E l ciclo del año judío es tan “cíclico” que, año tras año, tendemos a sentir una especie de déjà vu. Tras engullir/clasificar/disfrutar/regalar los dulcitos 100% jametz contenidos en los mishlóaj manót de Purim que familiares, amigos y justo los que ya no son tan amigos se entregan entre sí como una mitzvá que aumenta el aprecio entre yehudim (detalle que por los tiempos que vivimos se torna mucho más significativo), comienza a rondar por nuestra cabeza: “¡Ya llegó Pésaj!”. Llega en un mes, en realidad, pero no sabemos cómo, es este un mes que pasa volando.
Tenemos —en especial las féminas— impregnado en lo más profundo de nuestro ser que “hacer Pésaj” es limpieza, es pulcritud, es resolver diligencias pendientes que contribuyan a acomodar/arreglar/mejorar/perfeccionar todo objeto o espacio que se atraviese ante nuestros ojos, y si eres como ese gran porcentaje de las personas cuyo hobby no es precisamente ordenar closets, desechar misceláneos inservibles, regalar prendas de ropa a alguien que le puede dar un mejor uso, en este mes el trabajo en ese sentido adquiere cierta prioridad, ya que probablemente llevas un tiempo acumulándolo.
Nuestras agendas ocupadas las encabezan ítems como arreglar armarios, comprar productos de limpieza, entre otros similares. Vemos el correr de los días, y como a lo largo del año tendemos a posponer este tipo de cosas, que llega el momento en que las frases de motivación que leemos (o el estrés de amigas alrededor) terminan haciéndonos ver lo cerca que estamos de la fecha para la cual no hay prórroga, y con ello nos activamos.
Pintamos una esquina de la casa, y terminamos notando que esto creará más caos mientras tanto. Cancelamos estos planes tan pronto los habíamos arrancado, dejándolos por la mitad, cuando nos disponemos a continuar.
Empezamos a sentir una especie de nájat, tranquilidad, paz al arreglar nuestros hogares, y a nosotros espiritualmente, para Pésaj. Primero, porque nos encontramos ejecutando la mitzvá que han cumplido nuestros ancestros en cada generación, en la primera quincena del mes de Nisán, y está dicho que la energía que se le pone a una mitzvá queda plasmada en el tiempo y resuena en los sucesores por siempre, sumada al eco de la energía que nosotros mismos le hemos dedicado en años anteriores. Segundo, por el efecto liberador que tiene ordenar-limpiar-arreglar y prepararse para festejar, una vez más gracias a Dios, el milagro de haber sido un pueblo liberado tras muchos años de esclavitud.
La limpieza hace una pausa para solicitar —por décima vez en pocos días— la palabra clave de las conversaciones actuales: “Deposítame, trasfiéreme, paga”, la nueva forma de finiquitar asuntos comerciales pendientes con cualquier agente de ventas (alimentos, servicios, enseres, entre otros). Y el cónyuge, al otro lado de la línea, contesta con un “¿Ooootra vez? Ok, espera un poco”, seguido de “Que lo disfrutemos con berajá y con felicidad”.
Continúa la faena, y viene la “kasherización” de la cocina, evento magno en el hogar que impresiona a cuanto espectador se encuentre en ella, sea niño, ayudante o algún visitante imprevisto, quienes aunque ya lo hayan observado en oportunidades anteriores, les asombra como si fuera la primera vez.
La sensación de nájat ahora sí es extrema: nos sentimos auto-kasherizados también, todo el trabajo valió la pena; el “sucio” de nuestros sentimientos ahora está purificado. El ego de nuestros corazones se quema junto al jametz; nos volvemos más sencillos, más humildes, ante tanta grandeza y celebración de este gran milagro, con el tope y las hornillas limpias y forradas con un aluminio que brilla más que un día de abril.
Le tomamos cierto cariño especial a esa despensa de la casa, que rechina aún más al contener aquellos productos que por días o meses nos preocupó llegar a poseer, cuando pensábamos “¿Qué va a haber para Pésaj? ¿Qué vamos a tener?”. Y así, como en oportunidades anteriores, nos disponemos a preparar con menos productos y menos enseres que durante todo el año, pero con más entusiasmo y satisfacción.
No sé si sea por el hecho de haber presenciado un gran milagro personal hace algunos años en esta festividad, por la tradición familiar que se remonta en estos días, o por el sentir judío a flor de piel, pero todo esto me hace pensar que esta fiesta es particularmente digna de celebrar y de alegrarse en ella. Todo esto nos motiva, nos complace y nos alegra a la vez, aunque también la presencia del yétzer hará hace que por momentos nos presione, nos canse o nos estrese.
Queremos complacer a nuestro Creador, el hacedor de todos los milagros. Queremos tener unos días lindos en familia y en comunidad, seguir viendo milagros personales y colectivos.
Quiera Hashem que tengamos unos alegres y significativos preparativos para Pésaj, en los cuales predomine la buena voluntad, la buena intención y la disposición para celebrar.