Desde Caracas puedo imaginar al viento que avanza sin descanso desde Jordania o desde el desierto del Néguev. Ululante, pero por momentos sordo o dormido aunque insistente, activo; a veces violento como si sacudiera al aire árido y caliente, como si se empeñara en recordarnos que es soplo de vida, aliento creador, espíritu alado que puede ser noble y benéfico o perverso y letal. Aire de aurora o huracán de arena cargado de bienestar y provecho, pero también de asperezas y maldad. ¡El viento que se acerca a Jerusalén!
Acepto que es cierta y tangible la belleza de lo imposible; admito que hay poesía en la sequedad y aridez del desierto. Y escucho al viento cuando topa con el Muro de las Lamentaciones y siento no solo la potencia de lo que es sagrado sino el poder del propio tiempo.
En cada papelito colocado en las pequeñas grietas o hendiduras del Muro; en cada oración densa y silenciosa o en el rumor de las súplicas; en todos y cada uno de los gestos y movimientos y oscilaciones de los cuerpos al rezar, siento que desde siglos atrás el éxodo, el pálpito, los anhelos pero también los estragos y la maldad han dado forma, valor y consistencia al tiempo judío y que ese mismo tiempo también recorre un dolor de siglos.
Y en Caracas, mientras está allí́ frente al Muro, advierto en mis sueños que deja a un lado la violencia y se acaricia a sí mismo. Es evidente que siente que la violencia, la crueldad de los otros es uno de los fundamentos del legendario Muro, pero también el anhelo de que aquella violencia de siglos que azota al pueblo judío se desvanezca para siempre.
(Foto: revista SIC)
Es lo que trata de hacer Raquel Markus-Finckler con su proyecto literario y artístico No alcanzan las palabras: enfrentarse como un tiempo vengador y justiciero y condenar las atrocidades e infortunios que en todo tiempo y lugar padece y sigue padeciendo el pueblo judío. Para lograrlo concierta veinte poemas suyos no solo con la obra de 26 artistas visuales, en su mayoría judíos, sino con nuestra acerada solidaridad.
Conozco a algunos de estos artistas y los admiro, a otros no los conozco, pero me impresionan el talento y la originalidad que enriquecen sus obras, y al resto me agradaría conocerlos para admirarlos aún más. Un poderoso prólogo de Stephen Sadow nos pone de pie y nos echa a andar por la historia de los judíos en Venezuela.
Raquel Markus sabe perfectamente lo que ama y lo que odia porque es judía, sabe también que ser judía duele, porque duele amarrar una bandera a la esperanza. Ella es heredera de una historia cruel en la que hay rabia, ilusiones perdidas, seres golpeados por el dolor y estrellas que se rompen en espacios vacíos. Una historia de acechanzas, estafas y genocidios que a partir del feroz y criminal desatino del 7 de octubre han colocado a Raquel Markus al borde de un abismo a la espera de una cuerda salvadora que se presume nadie, fuera del universo judío, es capaz de lanzar.
Personalmente me he ido alejando cada vez más de la poesía literaria que cubre de azúcar las palabras y ¡ahoga al poema con olores vespertinos que lo alejan de su propia naturaleza!
Siendo niño ya me embriagaba la música de las palabras e ignoraba que existía un lenguaje literario y otro apto para la conversación, y decía «serpiente», y nombraba a las «aves», hasta que Juan Ramón Jiménez, que andaba por el mundo con un burrito llamado Platero, me dijo que en lugar de «serpiente» dijera «culebra» y en lugar de «ave» dijera «pájaro».
Es lo que hace Raquel Markus y va más allá. Respira hondo frente al cataclismo y el dolor de ser judío, porque no le alcanzan las palabras de la literatura para expresar su rabia. Entonces, para manifestar sus encrespados ánimos, se apoya en el lenguaje cotidiano de noble color y olor natural, y con ello eleva aún más la perplejidad de su justificado odio y desafiante enfrentamiento a los enemigos del judaísmo. Y hace literatura con un lenguaje no tradicional. Logra desahogarse y enaltecerse a la vez que crea una buena obra.
¡El único consuelo que puedo ofrecerle a ella después de conmoverme hasta las lágrimas es confesar que tampoco a mí me alcanzan las palabras!
Rodolfo Izaguirre es un reconocido ensayista y crítico cinematográfico venezolano.