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Esther Benayoun de Benhamou
L ugar: la ciudad de Caracas. Momento: tres días antes de Purim. Hora: cerca de la puesta del sol. Clima: inmejorable. Paisaje: atardecer rosa-azulado. Situación: confusión emocional. Lista de pendientes: múltiples y variados quehaceres por llevar a cabo, transferencias por ejecutar, Mishloaj Manot que preparar, casa patas pa’rriba, actividades pautadas en el colegio de los niños. Reto: estar feliz por ser el mes de Adar, época en la cual se nos encomienda tener este estado de ánimo (fácil en teoría, no tanto en la práctica), cuando el Yétzer Hará se encapricha para hacer que sea justamente todo lo contrario. No saber por dónde empezar. Dudar –por enésimo año consecutivo– de nuestra capacidad para lograr todos estos pendientes con una sonrisa dibujada en marcador indeleble en el rostro.
Mientras tanto, vienen a tu memoria recuerdos de años anteriores. Recapitulas días desprolijos, de cosas por acá y por allá. Al mismo tiempo evocas épocas de felicidad. Esas en las que te ríes de lo absurdo. En las que presencias milagros de la vida cotidiana de situaciones que parecían humanamente irresolubles. Niños felices. Padres y madres también. Época pintoresca en la que te hacen gracia sucesos que en otros momentos te causan rabia/molestia/indignación. En la que otorgas regalos o comidas a personas menos afortunadas que tú y en ese momento de tas cuenta de lo afortunada que eres. En la que nada parece tener sentido lógico pero luego todo se ordena como por obra de arte.
Recuerdas épocas en las cuales la tristeza/ira/miedo quieren dominarte y en las que finalmente logras que la alegría reine y aleje de ti todas las anteriores. En las que te emocionas cuando bendicen a Mordejai y a Esther y sientes para ti también esa bendición. En las que haces sonar muy fuerte el Raashan cuando oyes el nombre de Hamán durante la Meguilá, deseando que se derribe a los enemigos físicos y espirituales, aquellos que nos impiden llevar una vida plena y feliz.
Imaginas la ocurrencia de milagros muy poco probables y concatenados entre sí. Pasas el día con el suiche en positivo. No te dejas vencer por el Yétzer Hará que viene bien disfrazado de una amiga que acude a ti con su cara más larga a quejarse de su día complicadísimo, porque las cosas no resultaron perfectamente como esperaba (¿cómo iban a salir de acuerdo a sus planes si Purim es el día más impredecible e incontrolable del año?). O porque tus niños te ensucian con la tintura que dejó despintar su disfraz cuando se empapó de Coca-Cola. O porque fulanita no te dio un Mishloaj Manot, y tú, con todo cariño y sin esperar nada a cambio, sí le habías entregado.
El Yétzer Hará es el encargado creativo, en estas y en muchas otras maneras, de entorpecer la dosis de actitud positiva y felicidad que has podido acumular hasta el momento. Y es entonces cuando tienes que ser más fuerte que él para ganarle esa batalla. Una vez más, como en años anteriores. Y este año se siente de lujo porque está millonario de pretextos ante los habitantes de esta Tierra de Gracia que nos vio nacer, que enfrenta una difícil realidad, y también ante aquellos que tomaron la –nada fácil– decisión de emigrar y se encuentran iniciando planes a los cuales todavía no logran verles ni pies ni cabeza.
De cualquier manera u otra es muy fácil que este día ya no luzca del todo perfecto o, más bien, de acuerdo con lo que fueron nuestras expectativas iniciales. Sin embargo, tenemos que saber que perfecto es, porque es así como Dios bendito dispuso que sucediera.
Nos encontramos en un punto en el cual, hayamos decidido seguir nuestras vidas en este país con el combo que ello incluye o salir a otros horizontes a probar nuevas suertes, todos, por equis o por ye, estamos ya a la fuerza fuera de nuestra zona de confort. Elevemos nuestros límites acercándonos cada vez más a ellos, conectándonos más con nosotros mismos y a la vez tolerando un poco más lo que sucede a nuestro alrededor.
Soltemos un poco la tan común y muy de moda “controlitis”: solo así podremos fluir con nuestra vida, haciéndola más tranquila y feliz además de darnos una experiencia de plena paz mental.
Es en estos momentos cuando ha de salir nuestra fuerza de yehudí, esa que se mantiene intacta sean cuales sean las circunstancias, como en la historia de Purim, esa Neshamá que sale a relucir en momentos en los cuales parecería que no hay salvación o que estamos solos. Pongámonos la máscara de la felicidad. Aunque en un principio no nos sintamos así, una vez que tu amigo vea esa sonrisa instalada en tu rostro sonreirá y estarás contagiando energía positiva y creando felicidad en este mundo. Esa alegría repercutirá en ti.
Adar tiene la misma raíz que la palabra Adir, que significa “fuerza y poder”. Utiliza la fuerza y el poder que tiene este mes para llenarte de fortaleza y de alegría. Los retos actuales son muy difíciles, aun más de lo que creemos poder soportar. Sin embargo, tenemos un propósito único en el lugar donde estamos. Confiemos en nosotros mismos. Confiemos en Hashem. Convirtamos la desilusión en generosidad, la debilidad en fortaleza; hagamos que este sea el punto de inflexión donde no haya más bajada sino que de ahora en adelante nuestras vidas tomen un rumbo positivo, llenándose de mucho sentido.
Hashem está presente. Y hasta los momentos siempre nos ha salvado. Aunque no veamos el sentido lógico de lo que nos esté sucediendo confiemos en que, así como en la historia de Purim, la cadena completa de eventos fue la que finalmente tuvo resultado. Esta vez, aunque no sepamos cuál será la forma, tengamos la seguridad de que Hashem encontrará maneras originales para seguir haciéndolo.
Layehudim Haita Ora Vesimja Vesason Vikar, “y los judíos tuvieron luz, alegría y honor”.