La historia antigua del pueblo judío abunda en profetas que advertían sobre los errores de su tiempo, indicaban cómo debía enmendarse el camino y vaticinaban lo que ocurriría de no hacerlo. Pero en la época contemporánea hemos contado con personajes que fueron capaces de vislumbrar el porvenir de manera científica, sirviendo de guía para evitar que los cambios del mundo moderno nos tomen por sorpresa
Nadie puede predecir el futuro, a pesar de los muchos nigromantes que comercian con la credulidad del público. Pero en tiempos como los nuestros, cuando cambios rápidos de todo tipo impactan nuestras vidas de manera dramática, resulta no solo factible, sino imprescindible, ser capaces de pronosticar las tendencias en que estamos sumidos. Una analogía lo expresa muy bien: si viajamos en un automóvil, mientras más rápido nos movemos más lejos necesitamos poder ver para conducir con seguridad.
Durante la década de 1960, en medio de una acelerada revolución tecnológica en que coincidieron la “era atómica”, la “era espacial” y la “era electrónica”, surgió una nueva especialidad en las grandes empresas: el tecnólogo, persona especializada en descubrir las tendencias del mercado con el fin de definir estrategias corporativas eficaces. Esta profesión a veces se confundía con la del futurólogo, persona que hacía una labor similar pero con miras más amplias a las meramente empresariales, al enfocarse en el futuro de una sociedad o del mundo como un todo. Tal vez debido a que la palabra futurología parecía tener una connotación mágica, con el tiempo se adoptó un término más técnico que refleja la solidez de los fundamentos en que se basa: prospectiva. Esta consiste, según una de sus definiciones, en “un conjunto de tentativas sistemáticas para observar el futuro a largo plazo de la ciencia, la tecnología, la economía y la sociedad, con el propósito de identificar las tecnologías emergentes que probablemente produzcan los mayores beneficios económicos y/o sociales”. Busca “identificar las claves determinantes del futuro, así como los posibles elementos y factores tanto de ruptura como de continuidad”.
Aunque no se puede prever el futuro con precisión, algunos prospectivistas son a veces capaces de percibir —con una pizca de intuición, ese talento tan indefinible— cambios que para la mayoría pasan inadvertidos hasta que se nos vienen encima, o que incluso parecen imposibles en el momento en que se les formula.
Dos figuras de origen judío marcaron una pauta fundamental para definir y desarrollar la prospectiva durante el siglo XX: Herman Kahn y Alvin Toffler.
Kahn, de la guerra nuclear al tecno-optimismo
Herman Kahn nació en Bayonne, New Jersey, en 1922. Sus padres eran inmigrantes judíos de Europa Oriental, el sastre Abraham Kahn y su esposa Yetta Koslowsky. Creció en el Bronx, Nueva York, y luego en Los Angeles, en cuya Universidad de California (UCLA) obtuvo un título en Física. Durante la Segunda Guerra Mundial fue asignado como operario telefónico militar en Birmania, actual Myanmar.
Después del conflicto se incorporó a la famosa Corporación RAND (Research and Development, Investigación y Desarrollo), organización no gubernamental vinculada a las fuerzas armadas estadounidenses de la que han surgido numerosas innovaciones tecnológicas. Allí fungió como asesor de estrategia militar, en cuyo papel le tocó analizar las consecuencias de una guerra nuclear. También participó en la teoría de la bomba de hidrógeno en el Laboratorio Lawrence Livermore, donde trabajó con científicos célebres como Edward Teller, John von Neumann y Hans Bethe, todos ellos también judíos.
Como parte de sus aportes en aquellos tiempos de Guerra Fría, aplicó la teoría de juegos, la teoría de sistemas y la planificación por escenarios, campos en que se le considera un pionero.
En 1960 publicó el libro On Thermonuclear War (Sobre la guerra termonuclear), donde planteó su teoría sobre cómo debía ser la disuasión ante la amenaza de la Unión Soviética: el enemigo debía estar convencido de que cualquier ataque implicaría su propia destrucción; además, eran necesarias unas poderosas fuerzas convencionales para evitar que cualquier conflicto local escalara al nivel nuclear.
En 1961 Kahn fundó el Instituto Hudson, ONG dedicada a la investigación en políticas públicas, junto a otros analistas como Daniel Bell (creador del concepto de “sociedad pos-industrial”), el filósofo Raymond Aron, y el escritor de ciencia-ficción Ralph Ellison (autor, entre otras novelas, de El hombre invisible). Posteriormente fue asesor del Departamento de Defensa norteamericano durante la Guerra de Vietnam; uno de sus planteamientos sobre ese conflicto fue que si no se aumentaba la intensidad hasta ganarlo, Estados Unidos debía buscar una estrategia para su retirada.
