Creció y prosperó con el país. Durante sus más de 60 años de trabajo en la construcción, fue testigo y protagonista de la trasformación y modernización de las ciudades venezolanas, en las que dejó una impronta perdurable
Hombre de sólidos valores, Salomón Cohen Levy nació en Jerusalén (en la entonces Palestina británica) el 28 de mayo de 1927. De allí llegó a Venezuela, junto a sus dos hermanos (luego serían diez), a la edad de tres años.
La suya es una de esas clásicas historias del self-made man: sus padres eran de escasos recursos pero, gracias a la educación pública y gratuita, que en aquella época no tenía nada que envidiar al mejor colegio privado de nuestros días, pudo estudiar en el Colegio Paraguay y luego en el Liceo Andrés Bello de Caracas.
Eduardo Pérez Alfonzo, amigo personal de Cohen, da cuenta de la ágil mente del futuro empresario. Según Pérez Alfonzo, “era un hombre estudioso y captaba con rapidez lo que se le decía”. Para mantenerse le daba clase a las muchachas que estaban un poquito rezagadas, y les cobraba dos bolívares a cada una, reuniendo así diez bolívares en una hora. «Esto me ayudaba un poquito», decía.
Paralelamente a sus estudios, Salomón ahorraba para presenciar las carreras de caballos en el Hipódromo Nacional de El Paraíso, donde encontró una forma de ganar algo de dinero extra –reiteramos que no nació en cuna de oro–, y comenzó a trabajar contabilizando los “5 y 6”. De esa afición nació más tarde un símbolo de constancia y valor que le sirvió para toda la vida: la leyenda viva de Grano de Oro, un caballo al que nadie apostaba pero que ganó (dándole una inesperada ganancia), se convirtió años después en una especie de cábala, un amuleto.
A pesar de las duras circunstancias económicas de la familia, Cohen inicia estudios en la Escuela de Ingeniera de la UCV, de donde egresa en 1951. Tras graduarse trabajó como calculista en diversas instituciones privadas y públicas, entre estas el Banco Obrero. Allí participó en el cálculo de obras tan emblemáticas como los urbanismos del 23 de Enero y de Catia.
Interesado por el trabajo comunitario y en las organizaciones intelectuales estudiantiles, llegó a ser presidente de la asociación de jóvenes universitarios de origen judío, en la que se involucró con la familia de su futura esposa, Esther (Dita) Kohn. Cuando comenzaron a relacionarse, los padres de ella no lo vieron con muy buenos ojos dada la gran diferencia de edad entre ambos. Sin embargo, Cohen logró casarse con Dita en 1953 y, tras duros inicios, en los que Salomón solo dormía cuatro horas diarias por razones de trabajo, fundó una familia sólida: seis hijos han continuado su trabajo en la empresa familiar.
En 1958, con la llegada de la democracia, Cohen decide independizarse y crear una constructora propia; así surge Sambil, empresa a través de la cual comienza a desarrollar edificaciones cuyos nombres son fácilmente identificables por la presencia del término “oro” (a raíz de aquel caballo que le había traído tanta suerte): Belloral, Doral Ávila, Doralta, Candoral, Doral Centro. Ya antes de la llegada de los malls Salón Cohén saboreaba el éxito: en un video con motivo de los 50 años de la fundación de la constructora, comentó: “Hice un edificio de 40 apartamentos, lo terminé, puse el aviso en el periódico, me fui a la playa con mis hijos y cuando regresé vi que todo el edificio estaba sucio; pregunté qué había pasado, y me comentaron que llegó un gentío, que irían todos al día siguiente a mis oficinas. Resulta que había vendido los 40 apartamentos en un día”.
En 1992, la Constructora Sambil adquirió un terreno donde funcionaba una conocida fábrica de cauchos en la Avenida Libertador para dar paso al actual Centro Sambil, inaugurado en 1998 como el mall más grande de Sudamérica, que dio inicio a un concepto más amplio de lo que es un centro comercial. Más adelante llegaron los Sambil de Valencia, Maracaibo, Margarita, Barquisimeto, Paraguaná y San Cristóbal, y luego les han seguido otros en diferentes ciudades del Caribe y en España. El resto de la historia la narran varios testigos en las restantes páginas de este homenaje especial.
Cohen apostó por Venezuela, y no solo para su beneficio material. Un aporte fundamental que legó a la sociedad venezolana es Fundana, institución que trabaja para proteger a la infancia en riesgo. Pues Salomón Cohen era la personificación del agradecimiento: “Lo que yo soy se lo debo al país; si yo hubiese tenido que pagar el colegio no habría estudiado, porque mis padres no tenían dinero. Un país que te lo ha dado todo tienes que amarlo, tienes que quererlo”.
50 Aniversarios de Constructora Sambil
*La mejor enseñanza, por Celina Bentata
*Salomón Cohen: un Quijote, por David Bittan Obadía
*Algo más sobre Salomón, por Paulina Gamus
*Salomón Cohen Z’L, por rabino Pynchas Brener
*Salomón Cohen, un vecino ejemplar, por Simón Trujillo
*Un pequeño gesto de un gran ser humano, por Pedro Mezquita
*El legado de Salomón, por Luis Vicente León