S e sabe que entre las festividades de Pésaj y Shavuot se cuentan 49 días, y que este período se conoce como Sefirat HaOmer (cuenta del Omer). Cada noche, de forma continua y consecutiva, a partir de la segunda noche de la semana de Pésaj y hasta el día de Shavuot, los hombres dedican unos minutos después del rezo de Arvit (oración nocturna) a decir cuál día del Omer están contando.
Partimos de la base de que nacimos como pueblo en Pésaj, como un bebé que nace del vientre de su madre, al ser liberados de la mano de Dios. De la esclavitud opresiva física de Egipto hacemos un recorrido hacia el Monte Sinaí para recibir la Torá. Somos liberados en el pasado, y también en el presente: “En cada generación, cada uno debe sentir como si saliera de Egipto”.
Recorrimos el desierto para llegar al Monte Sinaí, elegido por Hashem por las cualidades del ceder y su humildad. Así recorremos durante 49 días nuestro interior, en busca de la libertad espiritual, imprescindible para Kabalat HaTorá (recepción de la Torá). Exploramos nuestras cualidades más básicas, encontrando a veces plantas con espinas, otras veces solo el desierto, pero también un oasis que deja de ser un espejismo y se vuelve poco a poco una hermosa realidad. El trabajo y la misión de Sefirat haOmer es refinarnos y pulir nuestro comportamiento hacia nuestros semejantes y hacia Dios de tal manera, que lleguemos completos y aptos para recibir el mayor regalo que tiene Hashem: su sagrada Torá.
Cuando una persona espera con expectativa un momento especial como un viaje, día de cumpleaños, su boda, el nacimiento de un bebé, etc.; solemos tachar del calendario cada día que pasa. Deseamos ver muchas marcas atrás y revisar que quedan pocas casillas para el gran día. Si para un judío lo más importante es recibir la Torá, ¿cómo se explica que el conteo del Omer no sea regresivo? Lo esperable sería que contásemos 49, 48, 47, 46… y así sucesivamente hasta el día 1 y el día 0. Pero en realidad hacemos justamente lo contrario; empezamos desde el día número 1 hasta el día 50, que corresponde a la fiesta de Shavuot.
La explicación nos la ofrece rabí Shimshon David Pinkus, ZT”L, con un ejemplo: “Una persona que gana el máximo premio de la lotería espera con ansias que llegue el día de cobrar el dinero. Cada día que pasa es una molestia, un obstáculo, una distancia que existe entre el ganador y su premio. El único sentimiento que evoca es desear que desaparezca lo más rápido posible. Son días sin ningún tipo de objetivo o significado, más que alargar la espera e incrementar la ansiedad. Pero si el sistema de la lotería contemplara que el premio de 10.000.000 va a entregarse a razón de 10.000 diarios, cada día sería una gran ganancia, momento para disfrutar y observar cómo la riqueza del afortunado crece de forma progresiva.
“Esto es Sefirat HaOmer, cuando entendemos que cada día, en lugar de ser un vacío que nos separa de la meta, es justamente el escalón que nos acerca a la cima. Así todo adquiere otra visión. Cada día es una oportunidad para mejorar algo chiquito, que con el paso del tiempo se convertirá en un logro muy grande. Cada paso y cambio pequeño es una tarea simple, motivadora y no ardua o abrumadora para la persona. Es la oportunidad de inspeccionar nuestro interior de forma atenta y descubrir posiblemente algunas de nuestras lagunas emocionales, o nuestros brazos cortos para con el prójimo, y el chance de rellenar esos huecos con material puro, sólido y duradero, para permitirnos llegar completamente trabajados a la meta final; como una escultura moldeada y pulida que puede ser admirada desde cualquier ángulo”.
Esta completitud, o shlemut, es un requisito para ser de los privilegiados que año tras año, con voluntad y amor, se presentan frente al simbólico Har Sinai y son capaces de decir: “Hashem, aquí estoy parado ante ti. Hoy mejor que ayer; este año más completo que el anterior. Conozco mis ‘huecos’ e intento rellenarlos. Quiero ser íntegro ante ti, lo cual incluye nuestra relación personal como padre e hijo, y mi relación con cada ser humano que me rodea, quienes, al igual que yo, somos obras de tu creación, pues provenimos de la misma fuente. Mi trabajo no termina aquí, pero de momento puedo decir que, gracias a la oportunidad que me das para mejorarme, estoy completo, y con el alma pura, ¡que me regalaste y renuevas cada día, Naasé Venishmá! (haremos y escucharemos)”.
Quiera Dios que tengamos la fuerza de voluntad, claridad, fortaleza y ayuda celestial necesaria para subir con paso seguro la escalera que nos lleva a la cima de ser la mejor versión de nuestra persona y podamos estar satisfechos. Amén.
¡Jag Shavuot Saméaj!
Coty Benarroch de Carciente