L a parashá de esta semana habla sobre el primer pecado de la nación hebrea después de recibir la Torá: el becerro de oro.
¿Qué es un pecado? Al igual que casi todo, depende de a quién se le pregunte. El Midrash (Yalkut Shimoní - Salmo 25) describe una especie de “mesa redonda” en la que esta cuestión se plantea a cuatro autoridades diferentes: la sabiduría, la profecía, la Torá y Dios. Cada uno da una definición diferente de lo que es el pecado. La sabiduría afirma que es un acto perjudicial. De acuerdo a la profecía, es la muerte. La Torá lo ve como un acto de demencia, y Dios lo percibe como una oportunidad.
La visión filosófica del pecado es que se trata de una mala idea; es como caminar descalzo en la nieve o comer demasiados alimentos grasos. Si tienes actitudes contraproducentes, cosas malas te ocurrirán.
¿Ello significa que alguien se sienta a tabular los pecados y dispensar castigos? Bueno, sí, aunque no es tan simplista como un Dios vengativo con las pequeñas criaturas terrestres, que se atrevieron a desafiar a sus instrucciones. ¿Es un castigo de Dios la congelación para esos pies descalzos en la nieve? ¿Es la enfermedad cardíaca la venganza de Dios por una dieta alta en colesterol? En definitiva, se trata de si se acepta que todo lo que sucede ocurre por que Dios así lo desea. Pero lo que realmente significa es que Dios ha establecido ciertas “leyes de la naturaleza” que describen los patrones de sus acciones sobre nuestra existencia. Hay leyes físicas de la naturaleza, las que los científicos miden y les permiten formular hipótesis. También hay leyes espirituales de la naturaleza, que dictan que, como su nombre lo indica, traen beneficio espiritual, mientras que los hechos espiritualmente perjudiciales causan daño espiritual. Puesto que nuestra existencia física se deriva de, y refleja la realidad espiritual, el comportamiento espiritual y moral de una persona en última instancia afecta su vida física.
Así, el rey Salomón (que es la fuente de la perspectiva de “la sabiduría” en el anterior Midrash) afirma en el libro de Proverbios: “El mal persigue a la iniquidad”.
“La profecía” va un paso más allá. El pecado no solo es un acto dañino: es la máxima instancia perjudicial. La profecía (que representa el apogeo de la actividad del hombre para estar en comunión con Dios) define la “vida” como la conexión con Dios. El alejamiento del hombre de Dios es una interrupción de esa conexión. Por lo tanto, el pecado es sinónimo de muerte.
La Torá está de acuerdo en que el pecado es un acto perjudicial. También está de acuerdo en que se trata de una interrupción del flujo de la vida que el Creador insufla a la Creación. De hecho, la Torá es la fuente de la perspectiva de “la sabiduría” y de “la profecía” sobre el pecado. Pero la Torá también va más allá de los dos anteriores, en el reconocimiento de que el alma del hombre nunca haría voluntaria y conscientemente la estupidez de cometer un pecado.
Dice la Torá que el pecado es un acto de locura. El alma, en un momento de irracionalidad y confusión cognitiva, hace algo que es contrario a su propio y real deseo. Así pues, el pecado puede ser superado cuando el alma reconoce la inutilidad de sus trasgresiones y reafirma su verdadera voluntad. A continuación, el verdadero yo del alma comprende que el pecado fue, de hecho, cometido por la parte más externa y maleable del alma, mientras que su ser interior no estaba involucrado en la acción negativa.
¿Y qué dice Dios? Por supuesto, él fue quien dictó las leyes de la naturaleza (tanto físicas como espirituales), y la sabiduría que reconoce la forma en que operan. Dios es la fuente de la vida, él es quien decreta que debe fluir al alma humana, a través de un canal construido (o alterado) por los actos del hombre. Dios nos dio la Torá y sus fórmulas de salud espiritual, el autodescubrimiento y la trascendencia. Por tanto, Dios es la fuente de los tres primeros puntos de vista sobre el pecado.
Pero hay una cuarta perspectiva, que pertenece únicamente a Dios: el pecado como la oportunidad de “retorno” (teshuvá).
La teshuvá es un proceso que nos da el poder no solo para superar nuestros defectos, sino también redimirlos. Nos permite, literalmente, viajar en el tiempo y volver a definir la naturaleza esencial de un hecho pasado, trasformándolo de negativo a positivo. Para lograrlo, primero tenemos que experimentar el acto de trasgresión como algo negativo, debemos lamentarnos por la devastación en la que ha naufragado en nuestra alma. Finalmente, reconocer, repudiar y renunciar a su enajenación; solo entonces podemos volver atrás y cambiar lo que hicimos.
¿Es el pecado un mal, una acción negativa? ¿Es el rostro de la muerte? ¿Es un mero acto de estupidez que debe ser removido por un alma inherentemente sabia y prístina? ¿Es una potente oportunidad para la conquista y el crecimiento? Resulta que es los cuatro. Pero solo puede ser el cuarto si es también los otros tres.
Chaim Raitport
rabinoraitport@gmail.com
Rabino de la Unión Israelita de Caracas