Un tema que cumple tantos años como el Estado judío es el de los refugiados palestinos, a los que según la propaganda árabe “los israelíes expulsaron de su patria”.
Hace ahora medio siglo, la escritora y periodista estadounidense Marie Syrkin (1899-1989) publicó un ensayo titulado “Los refugiados árabes”, en el que narraba su testimonio de primera mano sobre la salida de cientos de miles de árabes (entonces el término “palestino” se aplicaba también a los judíos) del naciente Estado de Israel.
Cuando arribamos a un nuevo aniversario de aquellos hechos, vale la pena reproducir varios fragmentos muy reveladores de este trabajo de Syrkin.
Syrkin iniciaba su texto con una necesaria introducción, dirigida sobre todo a las personas de buena voluntad que no comprendían la posición israelí sobre el tema.
Los árabes siguen pidiendo su “repatriación”; Israel sigue negándose, y personas —cuyos escrúpulos solo pueden ser morales, no políticos— siguen extrañándose de cómo los judíos, refugiados ellos mismos hace tan poco, pueden soportar que se aumente el total de sufrimiento humano al rehusarse a recibir a los refugiados árabes en Israel.
Llegué a Palestina en junio de 1948, cuando el éxodo árabe estaba en pleno desarrollo. Una de mis tareas era redactar una crónica sobre el tema para el recién formado Servicio Israelí de Información. No había documentos ni investigaciones. Todo lo que se podía aprovechar en aquellos días eran las reacciones frescas, todavía no alteradas por la política, de judíos y árabes. La impresión principal que obtuve en todas partes, a través de mis entrevistas con árabes que habían aceptado la autoridad del Estado de Israel en lugar de huir con el enemigo, y de mis conversaciones con el clero de diversas religiones, que había observado impotente la partida de sus congregaciones, fue la de una consternación asombrada.
Los árabes concordaron en que los aldeanos que escaparon podían haberse quedado así como lo hicieron ellos, pero los refugiados habían “escuchado al mufti [líder islámico de Palestina]”; y el clero cristiano describió escenas de un miedo incontrolable al que no era posible contener por medio de ninguna afirmación de confianza. Una decidida Madre Superiora me contó: “Yo les dije: ‘No tengan miedo; los protegeré’; pero ellos huyeron”. Los judíos con quienes hablé estaban aún turbados por el espectáculo de decenas de miles de árabes que abandonaban sus hogares y propiedades y se precipitaban en medio de salvaje pánico hacia el mar o las montañas. Las aldeas árabes desiertas, los barrios árabes abandonados de Yafo y Haifa, presentaban el mismo aspecto desconcertante. Oí muchas explicaciones contradictorias: los jefes árabes habían ordenado el éxodo; los ingleses lo habían instigado; la “propaganda de atrocidad” del mufti había sido contraproducente.
Las dos líneas de pensamiento —que el éxodo fue parte deliberada de la estrategia militar árabe; o bien que fue una estampida incontrolable que el mando árabe se esforzó, sin éxito, por detener— no son contradictorias. Evidentemente, lo que empezó como un movimiento calculado degeneró en un frenesí irracional. El desarrollo del éxodo, así como las declaraciones árabes, indican que la huida fue estimulada al principio por el mando árabe para incitar al populacho (ya que los árabes de Palestina habían mostrado poco entusiasmo para el combate), así como para crear un problema artificial del “refugiado” árabe que despertara la simpatía mundial, contrapesando las reclamaciones de los refugiados judíos; y, por último, para preparar el terreno para la invasión por parte de los países árabes, que podrían entonces aparecer como los salvadores de sus hermanos. Una razón adicional fue, sin duda, el deseo de evacuar a los civiles árabes de un territorio que los países árabes esperaban bombardear.
Pero el sencillo funcionamiento de este esquema fue alterado por la misma perfección de su éxito y, así, una evacuación meditada se trasformó en una estampida histérica.
