La guerra ruso-ucraniana nos recuerda el mensaje de Purim: hay que luchar contra los tiranos
Gil Troy*
Celebrar Purim este año, en medio de la invasión rusa de Ucrania y un aumento global en el antisionismo y el antisemitismo, tiene resonancias particularmente apropiadas; es como elevar la oración para que llueva durante una sequía.
La gente puede normalmente burlarse de las tontas mascaradas, los dulces triangulares altamente calóricos, y el recuento demasiado familiar de la historia de la meguilá de hace 2500 años. Pero el llamado de Purim a luchar contra los tiranos se siente de pronto muy relevante.
Purim relata cómo Amán convenció al ebrio rey Asuero de que matara a todos los judíos del reino persa, en el siglo V a.e.c. Mordejai, cuya negativa a inclinarse ante cualquier ser humano había enfurecido a Amán, anima a su sobrina, la reina Ester, a declararse judía y frustrar el complot. Las celebraciones resultantes reafirman que el bien finalmente triunfa.
Pero Purim no es una película de Disney, o un festival judío cualquiera. La juerga refleja la complejidad de Purim. Los desfiles de disfraces y la borrachera generan nubes de confusión y ambigüedad moral: ¡Ad d’lo yadá! Esta frase hebrea, que significa «hasta que no puedas distinguir», anima a beber tanto que el villano Amán se confunda con los heroicos Mordejai y Ester, mientras los niños inocentes se disfrazan de asesinos.
Esta festividad enseña, al confundir a Amán con los héroes, que aunque algunas personas son malas por naturaleza, otras pueden hacer el mal si no hacen suficiente bien
Tales travesuras enseñan una lección deprimente, una lección confusa y una lección inspiradora.
Por desgracia, el mal persiste generación tras generación, y debe ser activamente combatido. El mal puede ser activo como el de Amán, o pasivo como el de Asuero, cuya debilidad facilita la maldad de Amán.
Deberíamos «agradecer» a Vladimir Putin y Amán por enseñarnos que las palabras importan, que debemos prestar atención cuando tiburones como Putin amenazan a Ucrania o —ténganlo en cuenta, estadounidenses y europeos— cuando los genocidas mulás iraníes amenazan a Israel y Estados Unidos (es decir, el «Pequeño Satán» y el “Gran Satán”).
Pero Purim también advierte contra la injusticia propia. Esta festividad enseña, al confundir a Amán con los héroes, que aunque algunas personas son malas por naturaleza, otras pueden hacer el mal si no hacen suficiente bien. Y cuidado, la mayoría de nosotros coqueteamos con malos impulsos. Esta lucha hace que el drama ético de la vida sea una película en Technicolor salpicada de grises, y no una instantánea monolítica en blanco y negro que te consagra, o te condena, de por vida.
A pesar de su heroísmo, Mordejai y Ester son imperfectos. Mordejai manipula, esencialmente, al ofrecerle su sobrina al rey. Ester disimula, negando su identidad judía hasta la dramática revelación de última hora. En última instancia, actúan de manera virtuosa y salvan a su pueblo; sin embargo, sus meandros morales nos desafían a responder éticamente a las situaciones, en lugar de simplemente asumir nuestra bondad inherente.
En ese espíritu, y recordando que los disfraces a menudo representan fantasías sobre nosotros mismos que buscamos representar, insto a todos los líderes mundiales a fumar puros como Winston Churchill o ponerse capas de Supermán, e imponer una zona de exclusión aérea sobre Ucrania y cortar todas las importaciones de petróleo de Rusia, incluso si eso irrita a los ecologistas y daña los bolsillos occidentales.
Para los estadounidenses, actualmente atrapados en un doloroso ajuste de cuentas sobre su pasado, ver a los judíos simpatizar con un pueblo que atormentó a sus ancestros hasta bien entrado el siglo XX ilumina un camino a la curación de los pecados históricos hacia los negros, los nativos y los inmigrantes
Ruego al primer ministro Naftali Bennett a que use los anteojos de Menajem Beguin y se prepare, si falla su diplomacia de traje a rayas, a condenar a Putin y sus secuaces de manera inequívoca.
