Ver más resultados...
L os seres humanos, hombres y mujeres, falibles y mortales, nos nutrimos unos de otros; compartimos ciertos destinos que alcanzamos juntos. La cercanía nos proporciona calor. La soledad es un desamparo gélido. Esos hombres y mujeres se agrupan en un solo cuerpo con su alma, llamado Humanidad.
Cada uno de esos grupos puede ser comparado a un árbol con sus ramas y troncos característicos, y sus propias raíces a través de las que se nutren y así sobreviven y producen sus frutos específicos, diferentes, dulces, amargos, ásperos, espinosos, agradables o no a los sentidos, y hasta adornados, algunos, con hermosas flores. Pero lo más importante del árbol, lo que da vida, son las raíces, que le aportan los nutrientes necesarios que proporciona la naturaleza.
Cada una de las personas de esos grupos tiene sus obligaciones y sus derechos, y merece respeto.
En el grupo al que pertenezco, el pueblo judío, tenemos claro que debemos caminar juntos y tener conciencia de que, adonde vayamos, cada uno carga con las experiencias de sus antepasados, así como sus vivencias, sus traumas, sus fracasos, sus problemas, sus victorias, sus logros, sus aspiraciones y sus esperanzas. Nuestros pensamientos provienen de los suyos, y la forja de nuestro destino está guiada por su ejemplo. Ellos están, en cada una de las etapas de ascenso de nuestro pueblo, brindándonos su mano solidaria, su estímulo para que prosigamos, su apoyo invalorable, de todo lo cual nos servimos para reforzar nuestra conciencia, determinación y fe en la necesidad de mantener y enriquecer esa herencia que compartimos como judíos.
Tenemos presente que pertenecemos a una familia milenaria. En nuestro camino han transitado mártires, sabios, héroes y heroínas, escritores, poetas, científicos, leyendas y profecías, milagros y una visión del mundo basada en las ideas de Abraham y Sara, los otros patriarcas y matriarcas, y la Ley revelada por el Eterno a Moisés, el hombre, en el monte Sinaí.
En ese tránsito nos acompañan el sufrimiento, las lágrimas, la sangre, la valentía y el amor a la libertad, a la tierra de Israel y a nuestros hermanos, aquellos que lucharon por un mundo mejor, como el que fuera creado para existir en paz, con insistente y denodada perseverancia.
Sigamos en ese elevado empeño de lograr un mundo de paz, encontrando la paz en nosotros mismos. No olvidemos que nuestros ancestros trascienden en nosotros. En todos y cada uno. Si uno cumple una buena acción, ella repercute en nosotros. Si uno cae, todos nos tambaleamos. Si uno sufre, todos sentimos dolor; y si uno se alegra, todos nos alegramos. Nuestro destino se cimenta en nuestra unidad, porque nuestro destino como pueblo es ser uno, en unidad y con un mismo palpitar.