En 1967, Kahn publicó junto a Anthony Wiener una obra que hoy se considera clásica: TheYear 2000: A Framework for Speculation on the Next Thirty-Three Years (El año 2000, un marco de referencia para especular sobre los próximos 33 años), en la que participaron otros integrantes del Instituto Hudson. El libro planteó una visión prospectiva de las tecnologías que debían desarrollarse en lo que quedaba del siglo XX y más allá, y sus consecuencias en la sociedad. Como se dijo al principio, la prospectiva no es “profecía” y nadie puede saber cómo será el futuro; aunque buena parte de la lista de 135 items incluida en el libro no se hizo realidad, numerosas innovaciones sí se materializaron; por ejemplo: amplias aplicaciones del láser, materiales ultra-fuertes, pronósticos confiables del estado del tiempo, trasplantes de órganos rutinarios, uso de procesadores de alta velocidad en el comercio y la vida personal, computadoras en el hogar (“para comunicarse con el mundo”), empleo extendido de robots en la industria, sistemas bancarios y crediticios automáticos, desalinización del agua a gran escala, extracción comercial de petróleo de esquisto, técnicas intrusivas de vigilancia y monitoreo, telecomunicación personal (“quizá teléfonos de bolsillo”), televisión directa del satélite al hogar, etc.
Kahn rechazaba visiones apocalípticas del futuro como la del libro The Population Bomb (La bomba demográfica, 1968) de Paul Ehrlich, que hacía ominosos pronósticos sobre la superpoblación mundial; o Los Límites del Crecimiento, del llamado Club de Roma (1972), según el cual los recursos no renovables del planeta estaban a punto de agotarse —algunos tan pronto como en la década de 1980—, y que por tanto había que reducir o detener el crecimiento económico mundial. Según Kahn, el capitalismo y la tecnología tienen un potencial casi ilimitado para el progreso y la mejora de la vida humana. La realidad le ha dado la razón a Kahn: las tasa de natalidad han caído dramáticamente, y todas las proyecciones apuntan a que la población mundial se estabilizará a mediados de este siglo; en los países más avanzados, el ambiente es cada vez más limpio (mientras más tecnología y mayor riqueza, resulta más factible reducir la contaminación y mejorar el entorno). Por otra parte, los principales recursos no renovables son hoy relativamente tan abundantes que han bajado de precio en términos reales.
En su último libro, The Next 200 Years: a Scenario for America and the World (Los próximos 200 años: un escenario para Estados Unidos y el mundo, 1976), publicado junto a William Brown y Leon Martel, Kahn se atrevió a hacer prospectiva a muy largo plazo, reiterando, con la nueva información disponible, que “el mundo puede permitirse la prosperidad”, en contraste con el catastrofismo en boga; entre otras cosas, planteó que Corea del Sur sería uno de los diez países más ricos del mundo. Kahn también fue autor, o colaboró, con numerosos libros sobre el futuro de las corporaciones y el porvenir de varios países.
Herman Kahn, quien padecía de extremo sobrepeso, falleció en 1983 a los 61 años de edad. El Instituto Hudson ha continuado desarrollando su legado.
Toffler: el futuro nos alcanzó
Alvin Toffler nació en la ciudad de Nueva York en 1928, hijo de Sam Toffler, quien trabajaba como peletero, y Rose Albaum, ambos inmigrantes judíos de Polonia. A los siete años de edad sus tíos —quienes residían en la misma vivienda y, según él diría después, eran “unos intelectuales de la época de la Gran Depresión”—, le hicieron ver que tenía talento para escribir.
En 1950 se graduó en Lengua Inglesa en la Universidad de Nueva York, donde además había sido un activista político radical. Ese mismo año se casó con Adelaide “Heidi” Farrell y se mudaron a Cleveland, Ohio, donde ambos se emplearon en la industria con el fin de conocer ese mundo de primera mano para poder escribir sobre el tema; él trabajó como soldador y mecánico, y ella como administradora del sindicato automovilístico.
Estas experiencias llevaron a Alvin a escribir para el periódico sindical Labor’s Daily, que en 1957 lo trasfirió a su sede de la ciudad de Washington. Más tarde fue corresponsal en la Casa Blanca y en el Congreso para un diario de Pennsylvania, y columnista sobre asuntos laborales en la revista económica Fortune. En 1962 se convirtió en un exitoso escritor free lance, escribiendo ensayos sobre temas gerenciales y sociopolíticos para numerosos medios, incluso la revista Life.
