S i Trump mantiene sus promesas de campaña, su presidencia podría poner fin al conflicto entre Estados Unidos e Israel en dos temas clave: el acuerdo con Irán y los asentamientos en Cisjordania.
Durante su campaña, Trump no ahorró palabras para mostrar su desdén por el acuerdo del 15 de junio entre Teherán y las seis potencias mundiales, el cual prometió impugnar, diciendo que no le da nada a EEUU a cambio de un convenio que permitirá a Irán producir armas nucleares, incluso si cumple con los términos del acuerdo. “Es el pacto más estúpido de todos los tiempos”, dijo. “Es una transacción de un solo lado, con la cual le estamos dando 150 mil millones de dólares a un Estado terrorista”.
Por otra parte, bajo el liderazgo de Trump, el Partido Republicano cambió su plataforma sobre el tema palestino para eliminar toda mención de la solución de dos Estados. Reconoció a Jerusalén como la capital unificada del Estado judío, y emitió un comunicado según el cual Israel no es un ocupante en Cisjordania. Trump también ha prometido mudar la embajada de Estados Unidos a Jerusalén.
La presidencia de Trump pondrá un gobierno de derecha a cargo de Estados Unidos, que podría trabajar en conjunto con el liderazgo de derecha de Israel. A diferencia de Obama, Trump, cuyo partido controla también la Cámara de Representantes y el Senado, tendrá más libertad para actuar en sus iniciativas políticas que su predecesor.
El momento no podría ser mejor. Llega justo cuando la campaña palestina para forzar a Israel a retirarse a las fronteras anteriores a 1967 estaba ganando fuerza, e Irán incrementaba sus actividades en el Medio Oriente. Ahora la guerra diplomática palestina contra el Estado judío podría perder fuerza.
A pesar del tono antisemita de algunos de los compañeros de fórmula de Trump, su presencia en la Casa Blanca podría terminar con las pugnas entre Washington y Jerusalén.
Para aquellos en la izquierda israelí que piensan que el control de su país sobre Cisjordania es una amenaza para el futuro de Israel como Estado judío y democrático, la presidencia de Trump es otro revés en una larga lista de derrotas. Pero para los de la derecha, es como una fuerte lluvia después de una larga sequía.
Síntesis de un editorial de The Jerusalem Post
N o culpen a Hillary Clinton. No culpen al Partido Demócrata o a todo el establishment político de EEUU, que simplemente no está construido para canalizar estas pasiones. No culpen a las encuestadoras. Y no culpen a los votantes que eligieron a Trump. Ellos son solo seres humanos.
La victoria de Trump no cambia el hecho de que era el peor candidato que se recuerde en optar por la presidencia. Su campaña fue la peor jamás realizada. Él no ganó gracias a ninguna estrategia o táctica política genial. Él ganó a pesar de todo.
Esta elección no tenía que ver con la política. Los estadounidenses votaron por un racista, misógino, antidemocrático y embustero, no porque la mayoría de ellos sean así. Esto solo significa que hubo un factor más poderoso que los motivó a ignorar todas sus aparentemente fatales deficiencias, y votar por él.
El miedo. Miedo al cambio. Miedo a que las viejas certezas sean barridas. Miedo a la erosión de los valores tradicionales y, sobre todo, miedo a la esperanza de un futuro mejor pero menos seguro. El miedo supera a la razón. Supera a la decencia y los valores. Desafía a la lógica.
Quien quiera una prueba del poder del miedo a desafiar la lógica debe revisar el voto judío en estas elecciones. Según la encuesta a boca de urna de The New York Times, el 24% de los judíos votó por Trump. Eso significa que al menos un millón de judíos votó por un hombre al que respaldan los neonazis y el Ku Klux Klan. Significa que al menos un millón de judíos votó por un candidato cuya última trasmisión antes de la elección fue básicamente un fragmento de Los Protocolos de los Sabios de Sión.
Lo único que puede hacer que un millón de judíos vote por un hombre que ha colocado el antisemitismo en la corriente principal del discurso político estadounidense es el miedo.
La ilusión de que el progreso es inexorable ha sido destrozada. Estados Unidos ha pasado directamente de su primer presidente negro a un presidente apoyado por el KKK. Y aunque la gran mayoría de sus votantes fueron blancos, el miedo que los impulsó no fue solo el racismo. Él ganó porque la mayoría de la gente teme al progreso, al globalismo, al libre comercio y a la libertad de expresión, y temen un mundo donde gente de color, mujeres y gays puedan alcanzar los cargos más importantes.
Anshel Pfeffer (síntesis)
Columnista de Haaretz