A pesar de que son solo el 0,1% de la población española, los ataques antisemitas no han dejado de crecer en el país ibérico dentro de la ola de odio que recorre hoy a toda Europa. Cinco siglos después de su expulsión, crece el acoso en las redes y las denuncias por delitos de odio antisemita
Rodrigo Terrasa*
El pasado mes de abril, en un partido de Liga entre el Girona y el Espanyol, apareció en la grada de la afición visitante un cartel en el que se veía a Ana Frank con una camiseta del Barça. En febrero, alguien pintarrajeó una frase en el monumento a las víctimas de Mauthausen de Almería en la que se leía: «Almería libre de judíos». Justo dos años antes, un grupo de alumnos impidió una conferencia en la Universidad Autónoma de Madrid sobre el programa educativo israelí en las guarderías a cargo del profesor Haim Eshach. Y unos meses antes apareció una estrella de David ahorcada en la fachada de la embajada de Israel en la capital.
En el verano de 2015, el festival de música reggae Rototom de Benicàssim estuvo a punto de cancelar la actuación del cantante judío estadounidense Matisyahu por las amenazas de boicot. Dos meses después, arrancaron la placa en recuerdo a las víctimas del Holocausto en el Parque de Invierno de Oviedo y otra en Torremolinos, y destrozaron varias tumbas en la antigua parcela judía del cementerio de San Rafael, en Málaga. Cada cierto tiempo alguien va con un aerosol negro a la entrada de un pueblo burgalés llamado Castrillo Mota de Judíos y cambia el topónimo por el antiguo, Castrillo Mata Judíos.
– Es como una fina lluvia que se nota sobre todo en lo cotidiano.
– ¿El auge del antisemitismo en toda Europa se percibe también en España?
– No creo que este sea un país antisemita, pero sí hayimportantes focos de antisemitismo. Y lo vemos cada día.
Quién responde es María Royo, directora de comunicación de la Federación de Comunidades Judías de España. Quedamos con ella frente a la sinagoga Beth Yaacov, en el barrio madrileño de Chamberí, la primera construida expresamente en el país desde la expulsión de los judíos en el año 1492. A su alrededor se abrieron negocios como la carnicería de Elías, especializada en productos kosher, la pastelería Oliver Nicols, que sigue la tradición neoyorquina de vender brownies junto a una sinagoga, o el restaurante La Escudilla, con una carta de recetas sefardíes. También está Casa Benito, un local típico de comida castiza que no es judío, pero hoy tiene judiones de la granja en el menú.
El centro de la comunidad judía de Madrid fue levantado en 1968, tiene cinco plantas y alberga dos espacios para la oración, varias salas para actividades sociales con una pantalla de televisión en la que emiten todo el día imágenes en directo del Muro de las Lamentaciones de Jerusalén, y hasta un pequeño museo donde hay un trono dorado con terciopelo rojo en el que se practicaban las circuncisiones. Acceder al edificio, sin embargo, es como entrar en el Pentágono. Hay siete cámaras de seguridad rodeando la manzana; los viernes y sábados, por la celebración del Shabat, la Policía Nacional custodia los accesos, y los días de fiesta grande como Yom Kipur se cortan directamente todas las calles del entorno.
El periodista debe facilitar sus datos personales un día antes de la visita para que la seguridad privada del centro rastree su perfil. «Necesitamos saber a quién vamos a abrir nuestras puertas», nos advierten. En el acceso principal, un nuevo agente de seguridad con gorra de camuflaje vuelve a revisar nuestro DNI. «Ojalá no tuviera que hacerse todo esto», admite Royo. «A la vuelta de la esquina hay una parroquia con las puertas abiertas de par en par, pero, ¿cuántos atentados hay contra cristianos en Occidente?».
Entre 2017 y 2018 se duplicó en EEUU el número de ataques contra ciudadanos judíos. En octubre de 2018, un hombre mató a 11 personas en una sinagoga de Pittsburgh en pleno rezo. El Reino Unido lleva tres años superando sus registros históricos de incidentes antisemitas. En Alemania los ataques contra judíos crecieron un 19% el año pasado, y en Francia aumentaron un 74% desde 2017. En marzo de 2018, dos hombres apuñalaron y quemaron en París a una sobreviviente del Holocausto de 85 años. Cada vez que hay algún incidente grave en el mundo o recrudece el conflicto en Oriente Medio, las sinagogas y los colegios judíos en España se convierten en auténticos búnkeres. «Sería estúpido ignorar la realidad. Tenemos enemigos y gente que nos quiere matar. También en nuestro país», denuncia Isaac Querub, presidente de la Federación de Comunidades Judías.
En la Nochebuena de 1976 explotó una bomba en la sinagoga de Chamberí. Desde entonces no ha habido sucesos graves más allá de algún garabato. Según el informe sobre delitos de odio del Ministerio de Interior, en 2017 hubo solo seis incidentes antisemitas en España, uno más que en 2016. En 2015 se contabilizaron nueve y en 2014, 24. El año pasado, sin embargo, Movimiento contra la Intolerancia tramitó un centenar de denuncias. El baile de cifras responde a la difícil catalogación de este tipo de ataques, que muchas veces se engloban erróneamente como xenofobia o como incidentes relacionados con las creencias religiosas.
