E n nuestra parashá aparecen las leyes de los animales (puros) que son permitidos ingerir y aquellos que no lo son.
El Rambán –Najmánides–, en su introducción al libro VaYikrá, aclara que, a pesar de que a este libro se le denomina Los estatutos de los cohaním, pues en ellos aparecen las leyes correspondientes al sacerdocio, de igual manera las leyes de los animales puros e impuros figuran aquí, pues ellos mismos pueden generar una situación de impureza en la persona. Y quien ingrese al Bet HaMikdash con su impureza, deberá traer un sacrificio (olá).
Del grupo de los mamíferos, Dios nos indicó qué animales (jayot) y qué bestias (behemot) son propias para nuestro consumo. Explica rabí Shimshón Hirsch, ZT”L, que estos son dos tipos distintos de cuadrúpedos. “Por un lado la bestia (toro, vaca, borrego, chivo, etc.) tiene la capacidad de someterse a la voluntad del hombre; en otras palabras, son como una bamá (plataforma) que enaltece al género humano. Los demás animales se encuentran en la categoría de jayot y son seres vivos independientes, los cuales no se dejan someter por el hombre. Sin embargo, en no pocas ocasiones encontramos que los versículos se refieren a los animales con el término de bestias, y a las bestias con el de animales. Por lo tanto, hay que considerar que las bestias son animales, y que los animales son bestias. Como figura en nuestra parashá: ‘Este es el animal que comerán de toda bestia sobre la faz de la tierra’ (11, 2).
Ya que este concepto fue recordado en las leyes correspondientes a la ingestión de esos animales, alude nuestra parashá a las cualidades espirituales de ellos y la influencia que pueden tener en nuestra persona. Así, estos seres vivos son animales en lo relativo a su condición física, y bestias en lo concerniente a su naturaleza espiritual, pues ninguna bestia puede ser consumida si se encuentra viva, y no hay jayá que pueda comerse, a menos que presente una naturaleza de behemá (de ser animal dócil y no salvaje), en el amplio sentido de estos conceptos. Por esta razón, de aquí se aprende que una trefá (animal con algún defecto o enfermedad que no podría vivir por doce meses) no puede ser ingerida, ya que no se considera viva. Asimismo, una jayá no puede servirnos de alimento, a menos que presente cualidades que la inclinen a someterse ante la autoridad humana”.
Hasta aquí sus palabras.
A nuestra Torá la llamamos Torat Jayím, “Una ley de vida”, en la que podemos encontrar solamente aquello que asegura a la persona vida y continuidad.
“Uno es lo que come”, es una frase popular entre los nutricionistas, y tienen mucha razón, pues la Torá nos revela por medio de estas leyes, que la acción de alimentarnos está estrechamente ligada a una actitud espiritual, donde cada uno de nosotros tiene la libre elección de optar por la vida o por lo contrario.
La Torá señala que el mundo físico que nos rodea está colmado de fuerza espiritual, positiva o negativa, y que al ingerir sus productos, los hacemos parte de nosotros. De esta forma, debemos dejar entrar a nuestro organismo solamente a la vida, pues un ser vivo con “vitalidad” llenará nuestro espíritu de su energía, y las cualidades dóciles que tenga, las haremos parte de nuestra naturaleza y conciencia humanas, proporcionándonos vida ética y moral.
El hombre fue creado para dar de sí mismo a los demás. Y las buenas cualidades humanas se caracterizan por ser una constante movilización de recursos, físicos y espirituales, a nuestro prójimo. Todo el tiempo que mantengamos nuestra maquinaria altruista en operación, nos consideraremos vivos de verdad.
Esta parashá nos dice que nuestra principal meta en el mundo deberá ser escoger la vida, y que en cada actividad de nuestro día a día, aunque se vea trivial (como comer), se encuentra esta vitalidad necesaria para nuestra existencia física y sobre todo espiritual.
¡Shabat Shalom!
Yair Ben Yehuda