Las compensaciones de Israel
Como un gesto de buena voluntad durante las negociaciones de Lausana, Suiza, de 1949, Israel ofreció aceptar 100.000 refugiados árabes antes de iniciar cualquier discusión sobre el tema. Los Estados árabes, que se habían negado incluso a negociar cara a cara con los israelíes, rechazaron la oferta porque habría significado reconocer la existencia de Israel.
A pesar de ello, por razones humanitarias, desde la década de 1950 Israel ha permitido que más de 50.000 refugiados entren al país bajo un programa de reunificación familiar, y entre 1967 y 1993 aceptó que 75.000 personas adicionales entraran en Cisjordania o Gaza. Desde el comienzo del proceso de Oslo, Israel permitió a otros 90.000 palestinos residenciarse en territorio controlado por la Autoridad Palestina.
A pesar de que la mayoría de las propiedades árabes abandonadas pertenecían a ricos terratenientes, muchos de los cuales ni siquiera residían en Palestina antes de 1948, los árabes que dejaron atrás sus tierras siguen siendo actualmente elegibles para recibir compensaciones por parte de la Oficina Israelí de Custodia de Propiedades de Personas Ausentes. Para finales de 1993 se habían recibido 14.692 solicitudes, se habían resuelto peticiones relacionadas con 20.000 hectáreas de terreno, y se habían entregado más de 5400 hectáreas y 10 millones de shékels en calidad de compensación.
Israel ha llevado a cabo esta generosa política, a pesar de que los países árabes no han desembolsado ni un céntimo para compensar a más de medio millón de judíos refugiados que fueron obligados a abandonar sus hogares, negocios y ahorros, en los años inmediatamente posteriores a la independencia de Israel.
Con información del Comité para la Precisión en los Reportes sobre el Medio Oriente en EEUU (CAMERA)
Los árabes ricos empezaron a dejar Palestina poco después de que se aprobó la resolución de partición de la ONU y comenzaron los disturbios en diciembre de 1947. Proyectaban volver después de que los judíos fueran liquidados por los países árabes. Ya el 30 de enero de 1948, un periódico árabe de Palestina, As Shaab, aprovechó la oportunidad para criticar a esta primera ola de refugiados: “La avanzada de nuestra quinta columna está constituida por aquellos que abandonaron sus casas y posesiones para ir a residir a otra parte. Muchos de estos vivían con gran confort y lujo. Al primer signo de inquietud huyeron para no participar, directa o indirectamente, de los agobios de la lucha”.
Sin embargo, la partida de algunos árabes ricos muy difícilmente puede ser descrita como una huida. El estado en que estos árabes dejaron sus hogares, sin molestarse por llevar siquiera objetos de valor fácilmente trasportables, indica que tenían entera confianza en el rápido éxito de la invasión árabe y se ausentaron solo transitoriamente. Huyeron sin precipitación ni temor; simplemente cerraron la puerta principal y se apartaron hacia lo que debía ser una temporada a cierta distancia de la perturbación local. Su partida fue observada con comprensible alarma por los árabes menos adinerados, imposibilitados para hacer semejantes arreglos de viaje.
Las primeras señales de un éxodo de gran magnitud se observaron en marzo de 1948 (aunque varios cientos de niños árabes habían sido evacuados anteriormente de Haifa a Siria como medida rutinaria de seguridad). En la última semana de marzo y la primera de abril, miles de árabes empezaron a emigrar desde la planicie costera del Sharón hacia las regiones montañosas controladas por los árabes. Muchos vendieron antes de irse sus aves de corral y sus manadas a sus amigos judíos.
