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Rabino Chaim Raitport
Unión Israelita de Caracas
rabinoraitport@gmail.com
D os semanas antes del inicio del nuevo año judío leemos una de las frases más enigmáticas de la Torá. Lo es porque su significado aparenta ser simple, radical y extraño: אֶת־ה׳ הֶאֱמַרְתָּ הַיּוֹם
Literalmente tendría que ser traducida como “Tú haces hablar hoy a Dios”. Generalmente se traduce de maneras diferentes, pero los maestros cabalísticos la explican de acuerdo con un significado simple: “En este día, en Rosh Hashaná, el Creador nos espera para hacerlo hablar”.
¿Qué hacemos decir a Dios? Los diez dichos por los que el mundo fue creado: “¡Que haya luz!”, “¡Que haya un cielo!”, “¡Que de la tierra brote hierba!”. Y así hasta el décimo: “¡Sea un ser humano!”.
En Rosh Hashaná determinamos qué clase de luz brillará en este mundo, qué clase de cielos estarán sobre nosotros. Sobre qué clase de tierra estaremos parados y qué clase de vida tendremos, por imposible que parezca, somos responsables de la creación de nuestro propio ser. De “Hagamos al hombre” depende todo el resto de la creación.
Al principio, antes de que estuviésemos aquí, la creación podría estar enfocada en una sola dirección. Dios habló y el universo se hizo. Cada año, ese acto de la creación se reproduce en el impresionante día que es Rosh Hashaná. El contrato de arrendamiento del año pasado, sobre nuestra existencia, se venció. Todo el proceso debe reiniciarse.
Se podría pensar que el contrato se renovaría en el aniversario del primer día de la creación, pero no. El proceso y las negociaciones esperan por nuestro día, el sexto día de la creación, cuando por primera vez el ser humano fue creado. ¿Por qué? En el lenguaje del Zohar: “A partir de este momento todo se inicia desde abajo”. No sólo se inicia, se impulsa.
El ser humano es responsable de su propia creación de tres maneras. Todas ellas son un trabajo arduo, y están contenidas en el versículo: “El hombre nace para trabajar”. “¿Qué clase de trabajo?”, cuestionan los sabios del Talmud. ¿Quizá la labor del trabajo? Pero no, eso no es suficiente. ¿Tal vez la responsabilidad de tener el don del habla? Pero no, eso tampoco es suficiente. ¿Por involucrarse en y con la Torá? Y sí, eso es todo.
Las palabras de los sabios son de significado profundo, mucho más de lo que parecen, porque en esas tres formas de trabajo está el propósito del ser humano. En los tres nos asociamos en la creación de nuestro mundo.
Nuestra primera labor es hacer que el Creador “cree”.
La existencia, después de todo, no es un dato. No hay razón para que algo exista. Y una vez que lo hace, no hay nada que haga que su existencia deba seguir en el próximo instante.
¿Cómo se sostiene entonces este mundo? A través del trabajo, de nuestro trabajo.
“Dios es tu sombra”, afirma el salmo, y el Baal Shem Tov explica: “Hagas lo que hagas, Dios ensombrece tus acciones”. No como una sombra de oscuridad que no tiene sustancia propia, sino más bien como una personal. Sombra o asistente que está allí con la persona para magnificar el impacto de sus esfuerzos.
Uno crea un hogar, un negocio, una vida. Dios lo ensombrece y Él crea un mundo entero. Si el individuo crea con integridad y honestidad, Él hace lo mismo. Eso es lo que queremos implicar cuando decimos que Rosh Hashaná es el Día del Juicio. Es una declaración no de menosprecio, sino de empoderamiento: según las acciones, serán los diez dichos de la creación cada año. Y así será el mundo de la persona ese año.
Una creación requiere de significado. Una creación sin sentido es como una palabra sin significado. No es una palabra, es una cadena de letras. Un relato que no dice nada no es una historia, así también una creación sin significado escasamente puede decirse que existe.
Dios dijo, y fue. ¿Pero por qué? ¿Por qué habría de haber luz? ¿Por qué un cielo? ¿Qué es todo ese ciclo de vida y renovación? Como un supervisor ordenando a sus subordinados, “¡Pon el cemento aquí, coloca una viga acá!”. Sin dar explicaciones, no hay espacio para la comprensión, como una cadena de letras sin sentido por la que el mundo surgió.
En este caso, ni siquiera había subordinados que ejecutaran nada. Un concierto para oídos sordos puede ser un concierto desperdiciado, pero aun así tiene belleza propia. En este caso, no hubo concierto, solo una serie de comandos. En los seis días de la creación, todo significado fue retenido, de modo que la criatura final de esta creación pudiera descubrirla por su cuenta.
