es olvidar el tiempo, olvidar la vida, estar en paz”.
De toda esta tristeza, me consuela saber que mi amiga Marianne está en paz.
Solo me queda añadir que para mí fue un honor que alguien como ella me favoreciera con su amistad. Y es que hacen falta muchas Marianne Beker en Venezuela y en el mundo. Su pérdida no es solo una pérdida para la colectividad judía. Es una pérdida para el país.
Quiero terminar con unas palabras de la escritora estadounidense Minna Thomas Antrim: “Una mujer hermosa deleita la mirada. Una mujer sabia, el entendimiento. Una mujer pura deleita el alma”.
Mi amiga Marianne deleitaba la mirada, porque era bella. El entendimiento, porque era sabia. Y el alma, porque era pura.
Ildemaro Torres*
Voy a referirme, y de comienzo reitero que lo hago con absoluta identidad y profunda devoción, a mi muy querida amiga y noble compañera de desempeño en tantas honrosas funciones: Marianne Kohn Beker, un ser humano sencillamente extraordinario, una fina y cultísima dama en goce desde siempre, y merecidamente a lo largo de su admirable existencia, del más sentido reconocimiento colectivo, donde quiera que estuvo e hizo sus sabios y dignos aportes. No es recurrir de mi parte a la acostumbrada fórmula de agradecimiento por lo que se me permita decir ahora y aquí en estas líneas, sino en verdad un alto honor poder hacer esta sentida alusión a ella.
Sabido es, y lo hemos reiterado sistemáticamente, que Marianne fue fundadora de la organización Espacio Anna Frank, y que entregó a ella su talento creativo, que en la misma volcó con estimulante fe su entereza y dedicación, siendo distinguida integrante de su Junta Directiva en todo sentido y con especial vocación orientadora a lo académico, como lo fue en su inolvidable vida universitaria; se recordarán sus intervenciones en reuniones como las llamadas “oficiales”, y también las denominadas “conversaciones”, incluso en determinadas residencias, como lo hizo junto a otros participantes a los fines de implementar el taller “La paz social y la resolución pacífica de los conflictos”, y redimensionar los fines educativos de esas actividades, de su significado y alcance en el contexto de nuestra comunidad venezolana.
Aclaro además que la enumeración de aspectos en su meritoria hoja biográfica no es simple recuento de posiciones desempeñadas, sino forma de valorar la contribución brindada por ella a título personal, y también institucional, no solo a artistas y escritores, sino en términos generales a la cultura nacional. De allí que en su nombre y en su homenaje, ante la degradación a que está sometido el país por un régimen que es ajeno a apreciar y respetar el valor social de los intelectuales, creadores y artistas, sigamos firmemente su ejemplo. Para ello recordemos también, como ella lo haría, que el Espacio Anna Frank es un lugar que trasciende lo físico, y en el cual las personas hallan un punto de encuentro donde manifestarse libremente, lejos de todo prejuicio o estereotipo, en razón de nuestro derecho a la vida y a vivirla en paz.
Queda Marianne, en nuestro recuerdo, con su integridad, culta y generosa, fiel a sus orígenes judíos y su entrega a Venezuela.
*Presidente honorario de Espacio Anna Frank
Nahir Márquez*
Cuando supe de la desaparición física de Marianne Kohn Beker (Z’L), la primera sensación que experimenté fue de confusión, el desconcierto emocional de no poder conectar la vida intensa, el poder creativo que se siente en alguien como ella, con el concepto de muerte, ni siquiera por un instante. No es negación, podría ser quizá el reconocimiento profundo de que la historia no termina cuando el cuerpo se cansa y hay que abandonarlo.
Trabajar con Marianne, tenerla cerca, era conectarse de inmediato con un ser humano de alto nivel. El respeto al semejante, las diferencias que nos contienen y describen junto a su contemplación amorosa, la alegría por los detalles de la vida y la inclusión de todo lo que esta contiene para apreciarla y amarla como abanico de opciones y espejo de nosotros mismos, formaron parte de su vida y acciones diarias.
Fue cónsona e íntegra, amorosa y leal, reconocedora del auténtico mérito en el otro, un hermoso ser humano. Extrañar la labor a su lado en Espacio Anna Frank, organización de la cual fue directora académica, ya era para mí cuestión cotidiana; y es muy probable que lo siga siendo. De seguro me seguirán alegrando también los pensamientos e inspirando fuerza y empeño, cuando el ímpetu amenace con escapar.
Feliz viaje a casa, mi muy querida y admirada Marianne. Gracias, siempre.
*Coordinadora de Comunicaciones de Espacio Anna Frank
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1 Comment
Que bellos homenajes a Marianne Beker Z’L
además de muy merecidos