Más de 630.000 judíos que huyeron de la persecución en los países musulmanes llegaron a Israel en los cuatro años posteriores a la creación del Estado; muchos más se dirigieron a Europa, Estados Unidos o América Latina. Todos fueron absorbidos en sus lugares de destino, y no presentaron reclamación alguna. El número de refugiados judíos de los países musulmanes supera con creces el de los árabes que salieron de Palestina (mapa del historiador Martin Gilbert)
Quizá la indicación más clara de por qué los árabes huyeron esté dada por los acontecimientos de Haifa. El 22 de abril de 1948, después de quebrar la resistencia árabe en Haifa, la Haganá [fuerza militar judía] ofreció condiciones de tregua que garantizaban específicamente el derecho de los árabes a seguir viviendo en Haifa como ciudadanos, bajo el entonces existente concejo municipal binacional. Los ingleses permitieron que esto se difundiera porque consideraron “razonables” las condiciones. Los árabes empezaron por aceptar, pero cambiaron de opinión más tarde el mismo día, y explicaron que no podían admitir los términos de tregua por razones ajenas a su dominio. No hubo que buscar lejos estas “razones”. La radio árabe había trasmitido instrucciones del Ejecutivo Superior, ordenando a todos los árabes abandonar Haifa.
Los informes de A. J. Bridmead, jefe de policía británico de Haifa, indican con cuánta seriedad trataron los judíos de persuadir a los árabes de quedarse. El 26 de abril Bridmead escribió: “La situación en Haifa sigue igual. Los judíos están haciendo toda clase de esfuerzos para persuadir al populacho árabe de quedarse y continuar su vida normal; abrir sus tiendas y negocios; y estar seguros de que sus vidas e intereses estarán a salvo”.
Sin embargo, ninguna garantía pudo detener la huida. Muy pronto, la evacuación estratégica propuesta se había trasformado en pánico y los 70.000 árabes de Haifa empezaron a reunirse turbulentamente cerca del puerto, intentando “escapar” por cualquier medio. Las familias se agazaparon durante días en los muelles, rehusando moverse hasta que alguna embarcación los llevara a Acre. A diferencia de la tranquila partida de la clase árabe acomodada unos meses antes, esta fue una estampida en la que la gente parecía haber abandonado repentinamente la mesa de la comida, la cama o su trabajo, empujada por un impulso a huir. El vecino fue ciegamente detrás del vecino hasta que el puerto se llenó de aterradas figuras acurrucadas y los caminos quedaron atestados.
La partida de algunos árabes ricos muy difícilmente puede ser descrita como una huida. El estado en que estos árabes dejaron sus hogares, sin molestarse por llevar siquiera objetos de valor fácilmente trasportables, indica que tenían entera confianza en el rápido éxito de la invasión árabe y se ausentaron solo transitoriamente.
¿Galut palestino o cruel parodia?
En su ensayo, Marie Syrkin reflexionaba sobre la frecuente comparación entre la milenaria diáspora judía y la situación de los árabes que abandonaron Israel.
En 1946 visité campos de desplazados en la zona norteamericana de Alemania. Allí vi niños judíos que estudiaban con atención mapas caseros de Palestina, rotulados simplemente Artzeinu (nuestra patria), casi de la misma manera en que, según me dijeron, los niños árabes estudian la geografía de un país que nunca han visto. Pero con esta diferencia: en Jordania los niños árabes están en un país árabe, entre hermanos que se interesan por su destino (aun si este interés está supeditado a consideraciones políticas). Ellos carecen de hogar en un sentido no esencial: no son los pocos sobrevivientes accidentales de un terror que los persiguió por dondequiera intentaron escapar. Si siguen viviendo en campos de la UNRWA [agencia de la ONU para los refugiados palestinos] no es por necesidad, sino porque están siendo mantenidos como rehenes por la beligerancia árabe que se niega a permitir su absorción en los países árabes que los hospedan.
Dejaría de haber elementos diferenciadores en la comparación si fuera posible imaginar por un solo momento que los niños judíos que vi en 1946 no estaban en suelo alemán sino en un país judío rodeado por países judíos grandes e independientes. Permítanme proseguir con la fantasía: supongan que la conversación que escuché en las frías barracas no se realizó entre sobrevivientes de todos los países, excepto de la remota y sitiada “patria”; supongan, en lugar de eso, que los sobrevivientes estaban informados de que enormes fondos internacionales estaban disponibles para su reinstalación inmediata, sin viajes peligrosos, en su medio ambiente familiar, de habla hebrea, judío en tradición y religión, y gobernado por judíos. Una especulación tan absurda muestra claramente la falacia de las pretendidas comparaciones entre la situación de los sobrevivientes judíos de la guerra y la de los refugiados palestinos. Cada detalle de la fábula, consistente en imposibles que violentan todo el curso de la historia judía, pone de relieve la diferencia entre la situación árabe y la judía. Lo que el judío habría saludado como una utopía, el árabe se permitió rechazarlo como una injusticia.
