U nas de las mitzvot que Dios indicó al pueblo de Israel para cuando entrara en la Tierra Prometida fue sembrar. Así está escrito en Vayikrá (Levítico) 19:23: “Cuando ingresen a la Tierra Prometida planten todo tipo de árboles comestibles”.
El midrash Tanjumá agrega que Dios le dijo al pueblo que a pesar de que iban a encontrar la tierra construida y con árboles bonitos, no debían ser perezosos diciendo “Ya tenemos todo listo”, sino que de todos modos plantaran árboles. “Igual como ustedes llegaron y encontraron lo que otros sembraron, así ustedes siembren para sus hijos”.
El midrash nos relata una historia sobre el emperador romano Adriano y un viejito judío (resumido de la página jabad.org.ar ):
El César paseaba por las plantaciones de Tiberíades, cuando notó la presencia de un anciano trabajando la tierra. “¡Oye, anciano! Probablemente has sido perezoso durante tu juventud, de modo que ahora, durante tu vejez, te ves obligado a trabajar”. “No, excelencia”, replicó el anciano. “He trabajado duramente mis años jóvenes, mas no por ello he de dejar de hacerlo en mi ancianidad, en tanto el Todopoderoso me dé fuerzas”.
“Pero”, continuó insistente el César, “¿qué edad tienes ahora? No pretenderás gozar de los frutos de este arbusto que ahora plantas. ¿Dónde estarás cuando esos retoños den su fruto?”. “Hoy cumplo cien años, majestad”, respondió el anciano. “Todos estamos encomendados en manos del Santo, bendito sea. Todos, jóvenes y ancianos. Si Él así lo dispone, podré gozar del producto de mi esfuerzo. Mas, si así no fuera, mi labor tampoco sería en vano. ¿Acaso mis padres no se esforzaron por mí? Así, pues, también yo trabajo y preparo para mi descendencia”.
“¡Por tu vida, anciano!”, exclamó el César. “¡Si logras el privilegio de ver con tus propios ojos cómo el fruto ha madurado, déjame saberlo!”.
El midrash continúa relatando que, después de tres años, el anciano judío le trajo al César una cesta llena de higos que crecieron en el árbol. El César, muy impresionado, ordenó a la servidumbre traer almohadones tejidos en oro, e invitó al hombre a tomar asiento. Luego llamó al encargado del tesoro y le ordenó que llenase la canasta del anciano con monedas de oro.
Debemos ver en la mitzvá de sembrar una orden y recomendación más allá del solo hecho de la siembra. Pienso que sembrar es un ejemplo mucho más amplio para nuestra vida. Cuando sembramos estamos invirtiendo en algo de lo que podemos gozar nosotros, pero también, o a lo mejor más, nuestros hijos y las siguientes generaciones. La siembra es una prueba de que se piensa en las generaciones futuras. Así sucede con muchas otras actividades que realizamos en nuestros hogares y en nuestra comunidad. Lo que estamos haciendo hoy es una inversión para el futuro.
¿Quién no disfruta de nuestro colegio y de nuestra Hebraica? Si no fuera por la visión a futuro de los pilares de nuestra comunidad, no los tendríamos hoy. Quién sabe cuántas generaciones más podrán disfrutar y cosechar los frutos de sus acciones de aquel entonces. Igual como nosotros nacimos o llegamos a esta comunidad, y encontramos tantas cosas que garantizan nuestra vida judía y social, así debemos continuar haciendo: invertir en nuestra comunidad, para que no solo nosotros, sino nuestros hijos, nietos y las futuras generaciones puedan disfrutar de lo que hagamos hoy.
En estos días, la Unión Israelita de Caracas comienza una obra de ampliación y remodelación de su sinagoga de Altamira. Es deber de una comunidad que la casa de Dios sea bella, linda y apropiada al honor que debemos brindar al Todopoderoso. Al mismo tiempo, es una gran oportunidad de formar parte de una obra que, si bien vamos a disfrutar en el corto plazo, también será una herencia para nuestros hijos y nietos. Tenemos la oportunidad de sembrar hoy en día en nuestra comunidad.
¡Sé parte de esto! ¡No pierdas la oportunidad!