Eliezer Shemtov*
-Dígame, Rabino: ¿el judaísmo se basa en la lógica o en la fe?
-Sí.
Uno de los grandes desafíos para el judío occidental es reconciliar religión y ciencia, especialmente si fue criado en uno de los países más laicos en el cual se instaló la separación entre Iglesia y Estado tan “religiosamente” ya al principio del siglo XX.
¿Son la fe y la razón dos aproximaciones irreconciliables, o pueden ser complementarias?
Depende de lo que uno entiende por “ciencia” y lo que entiende por “fe”. Tanto la fe como la ciencia se basan en axiomas que no son ni comprobables ni refutables. Serán “autoevidentes” para quienes los consideran como tales. Es a partir de dichos axiomas que se construyen teorías que luego se comprobarán o se refutarán. Así que tanto la ciencia como la fe tienen aspectos incomprobables, y tienen aspectos lógicos y se complementan entre sí.
Abraham y Moisés son las dos figuras clave en la fundamentación y consolidación del judaísmo. Abraham redescubrió y difundió el monoteísmo en el mundo; y siete generaciones después, en el monte Sinaí, Moisés nos trajo la Ley Divina, consolidando así un proceso iniciado por medio de su ancestro Abraham. Fue al pie del monte Sinaí que nació el pueblo judío, una nación cuya definición como tal y razón de ser es su compromiso de vivir de acuerdo con dicha ley, y trasmitir y difundir sus enseñanzas y valores a toda la humanidad.
El camino iniciado por nuestro patriarca Abraham comenzó por un proceso lógico. Este mundo tan complejo y perfecto no pudo haberse creado a sí mismo e implica un Creador, razonó. Tal fue su convicción, que salió a desafiar los poderes al frente de la cultura pagana e idólatra prevaleciente en aquella época. Es una de las razones por la que se llama Abraham Haivrí, o Abraham “del otro lado”. Además de la implicación de que provenía del “otro lado” del Éufrates, involucra la idea de que todo el mundo estaba de un lado ideológico, el del politeísmo y el paganismo, y Abraham estaba —solo— del otro lado, el de monoteísmo.
Por cierto, fue un logro nada despreciable; pero de ahí a conocer detalles sobre el Creador y Su deseo para con nosotros, ya estaba fuera del alcance de la lógica humana. No podemos deducir por lógica más allá del hecho de que el mundo tiene creador y de que ese creador no puede tener los límites que tiene un ser creado, ya que si así fuese, ¿quién lo creó a Él?
Si bien eventualmente Dios se revela a Abraham y entra en un pacto con él y sus descendientes, ese fue nada más el inicio de un proceso. Pasaron siete generaciones —230 años de esclavitud egipcia y Éxodo de por medio— hasta que se dieron las condiciones para que Dios se revelara ante el pueblo judío en el monte Sinaí para trasmitirnos Su sabiduría y deseo por medio de Moisés, como está documentado en la Torá.
Así que la dimensión lógica del judaísmo aportado por Abraham la podemos entender, y la dimensión revelada por medio de Moisés, aunque no se pueda comprobar, la aceptamos en base a la fe.
¿Por qué debería un ser racional creer en algo que no se puede comprobar ni refutar?
En la misma formulación de la pregunta está la llave de la respuesta. Está mal formulada. La fe no está basada en un “por qué”; si hubiese un “por qué”, no haría falta recurrir a la fe. Dicen por ahí que “ver es creer”, pero ¿será así? Si veo algo, ya no hace falta creer.
¿Cómo hago, entonces, para decidir si creer o no en algo?
Hay una historia bíblica que me parece muy ilustrativa para poder entender el tema en su esencia. En la historia de Sansón y Dalila leemos (Jueces, 16) sobre los intentos de Dalila de lograr que Sansón le revelara el secreto de la causa de su fuerza sobrehumana. La intención de ella era saber para así poder neutralizarlo y entregarlo a los filisteos, su pueblo de origen.
