Entre 1936 y 1939, el rechazo de la dirigencia árabe al establecimiento del Hogar Nacional Judío en Éretz Israel se convirtió en una verdadera “intifada”, que causó numerosas víctimas y daños materiales; estos disturbios solo cesaron con el principio de la Segunda Guerra Mundial, del que ahora se cumplen 80 años. Esos tres años constituyeron una de las más duras pruebas a las que fue sometido el yishuv, pero en lugar de debilitarse, como en tantos otros casos, el esfuerzo de reconstrucción de la soberanía judía en su propia tierra salió fortalecido
Sami Rozenbaum
El yishuv de Éretz Israel experimentó un crecimiento espectacular durante la primera mitad de la década de 1930. El arribo de decenas de miles de inmigrantes de Europa (sobre todo de Alemania y Polonia) casi duplicó la población judía, que pasó de 175.000 a 355.000 en tan solo un lustro, y ahora representaba el 27% del total de la Palestina británica. También llegaron abundantes capitales, lo que generó una prosperidad sin precedentes, no solo para los judíos sino para toda la población.
Pero la dirigencia musulmana no veía este desarrollo con buenos ojos; la perspectiva de que se materializara un Estado judío quebrantaba su visión de que una tierra que alguna vez fue gobernada por el Islam pasara a manos infieles. Esto se combinó con el nuevo nacionalismo árabe, que a comienzos de 1936 motivó una huelga general contra la ocupación francesa en Siria.
Tales sucesos contaban con la simpatía y apoyo —tanto económico como logístico— de las potencias del Eje nazi-fascista, Alemania e Italia, que estaban muy interesadas en debilitar la posición de Francia e Inglaterra en el Medio Oriente. El clima estaba listo para el estallido de la revuelta.
Violencia desatada
El 4 de febrero de 1936, en apoyo a los sirios, los árabes de Palestina declararon una huelga general. Sin relación aparente, en la localidad de Tulkarem, en Samaria (Cisjordania), hubo dos ataques con pistola contra autobuses judíos que causaron tres muertos y numerosos heridos. Luego, el 19 de abril, se produjo una terrible masacre en Yafo: nueve judíos fueron asesinados en medio de saqueos, que al día siguiente causaron otras siete muertes judías en esa ciudad portuaria. Entonces los voceros árabes declararon una huelga total hasta que las autoridades del Mandato británico cumplieran tres exigencias: detener en seco la inmigración judía, prohibir la venta de tierras a los judíos, y trasferir el gobierno de Palestina a los árabes. Este fue el inicio de la “revuelta árabe”, que duraría tres años.
La insurrección contó con el apoyo de numerosos terroristas que se infiltraban desde Siria y otros países vecinos, y tomó múltiples formas: ataques a kibutzim y otros centros de población judía, apuñalamientos al azar (que no son un invento reciente), emboscadas en las carreteras contra automóviles y autobuses, destrucción de cultivos por el fuego o con hachas, agresiones a judíos en las calles, e incluso atentados contra funcionarios británicos. El 16 de mayo, un individuo disparó contra el público que salía del cine “Edison” de Jerusalén, matando a tres jóvenes. El terrorismo se convirtió en un fenómeno cotidiano en todo Éretz Israel.
El Comité Supremo Árabe de Palestina, encabezado por el siniestro mufti de Jerusalén, Hajj Amin el-Husseini (segundo desde la izquierda en la fila de adelante). El mufti sería más adelante en principal aliado de Hitler en el Medio Oriente
(Foto: The Twentieth Century in Eretz Israel)
El 25 de abril se reunió en Nablus (Shjem) un grupo de representantes de distintos movimientos musulmanes para crear el Comité Supremo Árabe de Palestina, que quedó presidido por el mufti de Jerusalén, Hajj Amin el-Husseini —inspirador de los motines de 1929 (ver recuadro)—, cuya evidente misión sería coordinar la violencia contra judíos y británicos. Poco después llegó a Palestina el ex militar iraquí Fauzi Kaukji, junto a unos 200 voluntarios de Iraq y Siria, y establecieron su base de operaciones de sabotaje en Samaria; Kaukji llegó a ser el “comandante supremo” de la revuelta. La frase “echar a los judíos al mar” se utilizó por primera vez en aquella época, y el mufti declaró una yijad (guerra santa).
