Stephen Whitfield*
Un infundio antisemita de más de un siglo de antigüedad volvió a asomar su fea cabeza durante la Convención Nacional Republicana hace pocos días.
Mary Ann Mendoza, miembro de la junta asesora de la campaña de reelección del presidente Trump, debía hablar en la Convención el 25 de agosto. Pero repentinamente la sacaron del programa, después de que retuiteó un enlace a una teoría de la conspiración sobre las élites judías que supuestamente están confabuladas para apoderarse del mundo.
En su tuit, ahora eliminado, Mendoza instó a sus aproximadamente 40.000 seguidores a leer un largo hilo que advertía sobre un plan para esclavizar a los goyim o no judíos. Incluía fantasiosas denuncias sobre una familia judía famosamente rica, los Rothschild, así como del principal objetivo del extremismo de derecha en la actualidad, el filántropo judío liberal George Soros.
El hilo también hacía referencia a uno de los engaños más notorios de la historia moderna: Los Protocolos de los Sabios de Sión. Como estudioso de la historia judía estadounidense, sé lo duradero que ha sido este documento como fuente del mito de las conspiraciones judías. El hecho de que todavía esté circulando en los márgenes de la derecha política es un testimonio a la longevidad de esta falsificación.
Una de las primeras ediciones rusas de Los Protocolos de los Sabios de Sión (1912), preparada por la policía política zarista para justificar los pogromos de aquella época
Noticias falsas
Seguramente ninguna falsificación de la historia moderna ha demostrado ser más duradera. A principios del siglo XX, los Protocolos fueron inventados por la policía zarista, conocida como Ojrana, basándose en una oscura novela alemana de 1868, Biarritz, en la que misteriosos líderes judíos se encuentran en un cementerio de Praga.
Según esta historia ficticia, los complotados aspiraban a apoderarse de naciones enteras a través de la manipulación de divisas, y buscaba la dominación ideológica mediante la difusión de noticias falsas. En la novela, el Diablo escucha con simpatía los informes que le presentan los representantes de las tribus de Israel, describiendo el caos y la subversión que han causado y la destrucción que está por venir.
La Ojrana (“protección” en ruso) trabajaba para lo que entonces era el régimen antisemita más poderoso de Europa, y quería usar el engaño para desacreditar a las fuerzas revolucionarias hostiles a las políticas reaccionarias y al misticismo religioso del gobierno zarista.
El documento se convirtió en un fenómeno mundial solo unas dos décadas después de la fabricación de la Ojrana. La profusa publicación y sus reediciones coincidieron tanto con la pandemia de influenza de 1918-20 como con las secuelas de la Revolución Bolchevique de 1917, las cuales despertaron temores sobre fuerzas oscuras que amenazaban el orden social.
Culpar a los judíos por enfermedades y disturbios políticos no era nada nuevo. Los judíos habían sido masacrados durante la Edad Media a raíz de acusaciones de haber envenenado pozos y propagado plagas. Pero hace un siglo, la crisis de la salud pública probablemente importaba menos que la toma del poder por los comunistas en Rusia, que, si no se controlaba, podría abrumar el orden político que la Gran Guerra había desestabilizado. El hecho de que algunos de los líderes revolucionarios fueran de origen judío parecía reforzar las predicciones de los Protocolos.
Se sabía que el zar Nicolás II, el último de los Romanov, había leído los Protocolos antes de ser ejecutado por los bolcheviques en 1918. Al año siguiente, Hitler pronunció su primer discurso grabado, en el que describió una conspiración internacional de judíos —de todos los judíos— para debilitar y envenenar a la raza aria y extinguir la cultura alemana.
El propio Hitler no estaba seguro de la autenticidad de los Protocolos, una verificación que no debe haber importado mucho a los nazis. El Führer dijo a uno de sus primeros asociados que los Protocolos eran «inmensamente instructivos», al exponer lo que los judíos podían lograr en términos de «intriga política» y al demostrar su habilidad para el «engaño y la organización».
