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Abraham Levy Benshimol*
C onocí a Alberto a comienzos de la década de 1950, al poco tiempo de su llegada a Venezuela proveniente de su Melilla natal. Desde el comienzo establecimos una sincera amistad, sin altibajos, la cual mantuvimos toda la vida. Siempre lo recuerdo como una persona muy educada, afectuosa y gentil.
En los diversos cargos que ocupé en la Junta Directiva de la Asociación Israelita de Venezuela, pude apreciar su buena disposición para ayudar a la institución y su compromiso con ella.
Recuerdo la ocasión en que Hillo Ostfeld presidía la CAIV, y ambas instituciones debieron hacerse cargo de las deudas de Hebraica y los colegios comunitarios. Llamé a Alberto, como a muchos otros de nuestros miembros, y su respuesta fue “¿Cuánto esperas de mí?”. Dicha la suma, me la envió de inmediato.
En 1993 le propuse que fuera parte de la representación de la AIV en la CAIV, y aunque él no tenía ese tipo de experiencia, aceptó gustoso y pasó tres años desempeñándose con acierto y con la discreción que lo caracterizaba.
En él, el Judaísmo era natural, espontáneo, parte de su identidad y lo expresaba orgullosamente, sin aspavientos ni fanatismos. Disfrutaba todas nuestras fiestas y tradiciones, y siempre fue muy respetuoso en los servicios religiosos, los cuales conocía bien pues le venía de familia.
En septiembre de 2001 estuve en Nueva York cuando ocurrió el ataque terrorista a las torres gemelas, compartí con Alberto esos difíciles momentos, hablamos y nos vimos en varias ocasiones hasta que pude regresar a Caracas. Estuvo muy pendiente y solidario conmigo, lo cual siempre le agradecí.
Más recientemente, cada vez que venía a Caracas hablábamos por teléfono y, como viejos amigos, comentábamos los acontecimientos del país y de la comunidad. En una de esas ocasiones, junto con Alberto Botbol, lo invitamos a conocer el Museo Sefardí de Caracas “Morris E. Curiel”. Acudió a nuestra invitación y de inmediato financió el espacio recordatorio permanente de la Shoá, que habíamos encargado a la artista Lihie Talmor. Fue de los principales amigos y patrocinadores del museo.
Alberto fue un hombre de familia, y tuvo un feliz matrimonio con su querida esposa Malka. Disfrutó de sus hijos y nietos.
Hoy, familiares y amigos recordamos con cariño su paso por la vida, donde siempre actuó con caballerosidad y bonhomía.
Paz a sus restos.
*Ex presidente de CAIV y otras instituciones comunitarias