A partir del segundo día de Pésaj se inicia la cuenta de los cuarenta y nueve días del Ómer (Sefirat Haómer). Estamos por culminar la cuenta de las siete semanas hacia el quincuagésimo día, el cual marca la festividad de Shavuot.
Esta es conocida como Jag Matán Torateinu (la fiesta del recibimiento de la Torá). Es importante resaltar que ese día Benei Israel escuchó los diez mandamientos en el pie del monte Sinaí.
Existe otra festividad que podría considerarse similar a Shavuot; se trata de Simjat Torá, en la cual se celebra el fin del ciclo de la lectura de los cinco libros de la Torá. Ocurre el último día de Sucot.
Podríamos preguntarnos si son necesarias ambas festividades. ¿Acaso no es suficiente con solo una de ellas?
El Maguid de Dubnov (rabino Yacov Krantz, 1741-1804) responde a la interrogante con una parábola.
Hubo una vez una pareja real que no pudo concebir por muchos años. En cierta ocasión visitaron a un anciano sabio para obtener de él una bendición que les permitiese tener descendencia. El anciano les dio su bendición pero les dijo: “Hay una condición. Si tienen una hija, ella no podrá ver otro hombre que no sea su padre hasta el momento de su boda. Si otro hombre la ve antes del matrimonio, ella morirá”.
Nació una niña y los padres dispusieron para ella de un palacio, en el cual las necesidades de la princesa estaban más que cubiertas. Por supuesto, en dicho palacio, no existía presencia masculina alguna.
Cuando la niña creció y llego a una edad casadera, su padre el rey inició la búsqueda del novio adecuado. Se puso en contacto con un número muy importante de jóvenes que cumplían con los requisitos para ser su futuro yerno; no obstante, había un problema. A quien el rey ofrecía su hija como esposa, se mostraba contento y agradecido, pero solicitaba conocer a la princesa antes de decidir si aceptaba acceder a los esponsales. Cuando el rey les informaba que no la conocerían hasta el momento de la boda, todos rechazaron la propuesta.
Finalmente, encontró un joven que accedió. Basó su decisión en el conocimiento que tuvo de la personalidad de los monarcas, por lo que estuvo de acuerdo en casarse con la princesa aún sin conocerla.
Llego el día, y la boda se celebró con esplendor y alegría. Todos los presentes bailaron y cantaron. Por fin la princesa pudo llevar una vida normal.
Sin embargo, el novio no se mostraba muy contento el día del matrimonio. Hasta ese momento se guardó para sí sus temores. Precisamente ese día tan especial sus dudas y temores salieron a flote. Su esposa era por cierto bella pero, ¿y si descubriera defectos en su personalidad? ¿Quizá era portadora de una grave enfermedad? Esas dudas no lo dejaron alegrarse del todo el día de su boda.
Con el pasar del tiempo no solo no percibió defectos o enfermedades en su esposa, sino cada día encontraba más cualidades y virtudes en la princesa. Estaba muy feliz pero le molestaba algo. Le molestaba haber estado feliz por completo el día de su boda. Fue entonces a visitar a los reyes, les agradeció enormemente por permitirle ser la pareja de su hija, una mujer tan especial, y de nuevo les pidió casarse con ella para disfrutar de la ocasión en forma plena. En esta nueva boda solo el bailó con su esposa para demostrar su amor a tan especial persona.
Y de la parábola a nuestra pregunta.
Antes de ofrecerle la Torá a nuestro Pueblo, según el Midrash, Dios la ofreció a otras naciones. La Torá fue cuestionada y no la quisieron recibir. Solo Am Israel la recibió sin ningún cuestionamiento. Afirmaron: Naasé Venishmá (“Haremos y escucharemos”).
En Shavuot la recibimos aun sin conocer su contenido. Pero desde aquel entonces y hasta el presente cada vez que la estudiamos, la Torá revela cada vez más sabiduría y belleza. Al pasar el tiempo se incrementa la valoración de ese tan apreciado regalo que Dios nos concedió.
Simjat Torá es la festividad que demuestra nuestra alegría al finalizar una vez más el ciclo de su lectura y estudio. Es la fiesta en la que manifestamos el conocimiento que tenemos de ella.
Shavuot es una fiesta en la que nuestra fe es el punto focal. Se refiere al pacto eterno que tenemos con Dios.
Así como aceptamos la Torá sin ninguna duda, de ese modo Dios se comprometió de cuidarnos como su pueblo elegido, sin poner condiciones.