Israel libra su guerra más larga sin contar la de su independencia en 1948. Va ya para seis meses, sin visos de un final en breve. A diferencia de las anteriores guerras, esta es una que se libra en frentes no convencionales. Huestes bien apertrechadas, escondidas en túneles profundos, sin miedo a morir o considerando la muerte una especie de premio, escudos humanos protegiendo a crueles atacantes. Además, una opinión pública que mayoritariamente condena a Israel. Un Israel que tiene una capacidad de fuego directamente proporcional a la exigencia de no utilizarla para acabar con un enemigo que sabe y aprovecha la circunstancia.
Esta guerra ha descubierto situaciones muy delicadas en varios ámbitos. En Israel, la politización del conflicto, a veces por encima de la necesidad de acciones a ejecutar o diferir. El gabinete de guerra, encabezado por su primer ministro, es sometido a un escrutinio acucioso, y las opiniones sobre sus decisiones muchas veces obedecen a posiciones y posturas políticas, antes que de índole militar o de seguridad. También, estas opiniones arrojan dudas acerca de las motivaciones del primer ministro y el gabinete de guerra a la hora de decidir sobre cualquier tema. Si en un momento de crisis y peligro nacional, en medio de una guerra feroz, se tienen dudas sobre las motivaciones de quienes han de tomar decisiones y acerca de la integridad de quienes emiten opiniones encontradas, nos hallamos ante una situación muy delicada y decepcionante.
La guerra, comentada 24×7 en paneles de radio y televisión y en prensa escrita, es una especie de reality show que agota a todos. Están las familias de los secuestrados desesperadas y exigiendo la devolución de sus seres queridos, ya sin saber si están con vida o no. Bajas militares todos los días, y atentados terroristas que se evitan o terminan perpetrándose con saldo de víctimas y miedo. Es evidente que los objetivos de la guerra para Israel no se han conseguido. Hamás no ha sido depuesto, los secuestrados no han regresado y, desde el Líbano, se dispara contra Israel. Este desgaste agota, y aunque no es una victoria para el enemigo, tampoco es la aspiración de un Israel que vive en tensión permanente.
(Imagen: YouTube)
Este desconsolador panorama se agrava cuando desde el interior de Israel se oyen voces de desconfianza para con el gobierno, para con quienes tienen la responsabilidad de conducir el país. ¿Se puede politizar la responsabilidad? ¿Queda espacio para el optimismo cuando se duda de las intenciones de quienes son gobierno? El tono de las denuncias, las interpelaciones y los comentarios denotan mucha polarización política. El llamado a elecciones adelantadas es un síntoma de desconfianza en el gobierno de turno, una alarma que debe ser atendida. Es también la expresión de una solución ilusoria. La situación siempre se puede manejar mejor, pero las causas de lo que se vive en Israel van más allá de la responsabilidad o actuación de los gobernantes. Hay factores externos fuera de control. No parece que se resuelva porque haya elecciones y un nuevo primer ministro.
En esto de la politización, ocurre algo muy delicado en Estados Unidos. El tema de la alianza con Israel, la defensa del aliado natural y el compromiso de ayuda diplomática y militar, fueron hasta hace poco temas de interés nacional. Bipartisano. Republicanos y demócratas, sin importar sus diferencias, asumían el tema de Israel como algo que no se discutía como asunto electoral, no era materia de campaña electoral. Pero desde los tiempos de Obama, la relación con Israel se ha convertido en punto de agenda, y el apoyo a Israel se llega a cuestionar de manera preocupante. Los norteamericanos piensan que pueden y deben influir en la política de Israel, y lo contrario, por descabellado que parezca, también sucede en el pequeño Israel. Por segunda vez en menos de ocho años, Estados Unidos no vetan una resolución que condena a Israel en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el senador Schumer sugiere elecciones en Israel para que sea sustituido el primer ministro. Israel ha pasado de ser un asunto en el cual EEUU tiene responsabilidad, a un asunto de política incluso doméstica. En un año electoral crucial, esto es determinante.
Este desconsolador panorama se agrava cuando desde el interior de Israel se oyen voces de desconfianza para con el gobierno, para con quienes tienen la responsabilidad de conducir el país. ¿Se puede politizar la responsabilidad? ¿Queda espacio para el optimismo cuando se duda de las intenciones de quienes son gobierno?
En los conflictos anteriores de Israel, en las guerras de antaño, las decisiones y las acciones eran conocidas, pero no en tiempo real. La globalización y la inmediatez de la información, la injerencia de todos en lo que ocurre —a veces sin responsabilidad sobre los hechos—, se han convertido en una quinta columna muy difícil de manejar. Se hacen encuestas sobre eventuales coaliciones de efectuarse elecciones en el momento, se politiza lo que sucede y aquello que debería suceder. Este es un exceso que se traduce en un peligro para un país en guerra, sometido a tremenda presión internacional y enfrentado a enemigos implacables.
Los ciudadanos necesitan confiar en sus dirigentes, necesitan la seguridad de saber que actúan sobre la base de su responsabilidad como dirigentes; no en función de cálculos políticos que no necesariamente van de la mano del interés nacional. La historia de Israel, aun con sus altibajos, siempre ha demostrado que ha privado la responsabilidad sobre la politización.
Todos queremos creer que se actúa en función de la responsabilidad. Esperemos que, a la brevedad, los resultados demuestren eso: que entre responsabilidad y politización, se actuó con apego a la responsabilidad.