Corren los diez días entre Rosh Hashaná, que culminó el martes 27 de septiembre, y Yom Kipur, que comienza el próximo martes 4 de octubre, lapso durante el cual Dios nos examina, analiza nuestra ejecutoria y determina nuestro futuro en este plano.
Yom Kipur es el día más sagrado del calendario hebreo, cuando el ayuno y la oración se unen para pedir perdón por los hechos y las palabras que hayamos realizado en contravención con la conducta impartida en la Torá; por lo que en ese día de expiación, rogamos al Eterno porque borre nuestros pecados y nos inscriba en el Libro de la Vida, con salud y logros, tanto para nosotros como nuestros familiares, amigos y la humanidad toda, incluyendo al planeta Tierra.
Vivimos momentos complejos. La pandemia del coronavirus, aunada a la invasión inútil a Ucrania, han hecho que el mundo se vuelva un lugar inseguro, donde una decisión impulsada por la prepotencia puede llevarnos a la era de las cavernas. Esperemos que de alguna forma intervenga el Creador para evitar la catástrofe.
A estos diez días se les llama los “días terribles”, porque estamos sujetos a la decisión del Eterno sobre nuestro futuro, aun cuando también es un momento para volver a la senda, al camino, escuchar su llamado, para aumentar nuestra espiritualidad tanto en la esfera individual como en nuestra relación con la Divinidad.
Justamente, la gran diferencia entre los animales y el hombre es que los primeros actúan por instinto, no pueden hacerlo de otra forma porque así fueron creados; mientras que el ser humano se dice que fue hecho a imagen y semejanza del Todopoderoso, porque al crear al hombre Dios insufló en su nariz aliento de vida y fue el hombre un ser viviente (Génesis 2:7), por lo que cada uno de nosotros tiene a lo interno una partícula de esa Divinidad que debemos cuidar, proteger y ampliar.
En tal sentido, el hombre se diferencia de los animales porque puede dominar su instinto, ya que está dotado de espíritu (Neshamá), que busca ascender a través de la conducta ética y moral de la persona de la que se trate.
Es imperativo mejorar, aunque sea en pequeña escala, los errores que cometemos contra nuestros semejantes, bien sea en el trato, en el juicio de valor que hacemos de cada uno, en el tema laboral, comercial y en relación directa con Dios, y justo estamos en los días para poder reaccionar en la dirección correcta, mejorando nuestras fallas tanto de palabra como de acción.Como dijo en gran Yogi Berra en aquel famoso cuarto juego de la Serie Mundial de 1947, “el juego no se acaba hasta que se termina”. ¿Y por qué traigo a colación esa frase que ha quedado para la historia? Pues porque mientras tengamos vida podemos corregir, enmendar, hacer, tenemos esa posibilidad hasta que el juego- vida continúe. Aprovechémosla al máximo, porque no sabemos en qué etapa del juego nos encontramos, y justo en estas fechas es que tenemos el chance de pedir porque nuestros innings duren y duren, con el objeto de hacer por lo menos las jugadas de rutina, pero también las que nos asciendan en las mitzvot (buenas acciones) para con nuestros semejantes, siendo este el mejor regalo que podemos hacerle a nuestro Creador, aunado al respeto y admiración hacia Su obra, su magnanimidad, justicia eterna y universal.