Natalie Portman rompe, aun sin querer, con el idealismo de muchos judíos que se consideran parte de una gran familia, aquella que protege a todos sus miembros y se enorgullece de los logros personales de cada uno, atribuyéndoselos con gran alegría a tal familia extendida.
Es muy común que cuando vemos una película, chequeemos si tal o cual actor es judío, o si tal o cual director es judío. Igual pasa con los deportes, y en general con todas las expresiones del arte y el espectáculo. También de ciencia, y ni hablar de los premios Nobel.
Si además de judío es israelí el exitoso de turno, se redoblan nuestra felicidad y admiración. Porque destacarse en los aspectos difíciles y competidos es muestra de dedicación, capacidad y otras tantas virtudes, aquellas que tendemos a achacar a nuestros orígenes comunes, cual abuelas de hace siglos.
Creemos también que estos judíos e israelíes exitosos comparten nuestros principios, ideales y temores, y hacen causa común con la nuestra. Para la mayoría de los judíos, en la diáspora y en Israel, ello significa la defensa del Estado de Israel, la actividad de esclarecimiento a todos, el combate del antisemitismo y la solidaridad a toda costa.
Ha pasado y seguirá ocurriendo que algunas figuras estelares mantengan posturas encontradas con la política de turno de Israel, con algunos de sus políticos y autoridades. A veces hacen comentarios subidos de tono, que son utilizados por los enemigos de siempre para sus propias campañas de desprestigio contra Israel y los judíos.
En los días del BDS y de las batallas mediáticas contra Israel, agradecemos mucho las solidaridades y somos muy sensibles a los desplantes. Israel está acosado por el frente que sus enemigos perciben más sensible: el de su prestigio, su ética y sus valores humanos. Si no se le puede destruir por las armas, la fuerza ni el terrorismo, se acude a una campaña brutal de desprestigio con mentiras, medias verdades y cosas por el estilo.
Cuando israelíes y judíos necesitan del respaldo anímico de sus amigos, de la sonrisa amable y el abrazo fraterno, o en el caso de Natalie Portman del agradecimiento por el premio concedido, el rechazo al mismo constituye una bofetada que además de doler decepciona, porque viene de un ícono heroico para la gran familia que creemos ser.
Quizá vemos las cosas como si estuviéramos en Hollywood. Israel y sus vecinos no son, para nada, como las situaciones que a veces se presentan en la prensa o en los medios algo más artísticos. No es una película del oeste. No es una batalla mediática, no es una cuestión pasajera. Es una situación de vida o muerte, del bien contra el mal. De la verdad contra la mentira. Es el reconocimiento del derecho de los judíos a un Estado y con ello su supervivencia y dignidad, contra quienes sencillamente no reconocen tal derecho y promueven la erradicación del Estado judío. No es un guión de la Guerra de las Galaxias, ni tampoco hay garantía de segundas, terceras y enésimas oportunidades para Israel. Aliarse, queriendo y sin querer, con la causa contraria, es decepcionante y además peligroso.
Lo de nuestra admirada Natalie Portman es tan solo un episodio desagradable, infeliz. Su antipatía o no apoyo al primer ministro Netanyahu la pudo manifestar de otras maneras, sin molestar a tanta gente querida ni favorecer a tantos que no nos quieren. El premio Génesis de este año queda sin ceremonia, otorgado y no recibido.
A los 70 años de la independencia de Israel, afortunadamente el Estado, sus ciudadanos y los judíos pueden darse el lujo de ver estos incidentes con desagrado, pero sin temor alguno a mayores consecuencias. Ese es quizá el mayor logro del judaísmo de nuestros días y del ideal sionista. Los hechos y las acciones privan sobre los gestos y el mediatismo.
El pueblo de Israel, el pueblo judío, brilla como las estrellas. No importa lo que pase en la galaxia, con guerra o sin ella. Natalie Portman es también una estrella… pero de cine.