Posteriormente, la firma IBM lo contrató para investigar el impacto social y organizacional de las computadoras, lo que le permitió entrar en contacto con expertos y “gurúes” en el tema. La compañía Xerox también lo invitó a escribir sobre sus laboratorios de investigación, y la empresa de telecomunicaciones AT&T lo tuvo como asesor estratégico.
Junto a su esposa Heidi, Toffler llevó a cabo una profunda investigación de cinco años que lo llevó a publicar en 1970 su libro más célebre, Future Shock (El shock del futuro), que se convirtió en un best seller instantáneo. El término alude a lo que sucede cuando los cambios de la sociedad se producen a una velocidad tan vertiginosa que generan desconcierto y confusión, muchos procesos administrativos fallan y el proceso usual de toma de decisiones se torna inoperante. Buena parte de los conflictos de los años 1960 —desde las protestas juveniles hasta el aumento en la tasa de divorcios y el colapso de las burocracias estatales— se debían a ese fenómeno, según Toffler, quien en los capítulos finales propuso formas de prever y adaptarse al cambio acelerado. Future Shock se tradujo a decenas de idiomas, y ha seguido reimprimiéndose sin interrupción durante medio siglo.
Una década más tarde apareció el segundo éxito de los Toffler, The Third Wave (La tercera ola, 1980), que divide la historia de la humanidad en tres etapas, cada una de las cuales barrió con las estructuras de la sociedad anterior: la primera ola fue la revolución agrícola, la segunda la revolución industrial, y la tercera es la actual combinación de las revoluciones de la información, la computación y la biotecnología. La obra pronosticaba el desarrollo explosivo de lo que hoy llamamos internet —y la consiguiente “sobrecarga de información”—, el amplio uso de la ingeniería genética y otras tecnologías hoy cotidianas. Postuló, entre otras cosas, que la “tercera ola” haría posible que millones de personas trabajaran desde su hogar, permitiría a países pobres alcanzar el desarrollo sin pasar por una revolución industrial, y que las nuevas tecnologías permitirían regresar al consumo “personalizado” en lugar de la manufactura en masa de bienes exactamente iguales (lo que ahora luce factible con la impresión 3D y la nanotecnología). Propuso que otras organizaciones de la era industrial, como la educación masiva en las escuelas —que en realidad son “fábricas de estudiantes”—, deberían adaptarse a estas tendencias des-industrializadoras, en una nueva economía basada en el conocimiento en lugar de la manufactura.
Otras obras de Alvin y Heidi Toffler que alcanzaron amplia difusión fueron Previews and Premises (Avances y premisas, 1983) Powershift: Knowledge, Wealth and Violence at the Edge of the 21st Century (El cambio del poder: conocimiento, riqueza y violencia en vísperas del siglo XXI, 1990), Creating a New Civilization: The Politics of the Third Wave (La creación de una nueva civilización: la política de la tercera ola, 1995) y Revolutionary Wealth (La revolución de la riqueza, 2006).
En 1996, Alvin y Heidi fundaron Toffler Associates, firma de prospectiva que ha sido contratada por numerosos gobiernos, empresas y ONGs de países como Corea del Sur, México, Brasil, Australia, Singapur y, por supuesto, Estados Unidos. Trabajaron con estadistas como el premier chino Zhao Ziyang y el surcoreano Kim Dae Jung, quienes reconocieron haber sido influenciados por sus obras. El gobierno chino lo citó entre los tres occidentales de mayor influencia en su país (los otros fueron Franklin Roosevelt y Bill Gates); La tercera ola, además de haber sido un best seller en China, fue lectura recomendada en las escuelas… aunque con ciertas partes obliteradas por la censura. Toffler fue además un exitoso conferencista, y profesor invitado en numerosas universidades de todo el planeta.
Steve Case citó los trabajos de Toffler como su inspiración para fundar la compañía AmericaOnline (AOL), y Ted Turner también mencionó su influencia en la creación de Cable News Network (CNN) como desafío a las tres cadenas de televisión “de la era industrial”. En 1995, el ex presidente soviético Mijaíl Gorbachov fue anfitrión de una conferencia internacional sobre Gobernanza Global en San Francisco, California, inspirada en el libro La creación una nueva civilización; al evento asistieron George Bush padre, Margaret Thatcher, Carl Sagan, Abba Eban y otras destacadas figuras mundiales.
Alvin Toffler falleció en junio de 2016, y su esposa Heidi en febrero de este año 2019. La consultora Accenture incluye a Alvin en la lista de los 50 intelectuales de mayor influencia en el ámbito de los negocios, lo que demuestra que la antes llamada futurología es hoy parte fundamental del mundo empresarial.
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