Marie Syrkin
Un artículo de The Economist de Londres (2 de octubre de 1948) citaba el informe de un testigo ocular inglés: “Durante los días siguientes las autoridades israelíes, que tenían ahora el control completo de Haifa, instaron a todos los árabes a permanecer en la ciudad y les garantizaron protección y seguridad. Hasta donde yo sé, la mayor parte de los habitantes ingleses civiles, cuyo consejo fue requerido por amigos árabes, les dijeron que sería prudente que se quedaran. Varios factores influyeron en su decisión de buscar la salvación en la huida. Hay poca duda de que el más poderoso de estos factores fue el anuncio del Ejecutivo Superior Árabe trasmitido por radio, apremiando a todos los árabes de Haifa a escapar. La razón dada era que a la retirada final de los ingleses, los ejércitos unidos de los países árabes invadirían Palestina y arrojarían a los judíos al mar. Y se señaló claramente que aquellos árabes que hubieran permanecido en Haifa y aceptado protección israelí serían considerados como renegados. En aquel entonces los árabes de Palestina tenían todavía alguna confianza en la capacidad de la Liga Árabe para cumplir las promesas de sus oradores”.
El pasmoso ejemplo de Haifa estaba destinado a tener un efecto profundamente perturbador sobre toda la población árabe de Palestina. La posterior huida desde Yafo puede ser considerada un corolario natural del éxodo organizado por el mando árabe de Haifa. La histeria colectiva que desató dio por resultado el abandono de muchas aldeas árabes aun antes de que fueran amenazadas por el progreso de la guerra. Después del 15 de mayo el proceso se aceleró. La extraordinaria resistencia desplegada por Israel ante la invasión de los países árabes añadió combustible a la propaganda de terror de la Liga Árabe. Hay repetidos ejemplos de miles de árabes huyendo delante de un puñado de tropas judías.
En Safed, por ejemplo, unos 14.000 árabes se levantaron una noche y huyeron de los 1500 judíos ortodoxos que vivían en las calles sinuosas y empedradas de la antigua ciudad. Se debe ver a Safed para comprender lo que esto significa; porque los árabes no solo excedían en número a los judíos, sino que también tenían la ventaja estratégica. Ocupaban todas las fortificaciones de la ciudad, así como posiciones dominantes en las colinas cercanas. Los judíos estaban confinados a una especie de estrecho desfiladero.
“La situación en Haifa sigue igual. Los judíos están haciendo toda clase de esfuerzos para persuadir al populacho árabe a quedarse y continuar su vida normal; a abrir sus tiendas y negocios; y a estar seguros de que sus vidas e intereses estarán a salvo”
Jefe de policía británico de Haifa, 26 de abril de 1948
¿Refugiados o rehenes?
Si se aplicaran a los árabes palestinos los mismos criterios que a otras víctimas de la perturbación de la posguerra, el reasentamiento sería visto como una solución satisfactoria. En el mundo de posguerra ocurrieron enormes cambios de poblaciones. Como resultado de la división de territorios hubo un traslado de 15 millones de refugiados en India y Pakistán; 400.000 carelios fueron absorbidos en Finlandia sin recurrir al mundo exterior, así como 350.000 alemanes fueron absorbidos por Austria. El gobierno de Alemania Occidental integró exitosamente a cerca de 9 millones de refugiados de Alemania Oriental, y la agencia de la ONU para socorrer a los refugiados coreanos, establecida en 1951 sobre el modelo de la UNRWA, fue disuelta en 1956, porque con el tiempo se logró integrar por lo menos a 4 millones de refugiados coreanos. Solo los refugiados árabes, en número constantemente en aumento, siguen manteniéndose como un monumento a la intransigencia árabe.
