Isaac Cherem Laniado
No recuerdo en cuál de los exilios te abandoné, Jerusalén.
A veces la memoria funciona como un sedante y juega contigo para hacerte olvidar lo momentos que cambiaron tu vida. ¿En cuál de ellos fue?
Soportando las inclementes luchas a las que nos tenían sometidos los imperios ya desaparecidos, de los que solo quedan recuerdos amargos porque se esfumaron, y de ellos lo único que avistamos son monumentos congelados en las piedras inertes que aún quedan en algunos recodos del planeta.
Siempre perseguidos. Sin fuerzas para defendernos de las multitudes que nos acechaban, migrábamos de un sitio a otro buscando la tranquilidad. No era mucho pedir, pero ese exilio inclemente y cruel nunca permitió que lo lográramos. Eran las palabras de nuestro profeta Irmiahu (Jeremías), que se iban cumpliendo tal como Hashem se las transmitió.
Las acusaciones más inverosímiles nos fueron achacadas. No solo crearon el mito del deicidio, sino que apuntaban el dedo acusador contra nosotros cada vez que alguna tragedia acontecía.
Ahora nuestra propia historia se utilizaba para desplazarnos. Ya no éramos el pueblo elegido. La “teoría del reemplazo” justificaba así todos los atropellos.
Movilizándonos de un sitio a otro. Estableciéndonos en algunos temporalmente, mientras lo permitía el gentil, hasta que su paciencia se agotaba y, echándonos encima la culpa de todos sus males, nos aplastaba.
También tuvimos nuestras épocas doradas, cuando afloraba la creatividad en los diversos campos del saber, hasta que la paciencia del poderoso de turno llegaba a su límite y nos echaba encima, nuevamente, la razón de sus fracasos.
Llegamos, sin darnos cuenta, a los inicios de la España medieval, y luego de períodos de calma vinieron tormentosas épocas en que la barbarie nos sumía en la desesperación, y aquellos que podíamos escapar lo hacíamos alargando nuestros pasos de aldea en aldea, de ciudad en ciudad. Tampoco recuerdo de cuántas matanzas nos libramos.
Y permanecimos allí, en la segunda de las puntas, hasta que llegó la Inquisición; ahora el odio sembrado quince siglos antes explotó, y la figura de deicida estampada en nuestra frente exigía que abandonásemos nuestras creencias.
Y escapamos nuevamente de las garras de la intolerancia, y anduvimos por senderos escritos en la geografía de la historia hasta llegar a la tercera de las puntas, Alepo, donde fueron más flexibles con nosotros. Y nos sostuvimos a lo largo de varios siglos, hasta que todo comenzó a cambiar. Esta vez el mundo se volvió, supuestamente, más educado, más cosmopolita. Era la modernidad. Era el siglo XX.
Y los nuevos tiempos trajeron consigo nuevos verdugos. Unos más adictos a la sangre, otros menos. Y eso nos llevó a buscar, otra vez, nuevos horizontes. Esta vez no escapábamos de ellos, sino de nuestras miserias. Y nos asentamos así en la cuarta de las puntas: Panamá.
Y nos ubicamos en una ciudad que unos exiliados, llegados tres siglos antes, habían nombrado en honor a uno de nuestros grandes líderes, David. Y mientras allí permanecíamos nos llegaba el eco de la guerra. Y los gritos desgarradores de nuestros congéneres mientras eran asesinados de distintas formas. Seis millones. El crimen más vil en la historia de la humanidad.
Pero luego, nos infló de esperanzas el renacer del Estado de Israel.
Aunque, en este exilio, ya autoimpuesto, podíamos retornar al origen, emigramos de nuevo. Así como nosotros nos íbamos, otros venían. Y nos fuimos a la quinta punta. Y escogimos Venezuela. Desde allí celebramos tu liberación después de casi dos mil años, Jerusalén, acontecida en la Guerra de los Seis Días.
Y así, ya es nuestra decisión; seguimos esperando, aunque no hay quien lo impida, retornar a ti, Jerusalén, la sexta punta. Y completar así nuestro escudo protector. Nuestra estrella de David.
Panamá, Tamuz 17, 5781.
2 Comments
Quedé muy emocionado mi querido compañero Isaac al leer detenidamente su tan profundo narrativo histórico de lo que es para todos nosotros Jerusalén Israel y nuestro judaísmo en general.
Tuve el honor de servir bajo su noble liderazgo sionista en Caracas Y sigo admirándolo desde la lejanía israelí.
Un gran abrazo fraternal
Apreciado Don Meir Steinhart,
Usted dejó huellas en la comunidad judía venezolana de aquella época.
Lo recuerdo como un incansable luchador por el Movimiento Sionista e Israel.
Su comentario me enaltece.
Reciba un fuerte abrazo ,
Isaac Cherem