“T oda la enfermedad que puse en Egipto no la pondré sobre de ti, pues yo soy Dios, tu médico” (15,26). Esta declaración de Dios es única. En ningún lugar vimos que el Todopoderoso se presente como médico dispuesto a curarnos.
Dios es nuestro padre bondadoso, o el rey misericordioso. Pero ¿por qué especialmente un médico? ¿Qué demostración de cariño nos trasmite con ello?
Explica el “Malbim”, ZT”L: “El Eterno nos dice: ‘Nunca los golpearé con la intención de castigarlos y hacerles daño, o maltratarlos, como hice con los egipcios. Aun cuando les deba enviar enfermedades a modo de correctivo, es únicamente porque yo soy el doctor personal de ustedes. Y así como el doctor en ocasiones lastima al paciente para sanar su enfermedad a través de la curación, de la misma manera los castigaré con la pura intención de curarlos del padecimiento (maldad) que está dentro de ustedes, y sanarlos en términos espirituales’”. Hasta aquí sus palabras.
Esta es la fórmula que debemos aplicar frente a cualquier tipo de malestar (lo älenu): saber que los dolores, achaques y demás incomodidades son solamente parte de un proceso de curación. Hay que tener presente que esta declaración (o promesa) fue dictada únicamente a nosotros. Dios es nuestro médico de cabecera y de nadie más.
¿Por qué? En nuestros trece pilares de emuná se encuentra el saber con plena seguridad que vendrá el Mashíaj y que los muertos resucitarán. Fuera del constante anhelo por mejorar nuestra situación, y de la inminente revelación de Dios en su mundo, se encuentra el hecho de creer firmemente que el mundo físico en que vivimos tiene un objetivo mucho más sublime y trascendental de lo que aparenta. De manera que todo, absolutamente todo lo que nos pase en esta vida no son más que medios para llegar a una riqueza espiritual incalculable. Por eso dicen nuestros sabios que toda persona deberá acostumbrarse a decir “También esto es para bien”, pues aun cuando jamás logremos conocer el por qué de las cosas, debemos tener la plena seguridad de que un buen objetivo persiguen ahora, o después de los 120.
A pesar de tener parte en el mundo venidero, los gentiles no disfrutan de una relación personal con el Creador del universo como nosotros. Seguro que todo lo que les sucede está absolutamente supervisado. Pero al no asumir la responsabilidad de difundir la voluntad de Dios en su mundo, están subordinados a quienes Dios encuentre esenciales para su plan universal. Y frente a cualquier mal comportamiento, simplemente son retirados o castigados para motivarles a hacer bien su trabajo.
Nuestra conciencia judía, más o menos exteriorizada, nos lleva a una inminente introspección sobre lo que sucede. Constantemente tenemos presente que lo que nos pasa es producto de nuestro comportamiento. Como solemos decir: ¡Kaparat Avonot! (Que sirva para expiar nuestras faltas).
“Yo soy Dios, tu médico”. “Te ha doler un poco, pero es por tu bien”. Esta es nuestra vida. Y en la medida que entendamos y nos concienticemos de que Dios desea relacionarse con nosotros de múltiples maneras, más disfrutaremos su cercanía.
¡Shabat Shalom!
Yair Ben Yehuda