Típicamente, las autoridades del Mandato tardaron en reaccionar. En mayo comenzaron a trasladar contingentes militares de refuerzo desde Malta y Egipto, y anunciaron la creación de una comisión “para investigar las causas de los disturbios en Palestina”, con la advertencia de que esa comisión solo comenzaría a funcionar cuando cesara la violencia. Tan solo a finales de septiembre, el Alto Comisionado declaró un estado de emergencia con toque de queda. Tanto las autoridades del Mandato como las de la comunidad judía intentaron conversar con el Comité Supremo Árabe, pero este se mostró inconmovible en sus demandas. El 12 de junio estalló una bomba en el tren de la ruta Haifa-Lydda, causando heridas a 18 pasajeros judíos, tres de ellos de gravedad.
Primera plana del diario The Palestine Post (hoy The Jerusalem Post) del 17 de mayo de 1936, que informaba sobre el ataque terrorista a un cine en el que tres jóvenes judíos perdieron la vida. (Imagen: The Jerusalem Post)
El yishuv no permanecería impasible ante los ataques. Los grupos de autodefensa, nacidos ya en los tiempos del dominio otomano (Hashomer) y entre los que destacaba la Haganá, se reforzaron con más voluntarios, incluyendo adolescentes en las escuelas y todos los miembros de los kibutzim. El gobierno británico autorizó la creación de una Policía Auxiliar Judía para vigilar los asentamientos agrícolas y vías rurales. Los autobuses hacia Jerusalén comenzaron a viajar formando convoyes, pero incluso así eran atacados en el camino; algunos automóviles viajaban con escobas adosadas a su parte frontal, para apartar los clavos que regaban los terroristas. Viajar de una ciudad a otra era una aventura muy riesgosa, pues casi siempre había que pasar por centros poblados mayoritariamente árabes, donde había bandas terroristas al acecho.
Inicialmente, la Haganá anunció que solo reaccionaría ante los ataques, sin ejercer retaliación contra la población árabe en general. Se hizo necesaria la creación de unidades móviles de operaciones antiterroristas, que recibieron el nombre de nodedots (“errantes”), que atacaban a los grupos agresores en sus bases; estas unidades operaron tanto en Jerusalén como en los valles agrícolas, y lograron limitar las acciones de terror. La Haganá comenzó a adquirir armas, e incluso a fabricarlas en talleres secretos.
Miembros de la Policía Auxiliar Judía patrullan lugares estratégicos, como los cruces ferroviarios y de carreteras. (Foto: The Twentieth Century in Eretz Israel)
Los británicos también se enfrentaron a los grupos árabes; el 27 de julio se produjo una auténtica batalla cerca de Nablus, en la que murieron seis terroristas y un soldado; en septiembre los británicos atacaron a las bandas árabes en las montañas de Samaria, pero su líder Fauzi Kaukji logró huir a Trasjordania.
En octubre, con las fuerzas británicas de Palestina prácticamente en estado de guerra, los monarcas de varios países árabes pidieron al Comité Supremo cesar la huelga general, lo que sucedió el 12 de octubre. Para entonces habían muerto 91 judíos y casi 400 habían resultado heridos. Pero la violencia continuaría, si bien con menor intensidad.
Durante una conferencia de la Organización Sionista Británica, David Ben Gurión afirmó: “Un pueblo que ha sido sometido a prueba con sangre y terror durante miles de años no tiene miedo”.
“Sin la resistencia encarnizada de los judíos, sin su firme resolución de defender sus posiciones, el resultado de ese conflicto no habría sido diferente del de la guerra de Etiopía o de la de España. Abandonados a su suerte, los judíos habrían sucumbido frente a la fuerza superior de sus adversarios, mientras que las democracias europeas habrían derramado cálidas lágrimas sobre su trágico destino”.
Jacob Tsur, en referencia a la revuelta árabe de 1936-1939
en La rebelión judía.
El progreso no se detiene
A pesar del clima de terror, el yishuv no dejó de avanzar en su desarrollo y la construcción del futuro Estado; de hecho, la huelga árabe solo logró reforzar la autonomía y confianza en sí misma de la comunidad judía.
