“Dios le dijo a Moisés: Habla con los sacerdotes, y dile a ellos…”. A nuestros sabios les llamó la atención la redundancia: habla y diles. Ellos explican que “diles” era parte de la orden impartida: “Dile a los ancianos que adviertan a los más jóvenes”.
Es curioso: ¿por qué nuestros sabios utilizaron el término “advierte” en lugar de “enseña”? Las enseñanzas de la Cabalá explican que la palabra hebrea para “advertir” (lehazhir), connota también iluminación. En otras palabras, no solamente los reprendas o amonestes: ilumina sus almas poniendo de relieve sus fortalezas.
Para explicar cómo se puede hacer esto, hay que introducir primero la doctrina de la gran prueba. A veces me preguntan por qué Dios pone a prueba a ciertas personas más severamente que a otras. Hay quienes han nacido con una fuerte predilección por la codicia o el robo. Otros son extremadamente vulnerables a la ira o celos, y otros más, a la inseguridad y el miedo. Luego están aquellos que, por naturaleza, no son tentados por cualquiera de las características anteriores; un estilo de vida moral es relativamente fácil para esta clase de individuos. ¿Por qué tuvieron tal suerte, y por qué son otros tan severamente juzgados?
Antes de dotarnos de nuestras inclinaciones genéticas, Dios nos proporciona la capacidad de superarlas; el principio de que Dios no nos pone a prueba en formas que no podamos superar. El Talmud afirma: “El que es espiritualmente más grande, está cargado con una fuerte inclinación al mal”. Antes de que se nos dote de nuestras inclinaciones genéticas, Dios proporciona la capacidad de superar esas mismas inclinaciones. La razón por la que algunos están tentados, solo ligeramente, se debe a que su capacidad para vencer la tentación es limitada. Los que están muy tentados están dotados de una mayor capacidad para superarla. Cuanto mayor sea la capacidad, mayor es la tentación. Igualmente, cuanto mayor es la tentación, mayor es la capacidad de superarla. De esta manera, el campo de juego está nivelado. Nadie enfrenta una prueba mayor que otro; cada uno es probado de acuerdo a su capacidad.
Independientemente de la disposición genética, nuestras decisiones de comportarnos de una manera particular son producto de la libre elección. No importa qué tan fuertemente nos inclinamos hacia el pecado, pues tenemos la capacidad para luchar contra esa tentación y superarla. Sucumbir es optar por no vivir de acuerdo con nuestra capacidad.
Ahora, volvamos a la noción de reprender o amonestar por iluminación. Cuando vemos a un compañero cometer un pecado, ¿qué estamos viendo? ¿Tomamos nota del pecado y desatamos una mordaz, pero totalmente ineficaz, reprimenda, o tomamos nota de la terrible tentación que lo condujo al pecado?
Reconocer la espantosa tentación que enfrentan nuestros semejantes pone de relieve sus puntos fuertes. Como se explicó anteriormente, si alguien no fue particularmente capaz en ese aspecto, no habría sido tan duramente probado. Por lo tanto, nuestra segunda opción no conduce a la reprimenda, pero sí a la admiración y la alabanza. Por supuesto, no alabamos al pecado, sino a nuestro compañero por la capacidad natural que Dios le dio para superarlo.
Imagínese responder al pecado de su vecino con una serie de elogios sobre sus increíbles fortalezas espirituales. Decirle que su alma es más elevada que la suya, como lo indica la intensidad de sus tentaciones. Expresarle cuán celoso está de su alma, y lo mucho que le gustaría nacer con sus habilidades naturales. En lugar de abrir una brecha, sienta las bases de una relación maravillosa.
Las palabras de elogio logran el objetivo que usted busca, pero no se puede lograr fácilmente: van a inspirar a su vecino a mejorar su comportamiento. Cuando los seres humanos recibimos alabanzas, respondemos naturalmente con el deseo de vivir de acuerdo con estas. Elogiar resalta las capacidades naturales del otro y pondera lo mejor de él; se le faculta para superar la tentación futura. La advertencia, por el contrario, no es particularmente estimulante, pues pone de relieve los fallos y recuerda sus peores momentos.
Es contrario a la intuición responder con elogios a un pecador. Los designados para guiar y orientar a los demás de vuelta al camino de la moralidad están generalmente inclinados a señalar las tendencias de comportamiento negativos que su compañero debe revertir. Esta es la forma más directa, pero también la menos eficaz. Cuando una habitación está oscura simplemente encendemos la luz. Cuando una persona está llena de la oscuridad del pecado, no sirve de nada tratar de luchar contra la oscuridad. Es mucho más eficaz encender una luz.
Por lo expuesto, Dios instruyó a Moisés a decir a los sacerdotes que iluminasen a sus hijos. Ordenó que hiciesen brillar la luz en sus fortalezas: su deseo de vivir naturalmente de acuerdo con el elogio a ellos concedido.