E l 2 de enero, el gobierno de Arabia Saudita ejecutó por decapitación a 47 personas acusadas de instigar el terrorismo; entre ellas se encontraba el clérigo chiíta jeque Nimr al-Nimr. Al día siguiente, turbas violentas atacaron con bombas molotov la embajada saudí en Teherán, desatando una crisis que finalizó con el rompimiento de relaciones diplomáticas entre ambas potencias del mundo musulmán. Luego Bahrein, Kuwait y Sudán interrumpieron también sus vínculos con Teherán, mientras que los Emiratos Árabes Unidos redujeron el nivel de sus relaciones.
El chiíta Irán y la sunita Arabia Saudí están enfrentadas indirectamente, desde hace varios años, en todas las guerras y conflictos de baja intensidad que se desarrollan en el Medio Oriente, pues apoyan militar, financiera y políticamente a bandos opuestos en Siria, Iraq, Yemen y el Líbano. Ambos países poseen fuertes presupuestos militares y los saudíes financiaron, años atrás, el programa nuclear de Paquistán para contrarrestar el de Irán. La situación se hace más compleja por los crecientes intereses de Rusia en la región.
Para Israel este cisma en el mundo musulmán implica el riesgo de una desestabilización aun mayor del Medio Oriente, que podría afectar su seguridad. Irán es ahora, más que en el pasado, un enemigo común del Estado judío y las naciones sunitas, con las que ha habido varios acercamientos de bajo perfil.