«Estos datos revelan el déficit de análisis que sufrimos en España, donde no es que haya tolerancia hacia el antisemitismo pero sí un grado de elasticidad y condescendencia preocupante», lamenta Esteban Ibarra, presidente de Movimiento contra la Intolerancia. «El antisemitismo aquí ha entrado en una nueva dimensión, una constante de demolición. Es un golpe de baja intensidad al que no damos importancia, que no sale en los medios porque el colectivo judío no ha salido del armario, pero que tampoco cesa. Pum. Pum. Pum».
Ibarra denuncia un nuevo «clima antisemita» que se extiende peligrosamente a través de internet y que se impulsa desde tres vectores distintos: los movimientos neonazis, el integrismo yijadista y la extrema izquierda. Las tres vías se nutren del poso cultural antisemita que pervive en España. Isaac Querub cita al filósofo francés Charles Péguy: «Lo peor no es tener un alma perversa, sino un alma acostumbrada».
España es un país habituado al antisemitismo de forma casi inconsciente, un país en el que una judiada es, según la RAE, «una mala pasada o acción que perjudica a alguien». En el que se utilizan insultos como «perro judío» incluso en las tertulias del corazón. O en el que hay pueblos en los que a salir de copas en Semana Santa aún se le llama «salir a matar judíos».
«Existe un antisemitismo sociológico», explica Alejandro Baer, profesor de Sociología y director del Centro de Estudios del Holocausto y Genocidio de la Universidad de Minnesota. «Está en el ADN cultural español, y tiene mucho que ver con que nunca ha habido una reflexión de fondo sobre el antisemitismo después del franquismo y su idea de las “conspiraciones judeo-masónicas”. Franco ya no está, pasamos la Transición y parece que el antisemitismo desapareció por arte de magia, que muerto el perro se acabó la rabia. Pero no es así, se ha trasmitido de generación en generación y ha pervivido».
Hace solo una década, más de la mitad de los estudiantes de Secundaria encuestados para un estudio del Observatorio Estatal de Convivencia aseguraba que no querría sentarse en clase al lado de un judío, pese a que la inmensa mayoría jamás había conocido a uno. Diez años después, un estudio de Eurobarómetro arroja resultados igualmente preocupantes. El 66% de los españoles no cree que negar el Holocausto sea un problema, frente al 38% de media en la Unión Europea. Y solo el 22% cree que el antisemitismo es algo preocupante.
En 2014, tras la victoria del Maccabi Tel Aviv ante el Real Madriden la Final Four de baloncesto, fue trending topic en toda España el hashtag #putosjudíos. «La particularidad de España es que aquí ha pervivido el antisemitismo después de 500 años sin judíos, pese a que el pueblo judío es casi invisible», apunta María Royo.Tan invisible es la comunidad judía que apenas representa el 0,1% de la población en España, un país en el que hay más antisemitismo que semitas. «Pervive el estigma y se ve muy claro en las redes sociales: el estereotipo que vincula a cualquier judío por el mero hecho de serlo con cualquier cosa maligna, el poder, dinero, intereses oscuros, la conspiración…»
Repasen los ataques de Vox (en la línea de Víktor Orban) contra George Soros —»un personaje siniestro», según Santiago Abascal—, o las constantes apelaciones de la izquierda al «poderoso lobby judío» tras la polémica por una viñeta del New York Times que parodiaba a Netanyahu.
«El caso español requiere una reflexión profunda que aún no se ha producido, y que no llega porque la discusión está atravesada por el conflicto israelí-palestino y por un colapso comunicativo», apunta Alejandro Baer, que censura lo que llama «la retórica de la sospecha». Los colectivos pro-palestinos, muy movilizados en España, mantienen que las acusaciones de antisemitismo son un instrumento de los judíos para bloquear toda crítica al Estado de Israel. Y, a su vez, los judíos creen que cualquier crítica a Israel, por muy justificada que pueda estar, esconde en realidad un sentimiento antisemita. «En esos términos de sospecha recíproca es imposible discutir sobre un antisemitismo que sí existe de fondo, independientemente del espectro ideológico, y que no se puede atribuir solo a la derecha. La izquierda tiene una responsabilidad especial».
La mayoría de los colectivos judíos señalan en España a las sucursales del BDS (movimiento de Boicot, Desinversión y Sanciones), oficialmente una campaña internacional «contra la colonización, el apartheid y la ocupación israelí» promovida desde 2004 por la sociedad civil palestina. En su página web aseguran que no están «contra los judíos ni contra los ciudadanos del Estado de Israel», pero llaman al boicot contra «la supremacía judía» y el «colonialismo sionista».
El BDS estuvo tras el boicot al cantante Matisyahu en el Rototom, y la campaña contra un partido de la Liga Mundial de waterpolo entre España e Israelque tuvo que celebrarse a puerta cerrada en noviembre de 2018. La Justicia ha anulado recientemente decenas de mociones de ayuntamientos españoles gobernados por la izquierda para adherirse a sus iniciativas.
«Para la extrema derecha somos marxistas y comunistas. Para la extrema izquierda, somos los usurpadores de la tierra de los palestinos. Y en general, el judío es el explotador, el rico, el del todopoderoso lobby», lamenta Isaac Querub.
– ¿Cuánta gente creerá que este reportaje está patrocinado por ese todopoderoso lobby judío?
– Habrá un porcentaje que lo creerá y otro que, aunque sepa que no es así, lo promoverá.
*Periodista.
Fuente: El Mundo (Madrid). Versión NMI.
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