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Rabino Chaim Raitport
F ue la primera casa de culto israelita, la primera casa de oración que los judíos hicieron para Dios. Pero la idea misma está llena de paradojas, incluso de contradicciones. ¿Cómo se puede construir un recinto para Dios? Él es más grande que cualquier cosa que podamos imaginar y mucho menos construir.
El rey Salomón hizo énfasis en ello cuando inauguró otra casa de Dios, el Primer Templo, al afirmar "¿Pero realmente Dios morará en la tierra? Los cielos, incluso el cielo más alto, no pueden contenerlo. ¡Cuánto menos esta casa que yo he edificado!". Dijo Isaías en nombre del Creador: "El cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis pies. ¿Qué casa puedes construir para mí? ¿Dónde estará mi lugar de descanso? "
No solo parece imposible construir un hogar para Dios: debería ser innecesario. Se puede acceder a Dios que está en todas partes, de cualquier lugar. Tan fácil se accede a Él desde el pozo más profundo como de la montaña más alta, en un barrio marginal de la ciudad o de un palacio forrado de mármol y oro.
La respuesta, y es fundamental, es que Dios no vive en edificios. Él reside en los constructores. No se asienta en estructuras de piedra, sino en el corazón del humano. Lo que los sabios y místicos judíos señalaron fue que en nuestra parashá el texto afirma: "Deja que ellos me construyan un santuario para que habite en ellos", no "para que habite en él". ¿Por qué entonces le ordenó al pueblo hebreo que hiciera un santuario? La respuesta dada por la mayoría de los comentaristas e insinuada por la Torá misma es que Dios dio la orden inmediatamente después del pecado del Becerro de Oro.
El pueblo erigió el ídolo después de que Moisés había estado en la montaña durante cuarenta días para recibir la Torá. Mientras Moisés estaba en medio de ellos, sabían que él se comunicaba con Dios y Dios con él y, por lo tanto, Dios era accesible, cercano. Pero cuando estuvo ausente durante casi seis semanas entraron en pánico. ¿Quién más podría salvar la brecha entre ellos y Dios? ¿Cómo podían escuchar Sus instrucciones? ¿A través de qué intermediario podrían hacer contacto con la Presencia Divina? Es por ello que Dios le dijo a Moisés: "Deja que ellos me construyan un santuario para que habite en ellos". La palabra clave aquí es el verbo sh-j-n, para habitar. Nunca antes se había usado en conexión con Dios. Con el tiempo se convirtió en una palabra clave del judaísmo. De ella derivan las palabras: Mishkán, que significa “santuario”, y Shejiná, “Presencia Divina”.
Lo central de su significado es la idea de cercanía. Shajén en hebreo significa “vecino”, la persona que vive al lado. Lo que los israelitas necesitaban y lo que se les había dado, era una forma de sentirse muy cercanos a Dios, como de nuestro vecino.
Esa es la relación que tenían los patriarcas y las matriarcas con el Creador. Él se dirigió a Abraham, Isaac y Jacob, Sara, Rebeca, Raquel y Leá, íntimamente, como un amigo. Él les dijo a Abraham y a Sara que tendrían un hijo. Le explicó a Rebeca por qué sufría de un dolor tan intenso durante el embarazo. Se apareció a Jacob en momentos clave de su vida diciéndole que no tuviera miedo.
Esa no era la relación que los israelitas habían experimentado hasta el momento. Habían visto a Dios castigando con plagas a los egipcios, dividiendo el Mar Rojo, haciendo caer el maná del cielo y extrayendo agua de una roca. Habían escuchado Su voz dominante en el monte Sinaí y la encontraron casi insoportable; le suplicaron a Moisés: "háblanos tú mismo y te escucharemos. Pero que no hable Dios con nosotros o moriremos". Lo habían percibido como una presencia abrumadora, una fuerza irresistible, una luz tan brillante que ciega al mirarla, una voz tan fuerte que hace ensordecer.