Conspiración «americanizada»
En Estados Unidos, el infundio recibió amplia difusión por parte del empresario más admirado de su tiempo: Henry Ford. Para 1920, Ford había «americanizado» el documento con el título de El judío internacional: el problema más importante del mundo. Se publicó por capítulos en su periódico, el Dearborn Independent, durante 91 semanas seguidas. El judío internacional fue traducido a 16 idiomas.
Aunque el liderazgo comunitario judío introdujo una demanda que obligó al magnate automotor a retractarse en 1927, el odio detrás de los Protocolos continuó filtrándose en la conversación pública.
Durante la década de 1930, el popular “sacerdote de la radio” anti-New Deal, Charles E. Coughlin, imprimió citas de los Protocolos en su periódico Social Justice. Pero el padre Coughlin se mostró cauteloso a la hora de respaldar la realidad de su contenido, y se limitó a afirmar que podría ser de «interés» para sus lectores.
Edición española de 1939 de El judío internacional, fraude pergeñado por el famoso magnate automotriz Henry Ford a partir de Los Protocolos. A pesar de que Ford se retractó, el libro sigue imprimiéndose
La historia como conspiración
¿Por qué este documento comprobadamente falso sigue prevaleciendo hoy?
Quizá la explicación más simple sea la irracionalidad humana, que ni la educación ni la ilustración han logrado derrotar.
El deseo de creer en la fantasía de un subrepticio dominio judío sobre la economía internacional y los medios de comunicación también valida la visión del historiador de la Universidad de Columbia, Richard Hofstadter. Él detectó en el extremismo político, tanto de derecha como de izquierda, una tensión apocalíptica y la creencia en una inminente confrontación entre el bien y el mal absolutos.
Hofstadter sabía muy bien que las conspiraciones marcan los anales del pasado. Pero especialmente para aquellos estadounidenses que anhelan la seguridad de un estilo de vida estable, la paranoia política es tentadora, como la creencia, según escribió Hofstadter, en que «la historia es una conspiración» en la que fuerzas invisibles son los oscuros mecanismos impulsores del destino humano.
Debido a que el antisemitismo ha sobrevivido casi un par de milenios, ninguna forma de prejuicio ha encontrado un lugar más vívido en la imaginación. Y el hecho de que jamás se haya podido comprobar una conspiración judía internacional no ha agotado el poder de los Protocolos para aprovechar las corrientes subterráneas de la demonización.
De los Rothschild a Soros
Lo que mantiene la influencia de los Protocolos entre los trastornados y los extremistas no es el contenido del texto en sí —que probablemente pocos de ellos hayan leído en sus diversas versiones—, sino lo que esta falsificación pretende subrayar, que es la influencia asombrosamente astuta de judíos en la historia moderna.
Por tanto, los Protocolos no tienen importancia en sí mismos; son espurios. Pero otorgan soporte a los miedos apocalípticos, que no podrían sobrevivir sin algún ingrediente de plausibilidad por muy descabellado que sea.
La familia Rothschild fue fundamental para el surgimiento del capitalismo financiero en la Europa del siglo XIX. Su empresa familiar tenía sucursales en Alemania, Francia, Austria, Italia e Inglaterra, lo que daba crédito a la acusación de “cosmopolitismo” durante una era de creciente nacionalismo. Las oscilaciones de auge y caída de la economía generaron no solo miseria, sino también quejas contra los financistas que parecían beneficiarse de tales incertidumbres.
Hoy George Soros, judío estadounidense de origen húngaro y educado en Gran Bretaña, se ha convertido en una figura especialmente odiada por la extrema derecha. Uno los inversionistas más exitosos del mundo, ha gastado miles de millones de dólares en la promoción de causas progresistas. Parece personificar lo que Ford llamó «el judío internacional».
El veneno contra minorías distintas a los judíos nunca ha dado lugar a ningún equivalente a los Protocolos. La judeofobia ha generado una documentación falsa que la intolerancia contra ninguna otra minoría suscitó jamás. Quizá la misma condición explícita de los Protocolos ayude a fortalecer la sospecha de que las creencias e intereses de la mayoría están siendo atacados, y mantiene viva esta peligrosa forma de antisemitismo.
*Profesor de Civilización Estadounidense en la Universidad Brandeis.
Fuente: The Conversation (theconversation.com).
Traducción NMI.
Fotos: Wikimedia Commons.