Finalizaba el año 1944 cuando mi mamá, quien vivía en una casa humilde ubicada entre los puentes de San Ramón y Crucecita en la denominada Quebrada del Aguacatico, tomó mi mano y comenzó a caminar hasta llegar a una empinada escalera de concreto, la cual conducía a la parroquia San José. Se dirigió entonces a una hermosa casa, situada entre las esquinas Santa Inés y San Enrique, donde vivía su cuñado con su hermana; después de una corta conversación con ellos, mi madre me comunicó que desde ese día viviría con mis tíos. Así fue hasta que cumplí los quince años.
Recuerdo aún la hermosa casa donde pasé parte de mi infancia y adolescencia, con aquella inmensa sala iluminada por dos ventanales, un amplio comedor, dos patios, alrededor de los cuales se sucedían numerosas habitaciones. Al final había un extenso corral sombreado de arbustos y plantas florecidas. Al lado de esa casa vivía una numerosa familia judía. Los padres habían emigrado de Jerusalén hacia 1930. La familia tenía nueve hijos: cinco hembras y cuatro varones. El hijo mayor, nacido en 1927, para la época de mi llegada a la casa de los tíos era un dinámico adolescente de gran carácter, quien cuidaba celosamente a sus hermanas de los muchachos de la cuadra.
Este joven se llamaba Salomón, quien con el tiempo se convertiría en un exitoso constructor de edificios de apartamentos y centros comerciales. Compartió el tiempo de sus estudios universitarios con un trabajo en la Cartografía Nacional; de esa manera, además de desarrollar su formación profesional, ayudaba a su padre en la economía familiar. Se graduó de ingeniero civil en la Universidad Central de Venezuela.
Se comentaba en la parroquia cómo un caballo llamado Grano de Oro, en las célebres apuestas del 5 y 6, le había concedido a Salomón un golpe de suerte con el único cuadro triunfador. Esa es la razón por la que muchos de los edificios de apartamentos construidos por él, en las décadas de los años 60 y 70, se llamarían Granor, Granoral, Grano de Oro, etc. Lo que sí es cierto es que los Cohen se convirtieron, mediante el estudio y el trabajo, en una familia pujante, donde cada uno de sus miembros ha desarrollado con éxitos diversas actividades económicas. Los Cohen han sido reconocidos como ciudadanos ejemplares y como emprendedores forjadores de riqueza. Ellos siguieron el ejemplo de su padre, quien supo echar adelante a su numerosa prole, procreada en su mayoría en Venezuela.
Al enterarme de su fallecimiento han surgido muchos recuerdos que había olvidado por completo. Entretejo estos recuerdos para celebrar con nostalgia una época perdida irremediablemente en el tiempo, pero también para dar testimonio de la calidad humana de Salomón Cohen . Corría el año 1965, estaba yo recién casado, y pleno de ilusiones me dispuse a buscar vivienda; me enamoré de un lindo apartamento en el edificio llamado Granor, en la avenida Fuerzas Armadas. Apenas tenía yo para la inicial, trabajaba por mi cuenta y no poseía referencia comercial alguna. Al hablar con el vendedor, le informé que había sido vecino de los Cohen ; este le hizo el comentario al ingeniero sobre mi situación. Al día siguiente me llamaron para adquirir el inmueble, firmando solo unos giros. Desde entonces guardo una gratitud infinita para quien demostró que era mayor la confianza depositada en su antiguo compañero de aceras que las condiciones de seguridad que contratos de ese tipo requerían.
En esta hora menguada recordamos el patrimonio intangible que tuvimos los venezolanos con hombres de la talla de Salomón Cohén: íntegro, estudioso, trabajador y noble forjador de empresas y oportunidades para sus conciudadanos. Que el Dios de Abraham le cumpla sus promesas y le conceda la luz de su gloria.
Fuente: www.costadelsolfm.net/
*Salomón Cohen, un hombre que apostó por Venezuela
*La mejor enseñanza, por Celina Bentata
*Salomón Cohen: un Quijote, por David Bittan Obadía
*Algo más sobre Salomón, por Paulina Gamus
*Salomón Cohen Z’L, por rabino Pynchas Brener
*Un pequeño gesto de un gran ser humano, por Pedro Mezquita
*El legado de Salomón, por Luis Vicente León