Entonces, para que Dios sea accesible, no solo para los pioneros de la fe –los patriarcas y las matriarcas–, sino para cada miembro de una gran nación, fue un desafío por así decirlo para el mismo Amo del Universo. Tenía que hacer lo que los místicos judíos llamaban tzimtzum, "contraerse" a Sí mismo. Difuminar Su luz, suavizar Su voz, esconder Su gloria dentro de una espesa nube, y permitir que el infinito adoptara las dimensiones de lo finito. Pero eso, por así decirlo, fue la parte fácil. La parte difícil no tuvo nada que ver con Dios, y si, todo que ver con nosotros. ¿Cómo llegamos a sentir la presencia de Dios? No es difícil hacerlo estando al pie del monte Everest o el Gran Cañón de Colorado. No se tiene que ser muy religioso, incluso se puede no ser religioso en lo absoluto, para sentir temor en presencia de lo sublime.
Pero, ¿cómo percibe la presencia de Dios en la cotidianidad la vida? ¿No desde la cima del monte Sinaí si no de la llanura debajo? ¿No cuando se está rodeado de truenos y relámpagos como en la gran revelación en el Sinaí sino cuando se trata de un día entre otros días? Ese es el secreto transformador del nombre de la parashá: Terumá. Significa “una contribución”. Dijo Dios a Moisés: "Diles a los israelitas que me traigan una contribución. Debes recibir para mí la contribución de todos aquellos cuyo corazón los impulsa a dar". La mejor manera de encontrar a Dios es dar.
El mismo acto de dar fluye o conduce a la comprensión de que lo que damos es parte de lo que se nos dio. Es una forma de dar gracias, un acto de gratitud. Esa es la diferencia en la mente humana entre la presencia y la ausencia de Dios.
Si Dios está presente, significa que lo que tenemos es suyo. Él creó el universo, nos hizo, nos dio la vida, insufló en nosotros el aire que respiramos. Todo a nuestro alrededor es la majestad, la plenitud, la generosidad de Dios: la luz del sol, el oro de la piedra, el verde de las hojas, el canto de los pájaros. Es lo que sentimos al repasar los salmos referentes a la creación que leemos todos los días en el servicio matutino. El mundo es la galería de arte de Dios, y sus obras maestras están en todas partes.
Cuando la vida es un hecho, la reconoces devolviendo.
Pero si no se concede la vida porque no hay dador, si el universo surgió solo por una fluctuación aleatoria en el campo cuántico, si no hay nada en el universo que sepa que existimos, si no hay nada en el cuerpo humano, solo una cadena de letras en el código genético, impulsos eléctricos en el cerebro. Si nuestras convicciones morales son medios de autosuficiencia y nuestras aspiraciones espirituales meras ilusiones, entonces es difícil sentir gratitud por el regalo de la vida. No hay obsequios si no hay quien regale. Solo hay una serie de accidentes sin sentido, y es difícil sentir gratitud por un accidente.
La Torá, por lo tanto, nos dice algo simple y práctico: regala y verás la vida como un obsequio. No se necesita poder demostrar que Dios existe. Todo lo que se necesita es agradecer que se existe. El resto seguirá su curso natural.
Así es como Dios llegó a estar cerca de los israelitas, a través de la construcción del santuario. No era la calidad de la madera, los metales y las cortinas. No era el brillo de las joyas en la pechera del Sumo Sacerdote. No era la belleza de la arquitectura o el olor de los sacrificios. Fue el hecho de que se construyó a partir de los donativos de "todos a los que el corazón los impulsa a dar". Donde las personas se entregan voluntariamente unos a otros y a causas santas, ahí es donde descansa la Presencia Divina. De ahí la palabra especial que da nombre a la parashá de esta semana: Terumá. Lo traduje como "contribución", pero en realidad tiene un significado sutilmente diferente para el cual no hay equivalente en ningún otro idioma. Significa "algo que se eleva", dedicándolo a una causa sagrada; se eleva algo, y entonces ese algo lo eleva a uno. La mejor manera de escalar las alturas espirituales es simplemente dar gracias por el hecho de que le han dado.
Dios no vive en una casa de piedra. Él vive en los corazones de aquellos que dan.
Fue la primera casa de culto israelita, la primera casa de oración que los judíos hicieron para Dios. Pero la idea misma está llena de paradojas, incluso de contradicciones. ¿Cómo se puede construir un recinto para Dios? Él es más grande que cualquier cosa que podamos imaginar y mucho menos construir.