El cierre del puerto de Yafo por los árabes, punto central de la huelga, tenía el objetivo de paralizar la economía de Palestina; pero los judíos, con autorización británica, crearon rápidamente un nuevo puerto en Tel Aviv, lo que los independizó de manera definitiva del de Yafo. También por esos días se inauguró un aeropuerto al este de la localidad de Lydda (Lod), actualmente el Aeropuerto Internacional Ben Gurión, y se creó la compañía aérea Aviron, financiada por la confederación obrera Histadrut y la Agencia Judía. La tercera Feria del Levante, exposición industrial y comercial de los logros del yishuv que se había realizado por primera vez en 1932, tuvo lugar en Tel Aviv a mediados de 1936 como estaba previsto.
Estibadores del nuevo puerto de Tel Aviv cargan cajas de mercancía con destino a Karachi, en la India Británica. Estos hombres trabajaban descalzos, pero el yishuv logró independizarse del puerto de Yafo.
(Foto: The Twentieth Century in Eretz Israel)
La resiliencia del yishuv quedó demostrada también en la respuesta al surgimiento de una gran cantidad de refugiados judíos —cerca de 10.000— que debieron huir de centros poblados como Yafo, la Ciudad Vieja de Jerusalén, Haifa, Hebrón, Beit Sheán, Nablus, Acre y otros. En un principio se les dio cobijo en 85 campamentos temporales, ubicados sobre todo en Jerusalén y Tel Aviv; el Consejo Nacional Judío, máxima autoridad del yishuv, organizó una colecta de emergencia, y también contó con apoyo monetario del gobierno. Para finales de 1936, todos los refugiados contaban con vivienda permanente.
Durante ese año 1936 también se estrenó un nuevo sistema de construcción de asentamientos judíos: el de “torre y empalizada”, que años más tarde tendría una importancia fundamental para la definición y defensa de las fronteras del Estado de Israel; el 10 de diciembre, en un solo día, se creó de la nada el kibutz Tel Amar en el valle de Beit Sheán, con materiales de construcción fabricados de antemano y trasladados al lugar. Tel Amar sería seguido por decenas de otros kibutzim y moshavim fundados en un solo día (y luego en una sola noche) con la misma técnica.
La cultura también siguió desarrollándose en Éretz Israel: en diciembre tuvo lugar en Tel Aviv el primer concierto de la Orquesta Sinfónica de Palestina (hoy Orquesta Sinfónica de Israel), fundada por el violinista Bronislaw Huberman; la batuta estuvo a cargo nada menos que de Arturo Toscanini.
A pesar de todas las dificultades, en 1936 se sumaron casi 29.000 nuevos inmigrantes judíos a Éretz Israel, aunque la cifra fue menor a la de los años precedentes.
El antecedente de 1929
En agosto de 1929 ya se habían producido graves motines antijudíos a lo largo y ancho de Palestina, por instigación directa del mufti de Jerusalén. Tras varias semanas de tensiones y actos de vandalismo (incluyendo la quema de varios Sefarim Torá en el área del Kótel), el día 23 una turba árabe penetró en el Barrio Judío de Jerusalén armada con puñales y palos, y atacó indiscriminadamente a la población; la policía británica se vio sobrepasada. En Hebrón se produjo una verdadera masacre con 60 judíos muertos, incluyendo mujeres y niños; el resto de esa antigua comunidad fue evacuado. Algo similar sucedió en Safed (Zfat), donde el barrio judío fue pasto del fuego. La población de Ramat Rajel, Motza, Hartuv, Kfar Uria, Beer Tuvia y Hulda debió huir, tras lo cual esos asentamientos fueron destruidos por los árabes.
En Tel Aviv y Haifa, las pequeñas fuerzas de la Haganá pudieron repeler a los vándalos. En total, los seis días de motines causaron 133 judíos muertos, cientos de heridos y graves daños materiales. Más de 8000 judíos (5% del total del yishuv) perdieron sus hogares.
La reacción de las autoridades del Mandato fue característica: se suspendió la publicación de todos los periódicos judíos, se cortaron las comunicaciones telefónicas y telegráficas con el exterior para que no se informara lo que estaba sucediendo, y se creó una comisión “para investigar las causas de los disturbios”.
