Juan P. Villasmil*
Encuestas, hashtags, historias de Instagram y manifestaciones universitarias muestran que mi generación, la Generación Z, es más negativa con respecto a Israel que los estadounidenses mayores. En TikTok, donde la mitad de los usuarios tienen menos de 30 años, #freepalestine tiene 31.000 millones de publicaciones en comparación con los 590 millones de #standwithisrael, o sea unas 50 veces más.
La mayoría de esos pequeños vídeos parecen haber sido filmados por adolescentes que tienen tanto conocimiento del conflicto como yo (no mucho). Sin embargo, lo que a esos niños les falta de información, lo compensan con pasión. Si bien es posible que los estadounidenses mayores todavía vean a TikTok como una aplicación donde los adolescentes postean bailes tontos, es hora de que comiencen a considerarla como el medio que más moldea la visión del mundo de sus hijos.
Algunos políticos ya lo reconocen, de ahí los llamados a prohibir completamente TikTok. Independientemente de su postura al respecto, algo es seguro: vale la pena tomar en serio una aplicación que tiene a los adolescentes estadounidenses convencidos de que de pronto se han convertido en expertos en la historia y la política del Medio Oriente.
(Foto: The Times)
A raíz del ataque del 7 de octubre a Israel, las últimas tendencias en TikTok demuestran algo que ha estado creciendo durante años: la naturaleza imperialista del pensamiento de extrema izquierda estadounidense. Irónicamente, las perspectivas exclusivamente estadounidenses —a menudo defendidas en nombre del antiimperialismo— se han vuelto imperialistas, abriéndose paso a la fuerza en asuntos a los que simplemente no se aplican.
La primera vez que me encontré con este fenómeno fue cuando comencé mi carrera en la American University, donde descubrí por primera vez que, a los ojos de mis compañeros y profesores, mi #livedexperience de haber vivido en Caracas durante más de una década en realidad me hizo tener menos conocimiento sobre asuntos venezolanos que el estudiante promedio de ciencias políticas de piel oscura. “No puedes hablar honestamente sobre lo que está pasando en Venezuela porque eres blanco y rico”, me dijeron una vez; a lo que recuerdo haber respondido que casi la mitad de la población del país es blanca y más del 90% vive bajo el umbral de la pobreza. Podría haber dicho mucho más sobre los factores culturales que hacen que mirar a Venezuela a través del prisma de las relaciones raciales estadounidenses es inadecuado, pero sabía que no tenía sentido, pues mi compañero de estudios ya había abandonado la razón.
Veo este mismo fenómeno en las reacciones en línea de mis pares sobre la guerra entre Israel y Hamás. Para ser justos, hay algunas personas respetables que exponen argumentos sofisticados sobre por qué la política de Israel hacia Palestina es perjudicial, señalan formas en que el gobierno israelí ha patrocinado la injusticia y piden moderación. Pero una proporción considerable de los activistas en línea está aplicando la “teoría racial crítica” y el movimiento Black Lives Matter al conflicto palestino-israelí, hasta el punto en que niegan rotundamente la realidad.
Una proporción considerable de los activistas en línea está aplicando la “teoría racial crítica” y el movimiento Black Lives Matter al conflicto palestino-israelí, hasta el punto en que niegan rotundamente la realidad
Hay mucha gente de mi edad que siente (no piensa) que este conflicto solo tiene víctimas y opresores. Hay individuos que no ven en una causa ajena más que un espejo. En cierto modo, los motiva más la vanidad que la compasión. Quieren que los demás sepan cuánto les importa, pero su expresada empatía no suele ir acompañada de caridad.
El conflicto entre Israel y Palestina es largo y complejo. Por mucho que algunos digan que tomar partido es obligatorio, hacerlo sin prudencia está mal. “No lo sé” no es una frase odiosa, digan lo que digan los activistas. Lo que es odioso es suponer que un grupo es inherentemente malo. Lamentablemente, cuando se trata de Israel-Palestina, así es exactamente como se expresa gran parte del discurso.
*Miembro editorial del Instituto de Estudios Intercolegiales de The Spectator World, y colaborador de Young Voices.
Fuente: The Hill (thehill.com).
Traducción Sami Rozenbaum / Nuevo Mundo Israelita.