La felicidad es la “gasolina” de nuestra vida. Cuando estamos felices con lo que hacemos tenemos fuerza para vivir. Hay ganas de enfrentar los retos que la vida nos impone. Nuestros fracasos pueden ser la causa de desesperación y como consecuencia ser los que nos quita la felicidad de la vida. Hay que saber también enfrentar nuestros fracasos, y hasta se puede utilizarlos, con ayuda de las personas correctas, como una grúa para comenzar un mejor camino.
Pero lo mejor que podemos hacer es tratar de no fracasar. De no cometer los errores en lo mas posible.
¿Qué nos puede ayudar en esta tarea que a veces nos parece demasiado difícil?
La Torá, en el libro Bereshit, relata sobre el momento en el cual Yosef queda solo con la esposa de su amo Potifar, y ella trata de seducirlo; de acuerdo con el Midrash, Yosef estuvo muy cerca de ceder a la tentación, pero el hecho de que se le apareció la imagen de su padre lo alejó de cometer semejante acción negativa.
Los seres humanos tenemos debilidades: luchamos contra nuestros instintos y deseos, que a veces son muy difíciles de controlar. La Torá nos indica y nos ordena un código moral, ético y religioso, que nos sirve como senda de vida. No es aceptable la argumentación de que la persona no tiene culpa al cometer errores, ya que los deseos e instintos se sobreponen a la voluntad del hombre; la tentación al mal, Yetzer Hará, no es más fuerte que el saber que debemos actuar correctamente, Yetzer Hatov. El segundo debe controlar y dominar al primero.
El Midrash explica que si es verdad que Dios nos creo con la tentación al mal, al mismo tiempo ofrece el remedio, el cual no es otro que la Torá. Las instrucciones detalladas en ella permiten que el ser humano, se coloque frente la tentación y no escoge el camino fácil, ceder a las tentaciones.
Una de las herramientas que el Todopoderoso ofrece para alejarnos de la lujuria son los tzitzit. En nuestra parashá se encuentra el tercer párrafo de Shemá Yisrael, en el que se lee: “Ureitem otó, uzjartem et kol mitzvot Adonai vaasitem otam. Veló taturu ajaréi levavjem ve ajaréi einejem asher atem zonim ajareihem”, “y cuando los miren recordarán todos los mandamientos de Hashem y los cumplirán. Así no irán tras los deseos de su corazón y de sus ojos en pos de los cuales ustedes se desvían”.
Un individuo que tiene colocados los tzitzit y los ve en el momento en que siente la necesidad de cometer una falta, recuerda que la misma va en contra de la voluntad del Creador y se abstiene.
Nuestros sabios dicen que seguramente no pecará quien se coloca tefilín en el brazo y la cabeza, quien viste los tzitzit y fija la mezuzá en los marcos de las puertas. Significa esto que necesitamos ayuda física que nos aleje de acciones negativas, una señal que nos permita detenernos, al igual que le ocurrió a Yosef Hatzadik, por lo que no cedió a la tentación ejercida por la esposa de quien entonces era su amo. Estos cuatro elementos, tzitzit; tefilín de la mano; tefilín de la cabeza y mezuzot, nos permiten recordar lo que se espera de nosotros, cuál es la senda que debemos transitar.
Los ojos son nuestros “espías”. Ven muchas cosas: unas buenas, otras no; el corazón desea lo que nuestros ojos ven. A veces estos deseos son positivos, a veces no, el cerebro debe controlarnos, permitir que ejecutemos buenas acciones y nos abstengamos de lo negativo. En otras palabras, cumplir las mitzvot. Los tzitzit ayudan a que nuestro cerebro ejerza fiel y constantemente esta, su misión.
Complementando con la tefilá, mediante la que solicitamos la asistencia de Dios, tenemos en los cuatro elementos que menciona el Shemá Yisrael los “guardianes” que nos permiten alejarnos de la tentación al mal, del Yetzer Hará.