Sarah Halimi fue golpeada y arrojada por la ventana. Su asesino saldrá libre porque fumó marihuana
Bari Weiss *
En un mundo normal, todos conocerían el nombre de Sarah Halimi.
Es comprensible si usted no lo conoce. La prensa no cubrió obsesivamente su asesinato de la forma en que se cubren otros crímenes de odio, por las razones que explicaré.
Sarah Halimi era una médica y maestra francesa jubilada. Además era judía ortodoxa. El 4 de abril de 2017 Halimi estaba en su apartamento de París, donde vivía sola. En medio de la noche, un musulmán de 27 años de origen maliense llamado Kobili Traoré, quien también vivía en el edificio, irrumpió en su apartamento. Traoré torturó a la señora Halimi, de 66 años, golpeándola y pateándola. Según los vecinos, que llamaron a la policía después de escuchar los gritos de Halimi, Traoré la llamaba shaitan (satanás) y “judía sucia”. Al final arrojó el maltrecho cuerpo de Halimi por la ventana de su apartamento del tercer piso, mientras gritaba Allahu akbar.
Hay otros detalles horripilantes, pero esa es la historia básica. Es difícil imaginar un conjunto de hechos más condenatorios y más claros.
En diciembre de 2019, cuando me enteré de que los fiscales franceses habían decidido retirar los cargos de asesinato contra Traoré —un hombre que tenía casi dos docenas de condenas previas— alegando que había fumado marihuana, me sentí enferma. Eso me impulsó a escribir un artículo titulado “Asesinatos incómodos”, sobre este caso y sobre la calamidad moral que azota a Occidente, de la cual este era solo el ejemplo más claro (y en ese momento el más reciente).
Protesta por el caso de Sarah Halimi en París, enero de 2019. La pancarta dice: “Francia, tus judíos ya no te tienen confianza”
(Foto: Getty Images)
He aquí la parte relevante:
“Estamos sufriendo una epidemia de salud social generalizada, que tiene sus raíces en el abaratamiento de la sangre judía. Si el odio a los judíos puede justificarse como un malentendido, o ignorarse como un error, o minimizarse como un desliz, o descartarse como ‘tan solo antisionismo’, puede garantizarse que así será”.
El artículo ofrecía un resumen de varios ataques contra judíos en las grandes ciudades de Europa y América del Norte —lugares como Londres, Brooklyn, Montreal y Washington DC—, y destacaba el extraño silencio de parte de quienes afirman preocuparse profundamente por la justicia; el silencio de quienes son capaces detectar la microagresión más sutil.
Es difícil leer esa lista ahora, sabiendo cuántas historias trágicas, cuántos nombres se han agregado en el tiempo trascurrido desde que se publicó ese artículo. En los últimos años parece que hemos pasado del antisemitismo de la velocidad de los caballos a algo más parecido a un tren bala.
La velocidad ha cambiado, pero el patrón sigue siendo exactamente el mismo. Como escribí entonces:
“Aquí hay un tema. El odio a los judíos está aumentando y, sin embargo, la victimización judía no llama la atención ni inspira la indignación popular. A menos que los judíos sean asesinados por neonazis, el único grupo que todo el mundo reconoce como malvado, los asesinatos inconvenientes de los judíos, las palizas, su discriminación, la satanización de su Estado, estarán justificados”.
La regla general, como ha señalado el escritor y comediante británico David Baddiel en su nuevo libro, es que los judíos no cuentan. Pero hay una versión más sofisticada de esta aritmética sangrienta.
Cuando un judío es acosado por un neonazi, cuenta. Cuando un judío es acosado por una persona de otro grupo minoritario, no tanto. Cuando un judío secular es atacado, cuenta. Pero cuando un judío con sombrero negro es atacado, eso se ignora. Si la historia se adapta a la narrativa, cuenta. Si la socava, no lo hace
Cuando un judío es acosado por un neonazi, cuenta. Cuando un judío es acosado por una persona de otro grupo minoritario, no tanto. Cuando un judío secular es atacado, cuenta. Pero cuando un judío con sombrero negro es atacado, eso se ignora. Si la historia se adapta a la narrativa, cuenta. Si la socava, no lo hace.
