Jorge Rozemblum*
En muchas culturas se celebra el final de un ciclo anual, generalmente relacionado con el clima y la naturaleza. En alguna ocasión comentamos que los judíos de hecho tienen varios inicios de año: el más conocido, y que justamente recibe el título, es el de Rosh Hashaná (que celebramos hace pocas semanas), aunque oficialmente los meses se cuentan a partir de Nisán, que conmemora el comienzo de la identidad de Israel como pueblo tras la salida de la esclavitud en el Egipto faraónico.
También se alude al año nuevo de los árboles (Tu Bishvat), pero sin duda el ciclo “no natural” más importante es el que finaliza y reinicia la lectura del Pentateuco, la Torá, al acabar las Altas Fiestas. Tal es la importancia de este punto de inflexión anual, que la efeméride lo adjetiva (algo que no hace con ninguna otra festividad) como Simjat Torá, atribuyéndole sin lugar a dudas un carácter inapelable de alegría (que es lo que simjá significa en hebreo). Forma parte del octavo día de asamblea (Sheminí Atzeret), que sigue inmediatamente a Sucot.
Quien haya acudido a esta ceremonia en una sinagoga puede corroborar el entusiasmo colectivo que se desata en una grey que el resto del año permanece respetuosamente centrada y ensimismada. En algunas congregaciones, la noche de la víspera se sacan los rollos de la Torá del arca.
En esa jornada se da lectura a los últimos versículos (la bendición del agonizante Moisés en Bezot Haberajá), y se reinicia la lectura desde el principio (el Bereshit que abre el libro del Génesis). Cada vez que se abre la Tevá donde se guardan los pergaminos enrollados, el kahal, la comunidad, rodea en danzante procesión (Hakafot) 7 veces el interior de la sinagoga en torno al púlpito, portando todos los rollos, besándolos con la punta de su talit (el manto de oración) en un jolgorio que puede durar horas.
El servicio religioso de la mañana siguiente también es único, ya que todos pueden acudir a leer una parte, incluso los niños
El servicio religioso de la mañana siguiente también es único, ya que todos pueden acudir a leer una parte, incluso los niños. Las máximas muestras de honor son otorgar el último y el primer turno de lectura de sendos rollos: jatán (novio) Torá y jatán Bereshit, respectivamente.
Esta jubilosa ceremonia es tan particular y diferente de otras, al menos de las religiones monoteístas, que se ha convertido en un símbolo de la identidad judía. Ello quedó patente especialmente en los años 1970 en la Unión Soviética, y llegó a convertirse en masiva (con más de 100 mil asistentes) en las calles de Nueva York como muestra de apoyo a las restricciones de culto y emigración que sufrían sus correligionarios allende el Telón de Acero.
Con el tiempo, esta demostración pública se ha convertido en ritual anual habitual en muchas comunidades estadounidenses, y cada vez más en el resto del mundo, regocijándose porque este ciclo nunca acabe del todo, sino que cada final sea el comienzo de una nueva vuelta de tuerca a la sabiduría de la Biblia.
*Director de Radio Sefarad (Argentina)