H e tratado de esperar algún tiempo para ver cómo se movían y reaccionaban los latinos y las demás minorías de Estados Unidos ante la manifestación más provocadora y descarada de tiempos recientes en ese país, ejercida sobre la principal minoría, y no se escucha nada de contundencia que lo reclame.
Donald Trump, sin ninguna consideración, de manera desmedida y muy bien premeditada, se lanza un discurso en contra de los mexicanos residentes en Estados Unidos, actuando como amo y señor del mismo “imperio”. Lo más grave de su discurso es que está calando entre una minoría por ahora descontenta con las políticas de los últimos tiempos de ese país, que pudiera convencerse de que los mexicanos son los culpables de la crisis.
Goebbels, ministro de propaganda de Hitler, logró un efecto sicológico entre quienes lo escuchaban, y consiguió que el discurso de Hitler funcionara. No quiero equipararlo con estos personajes, mas las técnicas son calcadas al carbón, y he allí el peligro.
Solo el periodista Jorge Ramos ha tenido la voluntad y coraje de decirle en su cara: “¿Usted de qué va?”, y lamentablemente a esa actitud de héroe le han salido críticos; lo peor es que muchos de ellos son latinos y mexicanos (when money talks…). No comprendo cómo los generadores de opinión, los grandes líderes, los científicos, poetas, cantantes y artistas latinos, las tantas plumas y las diferentes organizaciones, no han abierto un debate como debe ser por lo grave de ese discurso, y no desenmascaran a Trump. ¿Dónde están las minorías? Los que sufrieron en el pasado gritando “por allí no es la cosa”; no hay quejidos, pero vendrán lamentos.
Señor Trump, permítame desde la distancia preguntarle: ¿Sabía usted que no hay “gringos de pura cepa”? ¿Sabía usted que uno de los países integrados con la mayor mezcla para bien es Estados Unidos? ¿Sabía usted que los españoles llegamos antes de que existieran los gringos, y fundamos en 1565 la primera ciudad y la más antigua de ese país? ¿Sabía usted que en 2002 los latinos se convirtieron en la mayor minoría en los Estados Unidos, y que ellos pueden paralizar su proyecto con solo capitalizar las tonterías de su discurso y sus mensajes de odio? ¿Sabía usted que en su país residen más de 700 mil veteranos de guerra de origen mexicano? ¿Sabía usted que hay casi 40 millones de mexicanos que viven en su país, y que siete de cada diez de ellos conserva sus costumbres y tradiciones, hablan español en sus casas y están muy molestos, irritados y tristes con su actitud? ¿Sabía usted que muchos historiadores se repreguntan cómo se logró anexar a la unión a Texas, Nuevo México, Arizona, Nevada, Colorado y buena parte de otros estados, y que en ellos es donde está la mayor concentración de mexicanos que hoy son extranjeros en su propia tierra? ¿Sabía usted que hay millones de interrogantes como las anteriores?
Le escribo pues el dolor no me es indiferente, por inocencia de esa pobre gente; “en toda época hubo un monstruo grande que pisa fuerte…”. Usted sabe muy bien lo que hace, pero no ha medido las nefastas consecuencias que a futuro ello pueda producir.
Señor Trump, educadamente le doy un consejo que probablemente todavía no conoce: “El demonio sabe mucho más por viejo que por ser el rey de todos nuestros males”. No lo invoque, no se vaya de bruces en busca del delirio de grandeza, pues la vida endereza. Hoy en día los cheques al portador de esos discursos están vencidos, y espero que en su pueblo la moneda nunca compre el sentimiento. A veces el problema radica en decir lo que se piensa sin pensar lo que se dice.
En un mundo globalizado, sus ideas comprometen a los que estamos fuera, y entonces la voz de alto es válida cuando retumba desde la distancia.
¿Sabe algo? Me preocupa y sensibiliza que nada se diga, en su afán por llegar a la presidencia y en sus tantas intervenciones, sobre los niños estadounidenses que también mueren de hambre en su país, y del sufrimiento que es mayor para sus madres, de los cientos de eventos que se han producido por causa de la venta libre de armas, de las mentes desquiciadas que entran a un colegio o a un cine y asesinan a inocentes, por los miles de lobos solitarios que se están formando en su país.
Señor Trump, respete a una minoría que ha logrado que sus empresas y su país estén en prosperidad, respete a los que con sacrificio, buscando su sueño y desprendiéndose muchas veces de sus seres queridos, ponen a Estados Unidos en movimiento, mientras usted está en sus dulces sueños.
Señor Trump, la carrera presidencial de un país tan hermoso y grandioso como Estados Unidos es más que un certamen de belleza. No ofenda al noble gentilicio norteamericano, que no se lo merece.
David Bittan Obadia