He aquí un extraño ejemplo de mi propia vida: recuerdo muy claramente que en junio de 2020 The New York Times publicó un perfil del nuevo primer ministro iraquí. El jefe de la oficina de Bagdad escribió el artículo y, sin saberlo, hizo algo malo. Describió a Mustafá al-Kadhimi como un líder «de estilo occidental».
Otros periodistas del Times se sintieron ofendidos. Aparentemente, ese era un adjetivo terrible. Era “orientalista”, afirmaron sus colegas.
Si usted lee el artículo en línea, notará que fue actualizado después de solo un día de su publicación. El “estilo occidental” se eliminó sigilosamente, y se le reemplazó con la palabra «suave». Esto ocurrió después de varios mea culpas.
Ahora considere usted que, en diciembre de 2018, la sección de libros del New York Times publicó un artículo sobre Alice Walker. Luego, en mayo de 2020, un mes antes del caso del primer ministro iraquí, el periódico presentó a Walker en un podcast con Cheryl Strayed.
Alice Walker es antisemita. Es una superfan de David Icke, teórico de la conspiración que cree en los lagartos Illuminati, y que los judíos financiaron a Hitler y controlan el KKK (para las personas que no siguen las noticias sobre los judíos, todo eso podría resultarles una sorpresa). Además de El color púrpura, Alice Walker escribe poemas profundamente antisemitas (les animo a leerlos completos), con líneas como “¿Están los Goyim (nosotros) destinados a ser esclavos de los judíos, y no solo eso, sino además disfrutarlo? ¿Se debe matar incluso a los mejores de entre los Goyim?”.
Cuando mi persona y otros le señalamos esto a directivos poderosos del periódico, ¿adivinen qué sucedió? Nada. Sin disculpas, sin notas del editor, sin alboroto. Solo silencio.
Y así es el caso de la saga de cuatro años de Sarah Halimi. La injusticia final se produjo el 14 de abril, cuando el máximo tribunal de apelaciones de Francia confirmó la decisión anterior de un tribunal inferior de que Traoré no puede ser considerado penalmente responsable porque estaba drogado. Al parecer, fumar un porro había comprometido su «discernimiento», y atacó y mató a Halimi no porque odiara a los judíos, sino porque atravesaba un «ataque de delirio».
La locura aquí no es de Traoré. Es de Francia
Como preguntó Francis Szpiner, uno de los abogados de la familia Halimi, sobre la extraña lógica del tribunal: «¿Esto también se aplicará a los conductores ebrios que matan a niños en la carretera?» La pregunta se responde sola.
La locura aquí no es de Traoré. Es de Francia.
Si usted no conoce el tema del antisemitismo francés, una encuesta realizada por el Comité Judío Estadounidense el año pasado encontró que el 70% de los judíos franceses dicen haber sido víctimas de al menos un incidente antisemita en su vida; este artículo es un buen comienzo.
La comunidad judía francesa, que es la más grande de Europa, ha percibido en qué dirección sopla el viento desde hace ya tiempo. Los judíos franceses se dirigen a la salida, principalmente a Israel, y un artículo de National Geographic captura con claridad ese fenómeno.
Si desea profundizar en este tema, le recomiendo encarecidamente el trabajo del escritor francés Marc Weitzmann, quien ha estado elaborando una crónica de la violencia antijudía en su país y la parálisis que existe frente a ella. El libro se llama Hate: The Rising Tide of Anti-Semitism in France (and What It Means for Us)”, es decir
Odio: La creciente ola de antisemitismo en Francia (y lo que significa para nosotros).
*Periodista, autora del libro How to fight antisemitism (Cómo luchar contra el antisemitismo)
Fuente: https://bariweiss.substack.com.
Traducción NMI.
1 Comment
El antisemitismo francés de postguerra, viene en aumento! Acrecentado por la población de fé islamica. Creo que el país cuna de los Derechos del Hombre, va a tener q hacer un replanteo urgente de la raíz ética de este fallo!