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L a siguiente expresión fue dicha por Moisés al pueblo de Israel como parte de su última voluntad y testamento: “Hablaste hoy a Dios para que Él sea tu señor... Y hoy Dios habló contigo, para que seas su pueblo”. ¿Puede darle sentido a este versículo? Si no lo comprende, tranquilo. Tampoco muchos de nuestros sabios.
Vamos a explorar cuatro de las muchas traducciones ofrecidas por los sabios, y en el proceso descubriremos que la Torá es difícil de descifrar no porque tenga poco sentido, sino porque tiene tanto, que abruma los sentidos.
1. Rabí Yehuda Haleví traduce este versículo en el sentido más literal. Dios nos trató maravillosamente, lo que nos inspiró a “decir”, lo proclamamos a Él como nuestro Dios; simultáneamente, nos comportamos de una manera loable, dándole a Dios el motivo de “decir” que nos proclama como su nación.
2. Rashi, el famoso sabio del siglo XI, sugiere que la palabra traducida como “habló” significa realmente “escogido”. Ese día elegimos a Dios entre todos los ídolos y Él nos escogió de entre todas las naciones.
3. Rashi entonces ofrece una segunda sugerencia, que enmarca el versículo en el contexto de la glorificación. Glorificamos a Dios accediendo a ser su pueblo, y Él nos glorifica haciéndonos su preciado pueblo.
4. Onkelos lo interpreta en su traducción del hebreo al arameo como jatáv, que significa cortar o tallar un bloque de madera. Esto puede entenderse en el espíritu del dicho talmúdico: “Tú me has hecho un solo bloque... Y te haré un solo bloque”. A través de la Torá, se forja un vínculo con Dios, que lo hace a Él y a nosotros una sola unidad.
Superficialmente, estas cuatro interpretaciones dan una sensación de caos. ¿Cómo puede interpretarse la palabra “dijo” de manera que signifique “seleccionar”, “glorificar” o “vincular”? ¿Existe relación entre estas traducciones aparentemente dispares? Al analizar, descubrimos un conducto que traza la historia de nuestra relación con Dios, y ofrece una visión de la progresión de una relación exitosa. Se puede decir que las relaciones avanzan a lo largo de cuatro etapas: proclamación, selección, glorificación y unificación. Por ejemplo, cuando una congregación se prepara para buscar un rabino, comienzan con una exploración de las virtudes del candidato. Examinan su currículum y, si les gusta, lo invitan a un período de prueba. Si están satisfechos con el candidato, tendrán motivos, como afirma rabí Yehuda Haleví, de proclamarse dispuestos para iniciar las negociaciones.
La segunda etapa consiste en contratar formalmente al rabino. Como Rashi afirma en su primera interpretación, la congregación selecciona al rabino de entre todos los candidatos, y el rabino, a su vez, selecciona a la kehilá.
La tercera etapa se desarrolla a medida que pasan los años y el rabino crece en su posición. El rabino y el kahál se dan cuenta de lo bien que se adaptan. Como en la segunda sugerencia de Rashi, la congregación se regocija en el éxito de su rabino, y el rabino en el crecimiento de ellos.
A lo largo de esta trayectoria de crecimiento, a menudo llega un momento en el que el rabino ha servido a la congregación durante varias décadas, y llega a identificarse con la congregación y esta con él. Se entiende que la kehilá y el rabino han crecido mutuamente. Como interpreta Onkelos, se han convertido en un solo bloque.
Esto también es cierto en el matrimonio. Comenzamos el proceso del matrimonio haciendo coincidir a nuestro posible cónyuge con una lista de virtudes que deseamos.
Si el candidato está a la altura de nuestras expectativas, si él o ella es exactamente lo que estamos buscando, o lo suficientemente cercano a lo que deseamos, nos dedicamos a cortejarlo. Si el cortejo progresa, vamos al siguiente nivel y proponemos.
Esta es la segunda etapa, la de seleccionarse unos a otros. La tercera etapa evoluciona con el matrimonio. La relación se desarrolla a medida que aprendemos más uno del otro, y disfrutamos de la persona que hemos aprendido a amar. Nos complementamos y nos hacemos mejores el uno al otro. Nos vanagloriamos de nuestra esposa, y ella de nosotros.
Después de varias décadas de matrimonio, la relación llega a un punto de fusión donde marido y mujer se convierten en uno. Si se le pregunta a cualquiera de las partes por qué están casados, la respuesta poco después del matrimonio podría incluir una letanía de cumplidos y rasgos admirables. Después de dos o tres décadas, la respuesta es mucho más simple: ¿Por qué estoy con ella? Porque es mi esposa. ¿Por qué es mi esposa? Porque ella lo es. Así es, y no puede ser de otra manera.
Nuestra relación con Dios progresó a lo largo de las mismas cuatro etapas. La primera etapa comenzó cuando nuestra nación era una pareja: Avraham y Sara. A Dios le gustaron sus normas morales y su sacro comportamiento; les gustó que los protegiera y proveyera. Proclamaron su interés el uno por el otro, y así concluyó la primera etapa. La siguiente etapa ocurrió en el Sinaí, cuando seleccionamos a Dios para que fuese nuestro señor, y Él nos escogió para ser su pueblo. Esta fue la segunda etapa. La tercera etapa evolucionó durante milenios. Construimos un templo majestuoso para Dios donde lo glorificamos, y Él nos glorificó al hacernos una poderosa nación en una tierra que mana leche y miel. Esa fue la tercera etapa. La última etapa es la que experimentamos con Dios en el presente. Si alguien le preguntara por qué es judío, no es probable que explique sobre el éxodo y el monte Sinai. Es más probable que responda que es judío porque nació de una madre judía. Hemos crecido con el Judaísmo y es nuestra identidad.
No podemos dejar de ser judíos más de lo que podemos dejar de ser nosotros mismos. Esta es la cuarta y la forma más alta de relación a la que se puede aspirar.