Es lo que hizo Adán el primer Rosh Hashaná, el aniversario de la humanidad. Abrió los ojos a un mundo que parecía haber estado siempre allí, sin necesidad de justificar su existencia, ni siquiera el conocimiento de lo que es una existencia. Adán alzó sus ojos hacia el vasto cielo cubierto de estrellas en la noche y un sol brillante en el día. Contempló la flora y la fauna de inmensa diversidad, vio montañas enormes y majestuosas, cascadas, ríos que fluían y bosques verdes. Y exclamó: “¡Sé lo que esto! ¡No es solo una selva! ¡Es el jardín de un gran y magnífico rey! ¡No es solo el cielo! ¡Es la inmensa gloria de mi hacedor! ¡No es un sol, es el calor y el amor de quien me hizo! ¡No es solo la vida en equipo: un tigre, un elefante, una hormiga y un pez, esta es la belleza infinita de mi Creador! ¡No es solo una montaña, una cascada, un río o un bosque, es toda la majestad del Infinito que creó un mundo por bondad y poder, belleza y maravilla, gloria y majestad, para que sus criaturas pudieran conocerlo!”.
El hombre dijo: “¡Es luz! ¡Todo es luz!”. Y todo se hizo luz. Dios hizo el mundo. Adán le dio un lugar para establecerse. “En tres cosas el mundo se soporta”, enseñó rabí Shimón, el tzadik, uno de los primeros sabios de la Mishná: “La Torá, la oración y los actos de bondad amorosa”.
Algunos pensaban que el planeta se sostenía sobre la espalda de una tortuga, otros sobre los hombros de un hombre poderoso. Rabí Shimón afirmaba que el mundo se sostiene en el significado que le proporcionamos. ¿Y cómo se lo proporcionamos? Conectando nuestras mentes a la de nuestro Creador, abriendo nuestros corazones a su amor ilimitado y trabajando para trasformar su mundo en un lugar donde el uno se preocupa por el otro, para que los muchos se conviertan en uno y la oscuridad ya no pueda encontrar un lugar donde esconderse.
Y entonces el mundo tiene significado. Se vuelve real. Significa que cuando uno se encuentra ante su Creador en aquel maravilloso día de Rosh Hashaná, cuando todo el universo se renueva otra vez, consciente de que le habla a aquel que elige generar toda existencia, ¿de qué modo existo? ¿Cómo podría existir? ¿Qué lugar hay para que exista en el contexto de una existencia tan exigente?
Solo podría haber una respuesta. El hombre le dice a Dios: “Yo existo porque tú permites que te conozca. Yo existo porque permites expresarte mi amor. Yo existo porque dejas que un ser débil como yo haga todo mi esfuerzo para arreglar tu mundo. Tu amor por mí, al permitir que me asocie contigo en tu acto de crear este universo”.
Ahora que hay un significado, puede haber un universo. Pero no es suficiente. La creación, para estar completa, debe hacer manar a su Creador. Ello se logra cuando ofrecemos al Creador interés en crear.
Desde la noche de Rosh Hashaná hasta que suena el shofar a la mañana siguiente, toda la existencia está en el limbo. En el lenguaje de los cabalistas, el mundo interior ha partido y el mundo exterior está en coma. Dios no habla, sus pensamientos acerca del mundo cesan, las diez sefirot —emanaciones— vuelven a la nada y la mente cósmica se apaga. Apenas se puede decir que permanecemos vivos, el mundo oscila en el límite de la existencia.
“Sabed lo que está por encima de vosotros”, dice la Mishná. Pero en hebreo puede ser leído también como: “Conoce lo que está arriba de ti”. Explicó el Magid de Mezritch: todo lo que ocurre arriba proviene de ti. Su discípulo, el rabino Schneur Zalman de Liadi, llevó esa interpretación mucho más allá: no solo lo que ocurre, sino la existencia misma de todo lo que está por arriba, las emanaciones más altas y hasta la voluntad y el deseo primordial del Creador, todo lo que existe proviene de la idea de lo que lograrás en este mundo, lo harás por tu cuenta.
Esta es la razón por la cual hemos luchado a lo largo de las generaciones, y el enfoque de cada Rosh Hashaná: recrear nuestro mundo para lograr que el orden surja de la confusión, la armonía de la destrucción, el cuidado y la compasión de donde la apatía había reinado. En fin, que la luz provenga de la oscuridad.
Me gustaría añadir mis humildes bendiciones a nuestra comunidad. Quiera Dios inscribir a cada uno de ustedes en el Libro de la Vida y les conceda un año pleno de felicidad y alegría. Que Dios responda positivamente a todas nuestras oraciones. Amén.
¡Le Shaná Tová Tikatevu Vetejatemu!