Marie Syrkin
Este primer movimiento de salida fue observado con una mezcla de miedo y disgusto por los vecinos judíos, que se preguntaban ansiosamente qué desgracia podía significar todo esto. La explicación obvia parecía ser la inminencia de un ataque árabe de gran envergadura con un pesado bombardeo aéreo. En aquellos lugares en que los colonos árabes y judíos habían vivido en términos amistosos, existía un deseo sincero de mantener relaciones, lo que era un buen presagio para el porvenir. Pero los árabes no se quedaron. Después se supo que el Comité Superior Árabe había ordenado la evacuación de la planicie costera tras la recolección de la cosecha cítrica. Tan apacible y bien organizada fue esta fase del éxodo que se consiguió la cooperación de guardias judíos del lugar para procurar medios de trasporte para las mujeres, niños y ancianos a través de las zonas judías. La evacuación del Sharón es memorable porque anula la acusación árabe de que la huida empezó como resultado de la matanza cometida en Deir Yassin por terroristas judíos: la matanza (9 de abril) ocurrió después de la evacuación del Sharón.
Otro ejemplo de evacuación por orden árabe fue dado por Tiberíades. Desde marzo se habían producido choques esporádicos en esta adormecida e idílica pequeña ciudad a orillas del lago de Galilea. Después de que bandas árabes se introdujeron en el barrio árabe y lo trasformaron en una base contra los habitantes judíos, estallaron graves combates. El 18 de abril, cuando la lucha favoreció a la pequeña comunidad judía de 2000 almas, los 6000 árabes, evidentemente obedeciendo una orden, empezaron repentinamente a partir en largas caravanas. Los ingleses, para ayudar a la pacificación de la ciudad, suministraron trasporte.
Los judíos de Tiberíades se sorprendieron tanto por la inesperada partida de los árabes que el consejo de la comunidad judía local emitió una declaración que decía: “Nosotros no los hemos despojado; ellos mismos eligieron este camino. Pero llegará el día en que los árabes volverán a sus casas y propiedades en esta ciudad. Mientras tanto, que ningún ciudadano toque sus propiedades”. Los meses de salvaje guerra iban a cambiar posteriormente estos buenos sentimientos que son, sin embargo, históricamente importantes como evidencia de la reacción judía original frente al éxodo árabe.
Es un hecho histórico que el refugiado árabe eligió unir su suerte a la de los invasores árabes de Israel. La agresión a la que se unió desafiando la resolución de partición de las Naciones Unidas produjo nuevas circunstancias y no puede pedirse, en nombre de ninguna clase de principios, ni racionales, ni legales ni morales, que el joven Estado, inesperadamente victorioso, dé una buena acogida a sus enemigos.
Aumentando la confusión que rodeaba el abandono de distintas ciudades y aldeas, las diversas facciones árabes no estaban de acuerdo con la táctica seguida por el Comité Superior Árabe, instrumento del mufti. En Bagdad, el 25 de julio de 1948, un comentarista radial criticó a los refugiados que se lamentaban del trato que estaban recibiendo en los países árabes y a quienes deseaban que ellos se hubieran quedado en Palestina con los judíos. Dijo que semejantes individuos deberían ser fusilados como espías, y añadió: “Los judíos los harán a ustedes sus esclavos si vuelven con ellos; los alimentarán solo con pan y agua; los obligarán a dormir a la intemperie, cinco sobre una manta; les quitarán sus mujeres e hijas. Prefieran la muerte a los judíos”.