La Comisión Peel
La comisión para investigar la situación en Palestina, anunciada por el gobierno británico, arribó el 11 de noviembre de 1936 y estuvo encabezada por Lord Earl Peel. Su objetivo era entrevistarse con las autoridades locales del Mandato y con los liderazgos judío y árabe para conocer sus posiciones, y luego proponer salidas al conflicto. La primera figura con la que se reunió la delegación británica de seis miembros fue Haim Weizmann, presidente de la Organización Sionista; los árabes boicotearon en un principio a la comisión, pero luego aceptaron reunirse. El equipo de Peel retornó a Londres en enero de 1937, y allí recibió al líder del sionismo “revisionista” Zeev Jabotinsky, quien tenía prohibida la entrada a Palestina.
Mientras la Comisión Peel debatía se mantuvo una relativa calma en Palestina, interrumpida por episodios como el intento de asesinato por los árabes del alcalde de Haifa, Hassan Shukri, quien había sido el único en oponerse a la huelga general; de hecho, durante la revuelta hubo en total más árabes asesinados en enfrentamientos internos que víctimas judías.
Mapa de la partición de Palestina propuesta por la Comisión Peel (julio de 1937). Los principales dirigentes sionistas estaban dispuestos a aceptar el ínfimo territorio de 6000 kilómetros cuadrados que tendría el Estado judío, como forma de salvar a sus hermanos perseguidos en Europa; pero las autoridades árabes lo rechazaron de plano y reiniciaron la violencia, lo que condenó esa posibilidad al fracaso.
(Imagen: Jewish Virtual Library)
Finalmente, la Comisión Peel publicó su informe el 7 de julio de 1937: por primera vez se propuso la partición del territorio en un Estado judío y otro árabe. El área asignada a los judíos era una pequeña superficie de 6000 kilómetros cuadrados que abarcaría la Galilea, los valles del norte y la franja costera central, aunque estaría dividida en dos por un corredor entre Yafo y Jerusalén que quedaría bajo control británico. Los árabes ocuparían el resto de Palestina, en un territorio que luego sería anexado a Trasjordania (actual Jordania), gobernada por el emir Abdulá.
El Informe Peel desató de inmediato una controversia en el ámbito sionista, entre quienes estaban dispuestos a aceptar ese minúsculo y dividido territorio con el fin de recibir a los judíos que querían huir de las persecuciones en Europa (Weizmann, Ben Gurión y Shertok), y quienes lo consideraban insuficiente, indefendible, y que además sería un Estado vasallo del Imperio Británico. El XX Congreso Sionista, que se celebró en Zurich en agosto de 1937, centró sus debates en el Informe Peel; las discusiones fueron tormentosas y estuvieron a punto de desatar una crisis en el movimiento sionista, pero al final se votó a favor de la propuesta de Ben Gurión de negociar con los británicos una “clarificación” de la propuesta, sin aceptarla o rechazarla de entrada.
Entre los árabes no hubo controversia alguna: la sola noción de un territorio autónomo para los judíos les resultaba obscena y herética.
Fin de la tregua
El 26 de septiembre de 1937, atacantes árabes asesinaron al comisionado británico de la región de Galilea, Lewis Andrews; esto marcó el reinicio del terrorismo con renovada intensidad. Como respuesta, el gobierno del Mandato disolvió el Comité Supremo Árabe de Palestina y otras organizaciones similares, y envió al exilio en las islas Seychelles —en medio del Océano Pacífico— a varios de sus líderes. El mufti se escondió en la mezquita de al-Aqsa en Jerusalén, de la cual huyó vestido de mujer hacia Beirut, en el Líbano; más tarde escaparía a Berlín, donde sería huésped de honor de Adolfo Hitler.
Tren descarrilado por la explosión de una mina colocada por bandas de merodeadores árabes en los rieles. (Foto: The Twentieth Century in Eretz Israel)
Meses antes, el grupo de autodefensa judío Irgún Bet se había dividido; la mitad de sus miembros se integró a la Haganá, mientras que el resto fundó un nuevo grupo llamado Étzel (siglas de IrgúnTzvaí Leumí, “Organización Militar Nacional”, que también sería conocido simplemente como Irgún). En noviembre de 1937, tras reanudarse la violencia, Étzel rechazó en forma abierta el principio de no retaliación que mantenía la Haganá, y efectuó un ataque contra ciudadanos árabes en Haifa y Jerusalén. Más adelante el Irgún realizaría otras acciones que pueden calificarse como terroristas contra árabes en cafés, autobuses y otros lugares, lo que generó el rechazo de la mayoría del yishuv.
Los británicos establecieron la pena de muerte por terrorismo, e incluso por la simple posesión de armas, que se aplicó contra varios árabes y judíos. Las fuerzas militares británicas atacaron varias posiciones rebeldes árabes, sobre todo en la Galilea, y lograron desbandarlas.
El año 1938 se inició en medio de una recesión económica en el yishuv; el desempleo judío creció. Pero ante la situación desesperada de los judíos de Europa, tanto la Haganá como el Irgún y el grupo sionista-revisionista Betar organizaron la inmigración clandestina (Aliá Bet), a través de barcos que llegaban a las costas de Palestina en lugares apartados o durante la noche. Ese año arribaron 14 embarcaciones con un total de 3.250 inmigrantes. La aliá total sumó 15.000 personas en 1938, y se establecieron 17 nuevos kibutzim y otros asentamientos.
Ante la necesidad de financiar el esfuerzo defensivo, las autoridades judías crearon un impuesto especial (Kofer Hayishuv), que fue pagado con entusiasmo por la mayoría de la población. Esto permitió cubrir parte de los costos de una importante obra: una cerca de alambre de púas en la frontera de Palestina con Siria y el Líbano, entre el lago Kineret y Rosh Hanikrá; esto requirió el trabajo de más de mil trabajadores judíos, con el apoyo de 600 miembros de la Haganá y la Policía Auxiliar Judía.
El año 1938 fue el más sangriento de la revuelta árabe. Decenas de judíos perdieron la vida a causa de los ataques, así como por minas en las carreteras o en las vías ferroviarias. El 2 de octubre, una banda terrorista penetró en el vecindario Kiriat Shmuel en Tiberíades y asesinó a 19 judíos, muchos de ellos niños; días más tarde asesinaron también al alcalde judío de esa ciudad. Incluso fue asesinado Alexander Zeid, el legendario fundador de Hashomer. La audacia de los árabes llegó al punto de tomar militarmente la Ciudad Vieja de Jerusalén y varias urbes de mayoría árabe; los británicos debieron realizar un gran esfuerzo para desalojarlos y recuperar el control.
Ese año entró en escena un personaje que dejaría una huella imborrable en el yishuv y la historia del futuro Estado de Israel: Orde Charles Wingate, entonces joven capitán del ejército británico que simpatizaba profundamente con el movimiento sionista, quien ofreció entrenamiento por su propia iniciativa a la Haganá —y a otros voluntarios británicos pro-judíos— en tácticas defensivas y ofensivas, incluyendo la creación de escuadrones nocturnos para combatir el terror, así como el uso de información de inteligencia. También organizó cursos para los nuevos y muy jóvenes comandantes de la Haganá. A pesar de recibir una condecoración por servicios distinguidos en Palestina, la actitud pro-sionista de Wingate resultó demasiado para las autoridades británicas, quienes lo acusaron de “indisciplina” y lo trasladaran al año siguiente a Inglaterra. Pero sus enseñanzas serían posteriormente incorporadas a las Fuerzas de Defensa de Israel; los grupos que formó fueron la raíz del Palmáj (abreviatura de Plugot Mahatz, unidades de asalto), grupo de élite de la Haganá[1].
Orde Wingate, militar británico pro-sionista que entrenó a los jóvenes de la Haganá en tácticas de guerrilla durante la revuelta árabe. En la Segunda Guerra Mundial luchó contra los japoneses en el Sudeste Asiático, donde murió en un accidente aéreo en 1944.
(Foto: War History Online)
Continuando con sus manejos diplomáticos, el gobierno británico creó una nueva comisión, esta vez denominada Woodhead, para analizar la implementación de las recomendaciones del Informe Peel. Esta comisión propondría reducir aún más el territorio asignado a los judíos, convirtiéndolo en un minúsculo enclave en un océano árabe. Ni siquiera eso se pudo implementar. El reporte final de la Comisión Woodhead apareció el 9 de noviembre de 1938, y esa misma noche se produjo en el Reich nazi la Noche de los Cristales Rotos (Kristallnacht), durante la cual fueron destruidos sistemáticamente los comercios, sinagogas y otras instituciones judías en Alemania y Austria. Las masas judías que querían escapar encontraron cerradas todas las puertas.
La noche siguiente, al inaugurar una reunión del Consejo General Sionista en Londres con delegados de todo el mundo, Haim Weizmann exclamó, evitando a duras penas que se le quebrara la voz: “Abrimos esta sesión a la luz de las sinagogas en llamas, los gemidos de los asesinados y el llanto de miles de judíos internados en campos de concentración”.
La traición británica
Al comenzar 1939, los británicos organizaron una conferencia en Londres llamada “Mesa Redonda”, para fomentar conversaciones entre los liderazgos judío y árabe de Palestina. El intento comenzó mal, pues los árabes se negaron rotundamente a sentarse junto a los judíos; así que hubo dos “mesas” en las que los delegados se reunieron por separado con las autoridades británicas. Mientras tanto, continuaban los ataques terroristas árabes contra el yishuv y las retaliaciones del Irgún contra la población árabe.
Al final de la conferencia, los ingleses optaron por asumir una posición francamente hostil al sionismo para apaciguar a los árabes; su razonamiento era simple y puede resumirse así: “En la venidera guerra contra Alemania los judíos estarán de nuestro lado de todos modos; los árabes podrían unirse a los nazis, y eso no nos conviene”.
El 17 de mayo, el gobierno de Londres publicó el funesto “Libro Blanco” que satisfacía las exigencias árabes: limitó la inmigración judía a Palestina a 75.000 personas en total durante los siguientes cinco años, y luego quedaba a criterio de los árabes; también se restringió casi por completo la venta de terrenos a los judíos.
Esta fue la sentencia de muerte para la Declaración Balfour, aprobada apenas dos décadas antes; y también para cientos de miles, si no millones de judíos europeos desesperados por huir del nazismo.
Entonces comenzó a reducirse la violencia árabe contra el yishuv, pero se inició una nueva etapa que Jacob Tsur denominó acertadamente la “rebelión judía”. Se intensificó la inmigración ilegal con barcos como el Parita, que osadamente se acercó a las costas del propio Tel Aviv a plena luz del día, mientras decenas de miembros de la Haganá y voluntarios cargaban a los inmigrantes sobre sus espaldas hasta tierra firme y los hospedaban en casas particulares. La creación de nuevos kibutzim de “torre y empalizada” se aceleró, esta vez sin permiso alguno de las autoridades del Mandato. La Haganá y el Irgún comenzaron a sabotear instalaciones británicas, como los barcos guardacostas que trataban de impedir la llegada de buques con inmigrantes y la estación de radio oficial.
La revuelta árabe se extinguió definitivamente con el estallido de la Segunda Guerra Mundial en los primeros días de septiembre de 1939, hace ahora 80 años.
Consecuencias
Los dirigentes árabes iniciaron la revuelta en 1936 para bloquear cualquier posibilidad de que el yishuv de Éretz Israel se convirtiera en un Estado judío. No fue la primera vez que emplearon el terror para lograr sus propósitos, pero sí fue la más organizada y prolongada, contando con apoyo de varios países vecinos así como de la Alemania nazi y la Italia fascista. Esto fue un anticipo de lo que sucedería más adelante.
Judíos provenientes de Alemania bailan con entusiasmo al desembarcar en Tel Aviv en 1939, poco antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial.
(Foto: El retorno a Sión. Libros Keter, Jerusalén)
Pero aunque el Libro Blanco de 1939 satisfizo temporalmente las pretensiones árabes, el yishuv perseveró contra todos los obstáculos. Por ejemplo, los productos árabes que dejaron de llegar a los mercados a causa del boicot fueron rápidamente reemplazados por productos judíos. Todo lo que hicieron quienes querían doblegar a los judíos de Palestina encontró una solución eficaz y aún mejor. Esto marcó la separación definitiva de las economías árabe y judía, reforzando la infraestructura del futuro Estado en construcción.
Luego, al comenzar el conflicto mundial y mientras los países árabes coqueteaban con Hitler, 136.000 judíos de Palestina entre hombres y mujeres —una cuarta parte de la población total—, se ofrecieron como voluntarios para el servicio nacional y para apoyar a los británicos en su esfuerzo bélico. Esto construiría una base sólida para las futuras Fuerzas de Defensa de Israel.
FUENTES
[1]Véase “La resistencia judía contra los británicos en Palestina”, en NMI Nº 1962 (archivo.nmidigital.com, haciendo clic en “Ediciones anteriores”).