En tres ocasiones distintas le mintió. La cuarta vez que le preguntó, le dijo que fue consagrado como nazareo desde que nació, y como consecuencia de ello nunca cortó su cabello; si se cortara su cabello perdería la fuerza extraordinaria que acompañaba su estado de nazareo. Dalila informó a los enemigos que ya tenía la respuesta, y que se prepararan para ponerlo preso. Mientras Sansón dormía le cortó el cabello, y como consecuencia de ello perdió toda su fuerza y los filisteos lo apresaron.
El Talmud (Sotá, 9b) pregunta: ¿Cómo sabía Dalila en esa oportunidad que Sansón no le estaba mintiendo con su respuesta, si ya le había mentido sobre el mismo tema tres veces? El Talmud documenta varias opiniones al respecto. La primera respuesta contiene nada más tres palabras: Nikarin divrei emet, “las palabras de verdad se reconocen”. ¡Qué sencillo! y a la vez ¡qué fuerte! La verdad simplemente resuena de otra manera. No necesita reforzarse con apoyos externos.
Un ejemplo contemporáneo que he utilizado en conversaciones con más de un grupo, es la certeza que tiene la gente en cuanto a la veracidad de las atrocidades del Holocausto. ¿Cómo podemos saber a ciencia cierta si es verdad o no que en los campos de concentración y de exterminio nazis realmente ocurrieron aquellas atrocidades totalmente incomprensibles e inimaginables?
La fe no está basada en un “por qué”; si hubiese un “por qué”, no haría falta recurrir a la fe. Dicen por ahí que “ver es creer”, pero ¿será así? Si veo algo, ya no hace falta creer
Cuando hago la pregunta la gente se espanta. “¡¿Cómo?! ¿No cree Ud. que perecieron seis millones de judíos en el Holocausto?”, preguntan incrédulos. “Take it easy. No tengo dudas al respecto,” respondo. “Mi pregunta es simplemente: ¿en qué basan su certeza? ¿Cómo saben que fue así?”
Generalmente, la respuesta es que hay pruebas, documentación, fotos, etc. Mi siguiente pregunta es: “¿Investigaron toda la documentación y verificaron que no sea falsificada? Fíjense que la Lista de Schindler, parece ser un documental y en realidad es un producto de Hollywood”.
“Bueno, rabino, ¿cómo sabe Ud., entonces, que es verdad?”
“Les compartiré mi sistema. Yo no vi los sucesos personalmente, pero vi los ojos que los vieron. Escuché testimonios de primera mano de quienes lo vivieron. No necesito documentación para comprobar la veracidad de los hechos ni de los testimonios que escuché de testigos oculares. Nikarin divrei emet.”
Muchas veces me pregunto: si bien es una respuesta válida para todos aquellos de nosotros que escuchamos sobre el Holocausto de primera mano y vimos los ojos que lo vieron, ¿qué pasará con la siguiente generación, que no tendrá esa oportunidad? ¿Cómo tendrán ellos esa certeza? Habrá quienes recurrirán a archivos, y habrá quienes basarán su convicción en haber escuchado el relato de aquel que vio los ojos que lo vieron.
Algo parecido sucede en cuanto a nuestra fe en Matán Torá. A aquel que tiene dudas al respecto no le ayudará demasiado toda la documentación que hay. En cambio, aquel que cree en la veracidad del relato porque es sensible a ese timbre reconocible e inconfundible de la verdad, no necesita pruebas y nada podrá refutar ni sacudir su fe al respecto.
En el judaísmo, tanto la lógica y su rol, como la fe y su rol, son más complejos, sofisticados y desafiantes de lo que parecen a primera vista. Ambos son como las dos alas del pájaro que juntas permiten volar. El uno sin el otro es incompleto y disfuncional.
Te invito, querido lector, a que en este Shavuot analices cómo manejas estos dos componentes, cuánto sabes de ellos y su funcionamiento, y cómo hacer para cultivar y desarrollarlos aún más.
*Rabino y escritor radicado en Uruguay.
Fuente: semanariohebreojai.com.
Versión NMI.