Isaac Cohen
Rabino Principal de la Asociación Israelita de Venezuela
Uróburus, la serpiente que se muerde la cola, simboliza una concepción acerca del tiempo que resulta ajena al judaísmo. Su origen se remonta al Egipto de los faraones y se trata de una serpiente (una najash, que para nosotros representa al yétzer hará) de forma circular que nos sugiere, de algún modo, que todo lo que hemos hecho no ha servido de nada, y que por más que nos hayamos esforzado apenas hemos llegado, una y otra vez, al punto de partida. Una reflexión que sin duda entristece y desalienta a la persona, y lo invita a rendirse.
Para el judaísmo, por el contrario, el tiempo es una línea de constante superación que nos conduce a una meta. Sin embargo, más importante que alcanzar la meta es el trayecto en sí mismo, que implica el progreso individual y colectivo a lo largo de la vida y generación tras generación. Rabí Tarfón enseñaba (Avot 2:21): “No estás obligado a terminar la obra, pero no tienes permitido abandonarla”. El judaísmo no comparte aquel tipo de actitud contemplativa y escéptica, en esencia indolente, que conduce a la dejadez y la negligencia. “El necio se cruza de brazos” (Kohelet 4:5) señalaba Shelomó Hamélej. El retumbante y estruendoso sonido del shofar es el apremiante llamado a no desistir, y a continuar avanzando.
Ninguna existencia es de por sí inútil, todas son importantes, pues cada uno de nosotros viene a este mundo con un propósito y una misión que cumplir. “Toda persona tiene su momento” afirmaba Ben Azay (Avot 4:3), ya que cada quien tiene algo que aportar. Se dice que Rosh Hashaná es Yom HaDin, el Día del Juicio. Pero, ¿qué es exactamente lo que se juzga?
Una concepción acerca del tiempo ajena al judaísmo lo representa como una serpiente de forma circular que nos sugiere, de algún modo, que todo lo que hemos hecho no ha servido de nada, y que por más que nos hayamos esforzado apenas hemos llegado, una y otra vez, al punto de partida. Una reflexión que sin duda entristece y desalienta a la persona, y lo invita a rendirse
Lo que se juzga es el trayecto que hemos recorrido a lo largo del año que acaba de culminar. Se juzga hasta qué punto, durante ese tiempo, nos hemos esforzado en ser mejores, y también en que sean mejores nuestras familias, nuestros compañeros, la comunidad a la que pertenecemos y la sociedad en general, en la búsqueda global de la elevación espiritual.
La clave para el desarrollo personal y colectivo radica en la educación. En particular, y en nuestro caso, en la educación judía que trasmite las hermosas tradiciones y costumbres de nuestras comunidades, y los imperecederos valores y principios de la Torá. La educación técnica, científica y artística es indispensable para la prosperidad y el crecimiento de todo pueblo o nación, pero sin la debida enseñanza de elevados principios éticos y jurídicos, todo pueblo o nación está irremediablemente condenado a corromperse y desaparecer. La auténtica ignorancia, y la más dañina de todas, es la ignorancia moral.
Por eso observamos con estupor y pesadumbre el recrudecimiento, incluso en países con un elevado desarrollo técnico e industrial, de aquella nefasta plaga (que algunos creían ya superada) del odio hacia los judíos. El impropiamente llamado “antisemitismo”, una modalidad de racismo que como todos se basa en argumentos absurdos y grotescos, es el signo inequívoco de una sociedad mentalmente enferma. Su grado de virulencia es directamente proporcional al grado de ignorancia que existe en un determinado lugar y momento. Regímenes despóticos, violentos y sanguinarios se han caracterizado, a lo largo de la historia, por un manifiesto y encarnizado odio hacia los judíos. Por supuesto, la solución a este problema está en manos de los educadores, pues quien enseña a odiar cosecha violencia y miseria, y quien enseña a amar abre el camino del mutuo entendimiento y de la solidaridad universal.
Leemos en Midrash Rabá que “todos los siete son particularmente queridos”. De los días el séptimo, que es Shabat, y de los meses el séptimo, que es Tishrí. Por tal motivo, el cómputo de los años no lo iniciamos con el primer día del primer mes, sino con el primer día del séptimo mes. El solemne momento en que comienza Rosh Hashaná es considerado como el momento en que un barco, tras un largo viaje, finalmente llega a puerto. Entonces uno se pregunta: ¿La travesía fue agradable y provechosa o, por el contrario, tediosa y estéril? ¿La carga que está en la bodega es importante y valiosa o, por el contrario, un pesado fardo de cosas inservibles?
Lo que se juzga en Rosh Hashaná es hasta qué punto nos hemos esforzado en ser mejores, y también en que sean mejores nuestras familias, nuestros compañeros, la comunidad a la que pertenecemos y la sociedad en general, en la búsqueda global de la elevación espiritual
Lo más importante es que nuestra travesía esté colmada de buenas acciones, de honestidad y de rectitud, de jésed y de amor por el prójimo, y que nuestra carga se contabilice en mucha Torá y en muchas mitzvot. De no ser así, roguemos a Dios que en Su infinita bondad nos conceda otra oportunidad. Precisamente de esto se trata Rosh Hashaná: de una nueva oportunidad que no debemos desperdiciar.
Que el Todopoderoso bendiga a esta querida y distinguida kehilá, que le conceda parnasá y Shalom, y que continúe guiándola en el difícil trayecto de la superación espiritual, y digamos todos Amén.