E xisten ángeles que afirman que no somos lo suficientemente buenos, ¡y tienen razón! Como seres perfectos, los ángeles mantienen la perfección como su estándar de medición; ese patrón nos ha ocasionado problemas desde la Creación.
Cuando Dios decidió crear al ser humano, con su humildad característica, pidió opinión a los ángeles. Por supuesto, la respuesta fue: “¡No! ¡No lo hagas! Mentirán, romperán las reglas, cometerán errores. ¡No vale la pena!”. Sin embargo, Dios decidió que, a pesar del riesgo, valía la pena, y así fueron creados Adán y Eva, explicando a los ángeles que seríamos bondadosos unos con otros.
Cuando llegó el momento de entregar la Torá, los ángeles no aceptaban que Dios confiase en nosotros. Moisés estuvo en el cielo durante cuarenta días y cuarenta noches aprendiendo la Torá, y se preparó para entregarla al pueblo judío. Los ángeles se presentaron ante Dios y le dijeron: “¿Qué hace este simple mortal aquí?”. “Ha venido a recibir la Torá y entregársela al pueblo judío”, respondió. “¿Qué? Tienes que estar bromeando. Le estás proporcionando el supremo deleite celestial a un grupo de seres humanos. Ellos seguramente la profanarán, ¡no la merecen!”, dijeron los ángeles. Dios dijo a Moisés: “Respóndeles”, y Moisés preguntó a los ángeles: “¿Qué dice la Torá?”. “Honrarás a tu padre y a tu madre”, respondieron. “¿Tienen ustedes un padre y una madre que les permita cumplir esta orden? ¿Qué más dice?”. “No codiciarás”. “¿Tienen los ángeles posesiones sobre las cuales deben ser advertidos de no ambicionarlas? ¿Qué más dice la Torá?”, dijo Moisés. “No cometerás adulterio”, dijeron los ángeles. Moisés los convenció que la Torá, plena de leyes sobre dinero, comida y relaciones, claramente nos pertenecía. Esas criaturas celestiales quisieron quemar a Moisés con su aliento de fuego, pero Dios dijo a Moisés que se aferrase a su santo trono, y al hacerlo, Moisés se salvó y fue capaz de entregar la Torá a Benei Israel.
Cualquier persona con sensibilidad espiritual se da cuenta de que el cumplimiento de la Torá en su totalidad es una tarea casi imposible. Los ángeles estaban en lo cierto. La menoscabamos, erramos. Sin embargo, ello no es nada nuevo para Dios; él sabía desde el primer momento con quién estaba tratando, pues ¡Él nos creó!
Cuántas veces se pretende ayudar a un amigo, hacer algo especial en honor del shabat, otorgarles a los hijos una mejor educación judía, trabajar en cómo tener una mejor relación con los padres, etc., pero cuando se pensaba sobre el objetivo fijado, parecía demasiado difícil, imposible lograrlo. ¿Por ello abandonamos completamente la meta propuesta?
Casi podemos oír a los ángeles argumentando en nuestra contra. Lo que afirman es probablemente cierto. Pero hay una profunda verdad: incluso si se hace una buena acción una vez, que haya permitido el progreso espiritual que durará por toda la eternidad, se está trayendo najat (alegría al Creador, y santidad a la vida). Nunca se perderá el esfuerzo invertido.
Esto es algo que los ángeles no entienden. ¿Cómo podemos obtener crédito por lo que a ellos les parece pequeños éxitos? Pero ellos no tienen que lidiar con el tipo de tentaciones que los seres humanos enfrentan a diario.
Una vez, Dios decidió mostrárselos. Tres ángeles fueron a visitar a Abraham, después de que este se circuncidó, para informarle que tendría un hijo. Abraham les preparó una comida digna de recordar. Dios les concedió la capacidad de comer, solo por esa vez. Por un momento exquisito, los ángeles disfrutaron al hundir sus dientes en una comida suculenta, y estaban tan inmersos en el placer, que perdieron contacto con su realidad espiritual. ¿Ello siempre sucede? ¡Por supuesto! Alimentos y otros placeres físicos pueden acercarnos a Dios, pero también pueden hacernos olvidar al Creador. En ese momento los ángeles entendieron lo que significa ser humano y tener que hacer frente a las tentaciones. Les llevó más de un siglo recuperarse de la caída espiritual que significó una comida y poder volver al cielo. No fue sino hasta tres generaciones más tarde, en los días de Jacob, nieto de Abraham, que dichos ángeles fueron capaces de volver al cielo (este es uno de los significados del sueño de la escalera con los ángeles de Jacob que suben y bajan; se dice que Jacob estaba presenciando el regreso de esos tres ángeles al cielo).
Incluso Moisés tuvo que hacer frente a las dudas causadas por los reproches de los ángeles. El Midrash nos enseña que cuando, inicialmente, Dios se le apareció a Moisés en la “zarza ardiente” y le pidió que fuese a redimir al pueblo judío, Moisés dijo que no; una semana discutieron sobre ello. Pareciese jutzpá, pero Moisés realmente tenía un argumento: sabía que a pesar de ser capaz de sacar al pueblo judío de Egipto para recibir la Torá y entrar en la tierra de Israel, no sería capaz de purificarlos espiritualmente lo suficiente como para que pudiesen alcanzar la redención completa. Él sabía que pecarían después de su muerte y serían enviados a un exilio similar al que en ese momento se encontraban. Así que ¿para qué molestarse?
¿Suena familiar? Pero Dios quería que fuera de todos modos, y eso es lo que tenemos que hacer. Lo que Moisés estaba diciendo era cierto, pero la verdad es que hay que intentarlo: hacer la voluntad de Dios en ese momento y no pensar demasiado.
La verdad es que este Shavuot vamos a recibir nuevamente la Torá. Antes de que la fiesta culmine, querámoslo o no, la mayoría de nosotros, de alguna manera, probablemente habremos de trasgredir. Dios sabe lo que está haciendo cuando nos entrega la Torá. Ella está hecha para las personas que quieran robar, codiciar, o que desean satisfacer sus deseos mundanos. ¡Está hecha para nosotros! Somos nosotros los que la necesitamos, y Dios nos ama tanto que nos las da, sabiendo que vamos a errar, pero también sabiendo que vamos a ser bondadosos unos con otros. Tal vez una pequeña parte de esa bondad es estar al lado de nuestros semejantes en el momento en que muestren debilidad.