M is queridos lectores, mi querida kehilá:
Aún desde la distancia, en la que mi presencia física se encuentra a miles de kilómetros de mi país, de mi amada Venezuela y de su gente, quiero a través de estas líneas conectarme con todos ustedes y romper la barrera de la lejanía que nos separa, por ahora, y que BSD pronto volverá a la “normalidad”, toda vez que a mi regreso, las maletas, aparte de comida, vendrán cargadas de optimismo y tefilot (oraciones) para el bienestar, la paz y la reconstrucción de esa Venezuela que todos añoramos y deseamos que vuelva pronto.
Resalté el término normalidad, porque sobre esta palabra recae parte del desarrollo de este artículo en el que sé que todos nos veremos reflejados de una u otra manera.
Todo el tiempo que ha pasado hasta hoy debe servirnos como reflexión, y más aún en estos días anteriores a Rosh Hashaná, donde el Amo del mundo baja literalmente de su trono y sale al encuentro de todos nosotros para escuchar más de cerca nuestras súplicas, nuestros sufrimientos y también nuestro compromiso sincero para el año que está por comenzar, y así darnos una extensión más de vida en la que, con todas nuestras limitaciones y obstáculos, salgamos airosos de las pruebas, y sobre todo fortalecidos como personas, y con la plena fe de que aunque no entendamos las diferentes situaciones difíciles de la vida, hay un ente superior que maneja con justicia y bondad todo lo que nos acontece como individuos, como comunidad, como país y a nivel mundial.
El que no vivió en Venezuela y dentro de su comunidad judía no puede entender el sentimiento de añoranza y de desconcierto que se siente una vez que Dios con su hashgajá pratit (supervisión personal) nos envía a otras latitudes en el mundo.
Aun estando en Israel, como en mi caso personal en Ir Hakodesh (la Ciudad Santa), aunque sea temporalmente, el corazón late apresuradamente con un sentimiento ambiguo de emoción por encontrarse inmerso en la kedushá, pero a la vez preso de nostalgia y una extraña sensación de no saber a dónde se pertenece; es decir, como una especie de limbo que desconcierta, y en donde el yetzer hará (instinto del mal) hace de las suyas, cuando la nostalgia y la tristeza se apoderan de tu mente y de tu alma, sin saber cómo proceder.
Cuando utilizamos el término normalidad nos referimos a una rutina, a la costumbre, a la manera inconsciente de pensar que nosotros, como personas, controlamos nuestras vidas y decidimos y actuamos con base en esa cotidianidad en la que creemos tenerlo todo “bajo control”. Pero de repente y súbitamente, con una palmadita desde los cielos, te despiertan de tu letargo y toda tu estructura de vida cambia, dejando una sensación de inestabilidad que solo agarrándose con fuerza a la soga de la emuná (fe) podemos superar.
Para ejemplificar lo que quiero trasmitir, contaré brevemente lo que vi en un video de Facebook que me envió mi querida amiga Déborah Sultán, en el cual la protagonista narra un episodio duro y triste de su vida, y cómo logró superarlo y salir fortalecida.
Ella (Melanie Hebel, de Chile) narra su historia y puntualiza que en mitad de la prueba solo se enfocó en su tristeza, y no se dio cuenta de que había un Dios detrás de todo ese plan, que estaba guiando cada paso y que quería de ella su fortalecimiento espiritual. Con el paso del tiempo, nuestra protagonista asegura retrospectivamente que ese fue el año más duro pero a la vez el más inspirador y fortalecedor de toda su vida. Y que gracias a esa dura prueba ella es hoy una mejor persona, con mayor sensibilidad y muy a gusto con su nueva perspectiva de vida.
Ella y yo, humildemente, por medio de este artículo, coincidimos plenamente en instar a todos a buscar a Dios en estos días, pues Él sale de su palacio para entrevistarse con cada yehudí y saber de los planes de cada uno, para así decidir si vale o no la pena concederle esa nueva oportunidad de vida por un año más.
En estos días, Dios está dispuesto a escucharnos; y si muchas veces nos envía mensajes en forma de pruebas, es porque sabe de nuestro potencial y quiere que al final la meta sea crecer interiormente, dejándonos guiar por lo que Él quiere de cada una de sus criaturas.
Para nosotros en Venezuela y en nuestra kehilá la prueba todavía no ha pasado, pero BSD estoy segura de que con nuestros oportunos rezos, y cuando cada uno de nosotros le cuente a Dios de nuestros planes futuros para seguir construyendo una kehilá aún más unida, donde el jésed (benevolencia), la tzedaká (justicia caritativa) y el cumplimiento de las mitzvot (preceptos) se incrementen en general, el Rey de Reyes nos escuchará, dará crédito a nuestros compromisos y planes futuros, y nos enviará la yeshuá (salvación) que tanto necesitamos y merecemos, porque como Venezuela y su gente no hay ni habrá nada semejante en el mundo.
Por último, quisiera también sugerir que en los días de Rosh Hashaná, más que pedir, reconozcamos que Hashem es el Rey del mundo, y que Él es quien controla toda situación, por más dura y difícil que parezca. Solo Él tiene la capacidad de cambiar en un instante lo más imposible ante nuestra perspectiva limitada de seres humanos.
Pensemos durante breves instantes, a diario, en cómo Hashem reina en nuestras vidas, sintiendo su presencia constante, valorando los regalos que nos da a cada momento, disfrutando de los pequeños placeres como tomar un café relajadamente, la compañía de la familia y todos los detalles que, sensibilizándonos un poco, lograremos captar que vienen sin duda de Él.
Este pensamiento y conexión nos llevarán a sentir más de cerca su presencia, y con ello lograremos percibir una paz y seguridad infinita, que en los días de Rosh Hashaná nos permitirá tener el sentimiento de querer coronarlo verdaderamente como el Rey del universo.
Mi amada kehilá, desde lo más profundo de mi corazón deseo a todos ¡Shaná Tová Umetuká! Que seamos meritorios de ver cumplidos nuestros anhelos de vivir en paz, con abundancia, con unión, y seguir haciendo de esta comunidad y de Venezuela uno de los mejores lugares del mundo para vivir.
Desde Israel, con todo mi cariño y añoranza.