D etrás del desastre en la planificación de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, aparece una sombra: el antisemitismo que brota de algunos deportistas, quienes no desprecian ninguna oportunidad para quedar en evidencia y sueltan lo más puro de su esencia: el odio, una condición casi genética en unos pocos que ya son muchos, que los llevará al auto-aislamiento y hoy los hace merecedores de la medalla del reproche.
Se han documentado una serie de actitudes antisemitas, que no sorprenden pero que dejan mucho para reflexionar. Uno de los más emblemáticos fue el combate de judo donde un atleta israelí derrotó a su competidor egipcio; una vez finalizado el encuentro, el vencido se negó a cumplir con la regla de inclinarse, y posteriormente rehusó darle la mano al vencedor.
Esta imagen, más que un hecho aislado, representa una ideología, un sistema de pensamiento que cuenta con millones de seguidores; una fotografía de lo que está ocurriendo desde hace muchos años en el Medio Oriente, y la mejor expresión del concepto de paz de unos y otros.
Me preocupa que no surja una voz oficial que sancione de manera ejemplarizante al individuo, al equipo técnico, a la delegación y al país; qué bueno que este hecho se produjo en medio de una trasmisión con millones de espectadores, y dejó una vez más en evidencia —y con una audiencia envidiable— a los intolerantes, a quienes no quieren la paz ni un mundo mejor, a quienes se esconden en una versión errada de la fe para justificar estas agresiones.
Lamentablemente, tales actitudes los convertirán en héroes en sus países, se producirá un festejo a su regreso, tal como celebran cuando un terrorista tiene éxito en un atentado. Se le premiará probablemente en forma económica, y a esta celebración se le dará una publicidad que servirá como motivación e incentivo a otros, dejando claro un mensaje: si el daño es mayor el premio será superior.
No imagino esta situación a la inversa, es decir con un israelí desairando a un egipcio; pero de ser así ya se habrían producido en las Naciones Unidas, la OEA, la Unión Europea, Unasur, Mercosur, la Liga Árabe y cuantos clubes internacionales existen, pronunciamientos y sanciones contra Israel. Las cancillerías, incluyendo de seguro a la de Venezuela, estarían montando mociones de sanción y demás remitidos, para aislar a Israel de los futuros Juegos Olímpicos y vetarlo de por vida.
Si este evento da un salto en garrocha, pasa inadvertido y se trata de silenciar —como de hecho está ocurriendo—, las olimpíadas del futuro correrán el riesgo de agresiones mayores, que pondrán en peligro a los participantes y no precisamente a los israelíes, que ya han aprendido a cuidarse.
Al final del día, con las experiencias de Boston, Orlando, Francia, Bélgica, Reino Unido, España, Alemania, Italia, y sabiendo quién es quién, hay que dejar algo en claro: los Juegos Olímpicos son de participación voluntaria, todos deben someterse a las reglas, no hay excepciones. Los códigos de vestimenta y comportamiento son los mismos para todos; las realidades sociopolíticas, religiosas y personales deben dejarse de lado, y quienes no acepten someterse a ellas, pues que organicen sus propios juegos. Ya está bueno de tanta tolerancia, de tanto miedo; hay que ponerse colorado de una buena vez y decir las cosas como son, que por no hacerlo ya sabemos que en más de un país todos duermen con el enemigo.
Hasta cuándo, señores. Hay que hacer a un lado la delicadeza con los inhumanos; a luchar por la soberanía, que luego será muy tarde… Ya creo que lo es.