El gravísimo conflicto entre Israel y Hamás se prolonga por demasiado tiempo. No se vislumbra solución ni al conflicto, ni a la liberación de los secuestrados, ni a un arreglo entre palestinos e israelíes que garantice algo de paz en la región y seguridad física para los involucrados. Entre el “matar y morir” de Hamás y el “vencer o morir” de Israel, no queda mucho margen de maniobra.
Luego de casi 140 días de guerra horrible, muchos olvidan lo sucedido el 7 de octubre de 2023. Una acción sin precedentes de terror y crueldad que arrojó miles de muertos, centenares de secuestrados, los cohetes desde Gaza y desde Líbano, y un tablero situacional que resulta muy difícil de resolver, por lo complicado del mismo y por la falta de posiciones éticas y firmes de quienes pueden influir.
Israel fue atacado en forma brutal. Esto despertó las simpatías y solidaridades de algunos países por un breve lapso. También la necesidad de Israel de deponer a Hamás, y la comprensión muy dura en cuanto a que decisiones unilaterales no conllevan a la paz, cuando menos a la no agresión. Pero lo más importante y lo más contundente, para Israel y todos sus ciudadanos, ha sido caer en cuenta de la vulnerabilidad real que tiene el pequeño Estado.
Gaza es un enclave independiente, sin presencia de israelíes desde el año 2006. Desde una imagen de territorio aislado y cercado muy bien mercadeada, recibiendo ayuda de organismos internacionales y varios países, construyó una red interconectada subterránea de túneles de más de 700 kilómetros de extensión. Un arsenal de cohetes y lanzadores de ellos, con capacidad de llegar aleatoriamente dentro de territorio israelí y en cantidades importantes, como para confundir al sistema Cúpula de Hierro diseñado para atender esta amenaza. Además, Hamás pudo consolidar en Gaza unas verdaderas fuerzas armadas, bien entrenadas y apertrechadas, cubriendo los rangos propios de un estamento militar.
Bandera de Israel en una de las viviendas destruidas el 7 de octubre en el kibutz Beeri
(Foto: vox.com)
Con todo y lo descrito antes, Israel, y quizá sus aliados circunstanciales, estaban convencidos de que nunca se lanzaría un ataque significativo sobre Israel desde Gaza. Hamás no se atrevería a enfrentar el poderío israelí, y en virtud de la llamada concepción imperante, tanto Hamás como los demás enemigos de Israel estaban disuadidos. No se atreverían a sufrir las consecuencias de una reacción israelí. Este ha sido el gran error de todos. Los hechos del 7 de octubre de 2023, y lo acontecido hasta ahora, demuestran que Hamás tenía una capacidad de daño muy grande, basada tanto en sus capacidades operativas como en su disposición a morir, matar y sacrificar a su propia población en aras de agredir a su enemigo.
La triste experiencia que vive Israel con Hamás en Gaza preocupa mucho cuando se analiza lo que pudiera ocurrir con Hezbolá en la frontera norte. Las capacidades de Hezbolá en cuanto a número de cohetes, hombres en armas y su disposición a sacrificar el Líbano y su población civil, no dejan lugar a dudas del peligro inminente que se corre. Dese el 7 de octubre se viene dando una guerra de desgaste entre Israel y Hezbolá, con la esperanza endeble y nada edificante de que el conflicto no pase a mayores. Mientras, el norte de Israel está evacuado y a merced de los cohetes que Hezbolá dispara con pasmosa tranquilidad.
Si Hamás y Hezbolá preocupan, mucho más lo hace Irán. Hace pocos días, un importante vocero iraní sobre el tema nuclear señaló que se tiene todo listo para ensamblar una bomba, solo falta la decisión. Por su parte, otro vocero norteamericano señaló que no se han tomado en serio las capacidades de Irán, las advertencias hechas ni la debilidad de la Agencia Internacional de Energía Atómica para supervisar el proyecto nuclear iraní.
La noción de que el reconocimiento de un Estado palestino sería la solución a la crisis actual, o a la situación del Medio Oriente, no tiene ninguna lógica. El reconocimiento de un Estado palestino en estos momentos, cuando Hamás sigue en el poder, y no como resultado de una negociación directa entre las partes involucradas, constituiría un reconocimiento tácito a que las acciones de Hamás del 7 de octubre han conseguido objetivos ciertos
En medio de todo esto, con la guerra de Gaza sin fin a la vista, con Hamás estableciendo condiciones imposibles para la liberación de los rehenes y un eventual cese al fuego, aunque fuera temporal, con la grave crisis humanitaria que se pudiese vivir en Gaza, los Estados Unidos asoman la posibilidad cierta de reconocer unilateralmente un Estado palestino. Viniendo esta idea del principal aliado de Israel, del país que ha sufrido del terror y que parece comprender a Israel, no queda menos que preocuparse y angustiarse.
La solución de “dos Estados para dos pueblos”, la misma que se votó en la ONU el 29 de noviembre de 1947, no ha podido ser implementada, y no por culpa de Israel. Los acontecimientos de los 75 años de existencia de Israel, y particularmente los últimos, demuestran que enclaves independientes con acceso a armamento se convierten en focos de ataque contra Israel, en centros de terrorismo. Israel teme, con razón y hechos comprobados, a un Estado adyacente que sea una fuente de atentados de todo tipo. No es un temor infundado. Es un temor real, que se ha fundamentado aún más luego del 7 de octubre.
La noción de que el reconocimiento de un Estado palestino sería la solución a la crisis actual, o a la situación del Medio Oriente, no tiene ninguna lógica. Obedece quizás a las circunstancias del desgaste que se produce en la opinión pública norteamericana en pleno año electoral. El reconocimiento de un Estado palestino en estos momentos, cuando Hamás sigue en el poder, y no como resultado de una negociación directa entre las partes involucradas, constituiría un reconocimiento tácito a que las acciones de Hamás del 7 de octubre han conseguido objetivos ciertos. Sería simplemente un premio al terror.