Pero también podían oírse desde el principio voces disidentes; y en cuanto la estrategia se trasformó en una derrota desastrosa, y el problema artificialmente creado del refugiado llegó a ser genuino, el coro de los descontentos se volvió progresivamente más estrepitoso. Tan pronto como el 30 de marzo de 1948, un periódico árabe de Palestina (As Sarih) afirmaba: “Los habitantes de la gran aldea de Sheij Munis y otras cercanas a Tel Aviv nos han acarreado una terrible desgracia al abandonar completamente sus aldeas. No podemos evitar comparar este éxodo vergonzoso con la firme resistencia de la Haganá en todas las localidades situadas en territorio árabe o fronterizo. Pero, ¿qué necesidad hay de hacer comparaciones? Todo el mundo sabe que la Haganá entra alegremente en la batalla mientras nosotros siempre la rehuimos”.
El 9 de julio de 1948, el rey Faruk de Egipto, en una trasmisión radial para el mundo árabe, expresó también su disgusto con “los árabes palestinos que huyeron lejos, abandonando sus casas y tierras, creando así la oportunidad para una gran inmigración judía y poniendo a Palestina en el peligro de una mayoría judía”.
El verdadero origen de los árabes palestinos
Parte de la propaganda antiisraelí que hoy se difunde sistemáticamente asegura que la existencia del “pueblo palestino” puede trazarse hasta el período Pleistoceno, que los palestinos de hoy son los verdaderos descendientes de los Hijos de Israel, y que por ende el actual Estado judío es una entidad usurpadora; esto es lo que acertadamente se ha calificado como cleptohistoria (historia robada). Algunas evidencias históricas demuestran lo delirante de semejantes afirmaciones.
El informe de la Comisión Peel sobre Palestina, ordenado por el gobierno británico en 1937, indicaba: “El incremento de la población árabe es más marcado en las áreas urbanas afectadas por el desarrollo judío. Una comparación de los censos de 1922 y 1931 muestra un incremento de la población árabe del 86% en Haifa, 62% en Yafo y 37% en Jerusalén, mientras que en poblados puramente árabes como Nablus y Hebrón el aumento fue solo del 7% y en Gaza hubo una disminución del 2%”.
Por otra parte, un análisis publicado en 1944* indicaba: “El 75% de la población árabe de Palestina son inmigrantes o descendientes de personas que inmigraron a Palestina en los últimos cien años, la mayoría después de 1882 [cuando comenzó la inmigración de los pioneros sionistas]”. Este enorme crecimiento demográfico se explica por las nuevas oportunidades de empleo que ofrecía la Palestina judía, así como por la introducción de técnicas agrícolas modernas que los empobrecidos inmigrantes árabes de Siria, Líbano e incluso Iraq pudieron también aprovechar.
Quizá el comentario más revelador fue el de la trasmisión radial del Levante Árabe el 15 de mayo de 1949, un año después del establecimiento del Estado judío: “Si los jefes árabes no hubieran propagado las más horribles y espantosas historias sobre Deir Yassin, los habitantes de las zonas árabes de Palestina nunca habrían dejado sus casas y no estarían hoy viviendo en la miseria. Los jefes árabes y la prensa y radio árabes anunciaron el 15 de mayo que los judíos estaban terriblemente asustados y que pronto habrían de ser arrojados al mar por los ejércitos árabes que avanzaban; pero las opiniones debieron cambiarse no mucho después al ver cómo los judíos no se apuntaban sino victorias y los árabes no sufrían sino derrotas”.
Un breve resumen fue presentado cinco años después por el periódico jordano Al-Difaa: “Los gobiernos árabes nos dijeron: salgan para que nosotros podamos entrar. De modo que nosotros salimos, pero ellos no entraron” (6 de septiembre de 1954).
Esto no es historia antigua ni fuera de lugar. Es un hecho histórico que el refugiado árabe eligió unir su suerte a la de los invasores árabes de Israel. La agresión a la que se unió desafiando la resolución de partición de las Naciones Unidas produjo nuevas circunstancias y no puede pedirse, en nombre de ninguna clase de principios, ni racionales, ni legales ni morales, que el joven Estado, inesperadamente victorioso, dé una buena acogida a sus enemigos.
Fuentes: