Eitan Weisman
Rabino de la UIC
En los momentos en que escribo estas líneas, aún no sé si vamos a poder rezar en la sinagoga en Rosh Hashaná y Yom Kipur. A mí, personalmente, me llena de dolor y tristeza. Y no solo por estas festividades, sino por los seis últimos meces en que no tuvimos minyán en la sinagoga.
Sé que no es nuestra culpa, es por fuerza mayor y lo hacemos para cuidar nuestra salud y vida. Actuamos según la ley del país, y también según la ley celestial que nos ordena cuidar nuestras vidas. A pesar de saberlo, me duele. ¡Me duele mucho! Me hace reflexionar y pensar en que a lo mejor no queremos lo suficiente rezar en la sinagoga. No me refiero solo a nuestra kehilá. Todo el mundo judío vive la misma situación.
Muchos pasos de la historia humana ocurrieron por querer lograr una meta, aun siendo actos sin ninguna lógica. Uno de ellos es el episodio en el que se salvó nuestro líder espiritual, quien sacó al pueblo de Egipto, Moshe Rabeinu. Como todos sabemos, Moshe, con apenas tres meses de nacido, fue puesto dentro de un canastillo de juncos en el Nilo con la esperanza de sus padres de que ocurriera un milagro que lo salvara. Este milagro no fue otro que el de la princesa Batia, la hija del malvado faraón, quien lo encontró allí en el Nilo, estiró su brazo y lo tomó como su hijo.
Según el Midrash, el canastillo estaba muy lejos de ella, pero ocurrió el milagro de que su brazo se estiró lo suficiente como para llegar al canastillo y recogerlo.
No había ninguna lógica en estirar el brazo, si Batia veía que estaba demasiado lejos del canastillo. Pero como quería alcanzarlo hizo todo lo que pudo. Lo demás lo hizo Dios.
La palabra querer es una de las primeras que aprendemos a decir. A los pocos meces de nuestra vida ya decimos y repetimos “mami, yo quiero”. ¿Casualidad? Pienso que no. La voluntad del ser humano, su interés, el hecho de que queremos hacer algo, es la fuerza motora de todos nuestros actos. Es muy difícil actuar sin el interés. Es imposible alcanzar logros importantes sin tener la voluntad. Y mientras más grande es la meta, así también la voluntad debe ser mayor. No es igual la voluntad que necesitamos para caminar dos cuadras, a la gran voluntad que debemos tener para correr un maratón.
Lo que Dios espera de nosotros es que tengamos la voluntad de hacer las cosas. Y si queremos de verdad hacer alguna cosa y no la podemos cumplir, podemos estar seguros y confiados en que Dios, si lo merecemos, nos ayudará. Igual como le alargó el brazo a Batia para salvar al pequeño Moshe en el canastillo, e igual como ocurrió el milagro de la Guerra de los Seis Días donde Tzáhal pudo vencer a ejércitos árabes mucho más numerosos y poderosos en armas y así en muchos otros momentos de nuestra gloriosa historia. Cuando demostramos nuestra voluntad, llega la ayuda de Dios.
De allí viene el famoso proverbio de Teodoro Herzl que entro al panteón de nuestro idioma: “Si lo desean no será una leyenda. Pero si no lo desean, todo lo que les conté es solo leyenda, y leyenda será”. ¡Qué más que el bello estado de Israel, para comprobar las palabras de Herzl!
Querer, cada uno puede. Hay un famoso dicho, no se sabe exactamente su fuente, que cita así: Ein davar haomed bifnéi haratzón, “no hay nada que se oponga a la voluntad”. La manera cotidiana de entender este dicho es que si existe una meta que de verdad queremos cumplir, la vamos a lograr. Algo parecido a la frase Yagata Umatzata Taamin, “Si te esforzaste y lo lograste, cree”. Porque con el esfuerzo llegas a los resultados. Con querer y tener la voluntad, ya hicimos más de la mitad del camino.
Pero hay otra manera de entender este dicho. No hay nada que se oponga a la voluntad, y que incluso las cosas que crees que no puedes lograr, por lo menos querer alcanzarlas sí puedes. Nada nos frena en querer las cosas. Y ya sabemos que cuando queremos, Dios nos ayuda.
Escuché de una persona que al firmar su nombre agregaba las iniciales HLLK. Son las iniciales de las palabras Harotzé Lirtzot Liyot Katán, que en español sería “El que quiere querer ser pequeño”. El adjetivo pequeño, aquí, se refiere a humildad. El señor quiere querer ser humilde.
Su explicación fue la siguiente: “Es bueno ser humilde. Pero ¿soy de verdad humilde? ¡No! Entonces quiero ser humilde. Pero con sinceridad, ¿de verdad quiero ser humilde? Tampoco. La verdad es que estoy conforme con lo que soy ahora. Entonces por lo menos quiero poder querer de verdad ser humilde”.
Rabi Bonim de Fshisja dijo: “El ser humano debe querer. Y cuando siente que no quiere, debe querer que quiera. Y si esto tampoco ayuda, hay que querer y querer y otra vez querer”.
En estos días recitamos dos veces al día el Salmo 27, donde dice el rey David: Ajat shaalti meet Hashem ota avakesh, shivtí be beit Hashem kol yeméi jayái; “Una cosa he pedido al Señor: esta pedirá habitar en la casa de Dios todos los días de mi vida”. Las palabras ota avakesh, “esta pedirá”, supuestamente estarían de sobra. Pero explicándolo según lo que estamos hablando, está bien claro: el rey David dice: “Esto es lo que estoy pidiéndote, Dios, que me des la voluntad de querer estar en tu casa. Aun si todavía no lo hago, quiero por lo menos quererlo hacer”.
Es difícil ser el padre ideal que puede repartir su tiempo entre su esposa, su familia, sus amigos y su trabajo. Pero por lo menos querer serlo, sí podemos. ¿Te cuesta poder ser una buena alumna, hija y amiga a la vez? Pero por lo menos, sí puedes querer serlo. ¿Piensas que es imposible encontrar la manera de trabajar y tener el tiempo para venir a la sinagoga? Pero por lo menos sí puedes querer poderlo hacer. ¿Nos piden ayuda y colaboración con la comunidad y sus instituciones, pero te ves muy apretado para complacer a todos? Por lo menos querer poder hacerlo, sí podemos. Y cuando querramos de verdad, seguramente haremos mañana más de lo que hacemos hoy.
¿Por qué, entonces, a veces se nos termina la voluntad? ¿Por qué pasa que de repente ya no queremos ser mejores y progresar?
El rabino Fainstein dijo una vez que hay alumnos jóvenes que estudian con toda su fuerza y ven grandes resultados de mejoramiento y progreso. Pero llega un momento en que se dan cuenta de que ya son los mejores alumnos y ningún otro alumno llega a su nivel, ya tienen el reconocimiento de la sociedad, y por eso paran. Frenan su avance. Pierden el sentimiento de querer llegar más alto. ¿Por qué? Porque en verdad lo que les importaba no eran el estudio y el conocimiento, sino ser mejores que los demás. Y como ya lograron esa meta, se frenan.
Rabi Bonim de Fshisja dijo: “El ser humano debe querer. Y cuando siente que no quiere, debe querer que quiera. Y si esto tampoco ayuda, hay que querer y querer y otra vez querer”
Debemos hacer el máximo esfuerzo para ser los mejores. Pero no para compararnos con los demás, sino para sentir que aprovechamos todo nuestro potencial y nuestros recursos. Para esto se requiere humildad, y ahora podemos pensar en otra manera de entender el dicho Ein davar haomed bifnéi haratzón, no hay nada más fuerte de la voluntad de Dios. Lo que Dios quiere que pase, va a pasar. Nosotros solo debemos hacer nuestro esfuerzo para conseguir las metas que pensamos que son correctas y adecuadas. Si no lo logramos, es porque así fue la voluntad de Dios. Pero también si lo logramos, es por la voluntad de Dios, quien nos dio las herramientas, su ayuda y su apoyo. Seamos humildes y aprovechemos este regalo celestial para seguir avanzando, y no para alimentar nuestros sentimientos de honores y orgullo personal.
En estos días debemos hacer nuestro Jeshbón Néfesh, una verdadera reflexión interna. ¿Qué hicimos en este último año? ¿Cuáles son las cosas buenas que hicimos, y cuáles las no tan buenas? ¿Nos comportamos como debemos comportarnos como hijos, madres, padres y amigos? ¿Hicimos lo que Dios espera de nosotros como un simple ser humano, y como un humilde y orgulloso judío? En este año debemos añadir a nuestra sincera reflexión la pregunta con la cual comencé este artículo: ¿Querremos de verdad rezar en la sinagoga?
A lo mejor, si somos honestos y sinceros, las respuestas pueden no ser tan positivas. Ahora bien, excusas siempre hay. Es difícil. Cuesta. No tenemos suficiente tiempo, suficiente dinero. La situación mundial y local no nos ayuda. Todo es verdad. ¿Pero querer ser mejores, sí podemos?
Es fácil responder que sí queremos, pero ¿es verdad? ¿De verdad queremos ser mejores personas, mejores judíos, mejores amigos?
Este es el mejor momento de pedirle a Dios: ayúdanos. Ayúdanos por lo menos a tener la voluntad de ser, con humildad, mejores. “Ayúdamos a querer querer”. Si con humildad queremos, con todo nuestro corazón, ser mejores, ya avanzamos bastante.
Que este nuevo año sea no solo Shaná Tová, sino Metuká también.
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