Y desafío a la ministra del Interior, Ayelet Shaked, a que se pruebe los zapatos ortopédicos al estilo Golda Meir junto a los ropajes judiciales de Miriam Naor, y renuncie a ese loco «depósito» de 10.000 shékels que deben pagar los refugiados ucranianos que llegan, dándole una calurosa bienvenida a esas desesperadas víctimas de la megalomanía de Putin, tanto judías como no judías.
Lo más inspirador, sin embargo, es la cualidad redentora de Ad d’lo yadá. Confundir lo bueno y lo malo sugiere que la vida es dinámica: si se arrepienten genuinamente, las personas malas pueden volverse buenas. Para los judíos, que están apoyando a los ucranianos a pesar de sus siglos de antisemitismo, es una lección oportuna, especialmente porque Ucrania está siendo dirigida por un excomediante judío a quien Vladimir Putin ha calificado de neonazi.
Para los estadounidenses, actualmente atrapados en un doloroso ajuste de cuentas sobre su pasado, ver a los judíos simpatizar con un pueblo que atormentó a sus ancestros hasta bien entrado el siglo XX ilumina un camino a la curación de los pecados históricos hacia los negros, los nativos y los inmigrantes.
El cliché de que “aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo” es cierto a medias. Aquellos que no pueden olvidar un poco y perdonar mucho, simplemente están condenados. Los que están atrapados en el pasado permanecen atrapados. Las expectativas cuentan; ver la generosidad de las personas es el primer paso hacia la curación. La mayoría de la gente no buscará la redención si las víctimas de la injusticia consideran que todos los que los rodean son irredimibles.
Más simple, y satisfactorio, es el mensaje que proviene de consumir oznéi amán, esas delicias dulces, triangulares y rellenas que evocan el sombrero de tres picos de Amán. Mientras los comen, los judíos brindan por el milagro de la resiliencia judía, la lección relevante de que mientras los que odian a los judíos o los tiranos sigan atacando, los judíos seguirán resistiendo.
El cliché de que “aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo” es cierto a medias. Aquellos que no pueden olvidar un poco y perdonar mucho, simplemente están condenados
Empaquetar esos oznéi amán con otras golosinas en la forma de mishlóaj manot (obsequios para enviar a amigos y pobres) realiza una magia humana por excelencia. Más allá de nuestra notable capacidad para sobrevivir, las personas tenemos una habilidad celestial para hacer el bien, trasformando las maldiciones en bendiciones. En lugar de sentirse demasiado triunfales al devorar arrogantemente esos sombreros de Amán, compartirlos generosamente refuerza el mensaje humilde y humano de asumir la responsabilidad por los demás, porque la comunidad es importante.
Los villanos se especializan en vender desesperación. Desde Amán hasta Putin, los matones han demostrado durante mucho tiempo una gran habilidad para desmoralizar a los demás, jugando con los pesimistas y burlándose de los optimistas. Los festivales programados regularmente, como Purim, contrarrestan esto. Los rituales que celebran victorias, especialmente si casi fueron derrotas, tranquilizan. Ayudan a muchos a sobrellevar los terrores de hoy, al representar fantasías sobre futuros finales felices validados por los triunfos de ayer.
Y orquestar ese caos anualmente, como lo hacen Purim, Mardi Gras y otros carnavales, ofrece el mensaje sorprendentemente relajante de que la vida no está fuera de control. Contar año tras año la historia de Purim, de los horrores evitados y las victorias logradas, fortalece la resiliencia que el pueblo judío ha requerido durante milenios, y que tantos de nosotros en Occidente necesitamos en estos tensos momentos.
*Historiador y escritor. Es coautor con Natan Sharansky del libro Never Alone: Prison, Politics and My People (“Nunca solo: la prisión, la política y mi pueblo”).
Fuente: The Jerusalem Post.
Traducción: Sami Rozenbaum / Nuevo Mundo Israelita.
(Fotos: El País, The Times of Israel y Save a Train)