D ice el Sefat Emet ZT”L: “Los ojos humanos, mundanos y materiales, se dejan seducir fácilmente por su entorno, ya que lo único que consiguen ver es lo vano y lo superfluo. Pero la mirada hacia lo interno, la que escudriña dentro de las profundidades de las cosas, es solamente herencia de los sabios. No obstante, el soborno es tan poderoso que también consigue cegar esta sabia mirada”.
Cada uno de nosotros tiene la libre elección de ver dentro de su realidad aquello que llene sus intereses. Si es hacia lo superfluo, se conformará con el beneficio que da la estética y la belleza. Pero si busca algo más allá de lo aparente, y trata de encontrar sentido a lo que le rodea, su mirada será sabia, profunda, trascendente.
El soborno —dice la Torá— hace desviar incluso esta visión de la gente sabia y elevada. ¿Por qué?
El hombre inevitablemente es afectado por su entorno. No existe quien pueda declarar sobre sí mismo estar limpio del qué dirán, o que no se siente bien cuando alguien le da una palmada en la espalda. ¡Somos seres sociales!
¿Cómo salvarnos del soborno? Esto depende de un ejercicio. Es verdad, tal vez sea mucho pedir, pero “No hay peor lucha que la que no se hace”. Hay que ubicar en el sitio correcto el origen de las cosas que nos suceden. Tener la claridad de que todo lo que nos pasa, sea para bien, o para mejor, por causa de la naturaleza, o a través de alguien, todo, absolutamente todo, se debe a la intervención divina. Por ende, si hay necesidad de agradecer, en primera instancia es a quien otorga todo a todos. Por supuesto, hay que agradecer también a quienes intervienen para la materialización de esos favores, pero esto entra en el concepto de cumplir la voluntad del Todopoderoso, de comportarnos de forma ética y moral con nuestros semejantes.
De esta manera, nunca tendremos que subyugarnos ante nadie, sino ante el Creador del universo, manteniendo nuestro intelecto libre de tendencias e ideologías ajenas a lo nuestro. Esta es la forma que más nos acercará a liberarnos del soborno: fortaleciendo nuestra mirada para encontrar siempre, en todo lo que nos rodea, su infinita bondad y omnipresencia.
¡Shabat Shalom!
Yair Ben Yehuda